El muro y la grieta: Un torreón sobre Saltillo
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El muro y la grieta: Un torreón sobre Saltillo
El espacio público, es -además de dinámicas de convivencia plural- un espacio de códigos compartidos: una entidad, más que física, profundamente simbólica. Así, quien pretenda diseñar o reconfigurar éstos, tendría que tomar en cuenta qué significados y formas son importantes para una comunidad: cuáles le son entrañables, pertinentes, o también -en ciertos casos- repudiables o irrelevantes.
Aristóteles concibió el espacio público como el sitio vital donde la sociedad se encontraba a sí misma para compartir sus juicios. Así, si un urbanista, un empresario o una autoridad no concibe los lugares públicos como sitios de identidad, más que como referentes geográficos, puntos que son signos de filiación, donde los individuos entienden su relación con su propio devenir o su pertenencia; entonces, no han entendido nada. Porque la grandiosidad o relevancia de una obra pública no está sólo en sus cifras e inversión: está en su incorporación y sentido genuino para una comunidad.
Agravio
Todo esto a cuento del reciente proyecto de remodelación de El Mirador, que ha desatado fuerte rechazo ante la curiosa lógica de escarbar la loma para colocar un museo, y encima del Mirador, otro mirador en forma de torreón… Compartiré una teoría para explicar el repudio: de unos años para acá, ciertas voces (académicos, periodistas, funcionarios, escritores) han cultivado una aparente –y estéril- pugna supremacista entre la capital de Saltillo y Torreón. Aunado todo esto a la masiva proliferación de funcionarios y mandos medios que en las últimas tres administraciones han provenido de La Laguna, así como también – por cuestiones electorales y alternancia en la capital coahuilense- (esto es innegable) desplazaron muchos de los eventos culturales de la capital. Pugna estéril decíamos. Porque más allá de los entretelones electorales, políticos, y obviando las referencias geográficas, históricas, culturales, todos somos ciudadanos que por igual hemos padecido el capricho y la megalomanía de algunos: los edificios públicos con cantera rosa durante Flores Tapia, o marcados como reses según el partido en turno (verdirrojo o azul) o más allá: la megalomaniaca H mayúscula en el distribuidor vial El Sarape.
Así, dentro de esta pugna identitaria, se han vertido muchísimos comentarios en redes sociales que afirman, agraviados y con justa razón: “No queremos un torreón en Saltillo”. ¿Para qué una torre de acero inoxidable y plástico en el punto germinal de nuestra ciudad? ¿Sabrá la autoridad –el gobernador y el alcalde- que mantener la idea de colocar un torreón sobre una ciudad como Saltillo –con su propia identidad e historia- es considerada por la mayoría de sus ciudadanos una afrenta, un agravio y un reto? Mi pregunta central es ¿Por qué entre los decenas de urbanistas, científicos sociales, asesores de cultura, escritores, periodistas e historiadores que cobran carretadas de dinero gubernamental, nadie ha podido explicar algo tan simple a quienes toman semejantes decisiones?
A final de cuentas, decía, el paisaje también son los símbolos. Todo individuo es afectado por el espacio que lo cerca. Ese contexto moldea sus ideas y sus sensaciones. Las ciudades son lo que sentimos. El paisaje urbano es el resultado de sus prácticas y sus usos, su técnica colectiva y la configuración mental de sus individuos. Gestos que generan un rastro. Los valores comunes a un grupo. El paisaje es nuestro gigantesco retrato. El verdor o la aridez. La asfixia o la respiración. Una huella que en días despejados puede ser vista desde el cielo.
alejandroperezcervantes@hotmail.com