El muro y la grieta: Responsabilidad
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El muro y la grieta: Responsabilidad
La confusión
Alguno escribió, en fallida grandilocuencia, que “se vivía un momento interesante para el arte de Coahuila”: como si encima del atentado, tuviéramos todavía qué agradecer al bizarro performance un presunto despertar de conciencia. Sin embargo, en el fondo el enunciado tenía razón, pero por las razones opuestas: nunca un acto tan banal vino a develar todo lo que puede haber de cuestionable en la administración de la cultura institucional: el capricho, la ocurrencia, la endogamia, el fraude y la complicdad en él de una minoría; la proliferación de un seudo arte; las voluntades y criterios sometidos a un pacto de silencio y conformidad. Se me perdonará otra vez la autocita, pero ya en un texto anterior (“El arte como territorio de simulación”, feb. 25) se había advertido sobre ello: “¿Algo es arte sólo porque el artista lo designa así?”… “¿Pero es que el arte no se puede definir ni constreñir?” dirá alguien al fondo… Entonces, si como artistas, curadores, instituciones, academia, prensa y público nos declaráramos incapaces de definir lo que sí es arte y lo que no es arte ¿No estaríamos formando sólo parte de una gran simulación? De una suerte de farándula ranchera, donde lo que menos importa es la experiencia estética y la conmoción y búsqueda asociada al arte, sino éste como subproducto y pretexto secundario para la fama más provinciana y banal?
La omisión
El pintoresco episiodio dio pie a que muchos defensores esgrimieran innumerables veces conceptos como “expresión” y “libertad”, pero nunca nadie habló de “responsabilidad”... Creo que fue Jean Paul Sartre quien en uno de sus famosos aforismos escribió que “Estamos irremediablemente condenados a la libertad”, posible glosa a aquel otro socratiano de “Estamos atados a la libertad …y a la necesidad” que Hana Arendt retomó para su famoso libro “Responsabilidad y juicio”; es decir, que nuestras decisiones y sus consecuencias nos cercan. Elección y acción erigen un mundo donde las consecuencias del despliegue de la propia libertad en algún momento nos ha de alcanzar. Entonces ¿Por qué es tan difícil, en este contexto, asociar a la práctica artística –y a su posterior difusión- la noción de responsabilidad? Lo significativo (lo sintomático) es que en ningún momento la autora del entuerto asumiera una responsabilidad personal en el posible daño físico o simbólico al patrimonio. Siempre fue incapaz de ver la dimensión de su afrenta a toda una comunidad, a una cultura, a una región. Al contrario, se propuso como víctima de “un linchamiento”. Sus contados defensores, de igual forma, desestimaron los hechos, intentaron negarlos, o de plano minimizarlos mediante sofismas y argumentos pueriles. Es más: tacharon de ignorantes y viscerales a los críticos de la meada.
Días después, cuando el asunto ya era escándalo nacional, la curaduría del MAG intentó desviar su responsabilidad, mediante un comunicado, diciendo que la muestra era responsabilidad de la Alianza Francesa y la EAP. Lo único concreto fue el evidente disgusto de la artista francesa Garance Maurer el día de la inauguración, ante el notorio desvío de la atención de la colectiva de land art y arte textil.
Lo notorio es que durante casi una semana de escándalo, ni la presunta curaduría de la Alianza Francesa, la EAP o el MAG salieron a justificar y a argumentar teóricamente la pertinencia de la pieza origen de la discordia. Mucho menos asumieron su responsabilidad.
La respuesta
Finalmente, tras días de un conflicto que creció innecesariamente –algo que pudo haberse contenido con una argumentación oportuna y adecuada–, cuando ya el tema era el detonante de un fuerte cuestionamiento a los criterios y prácticas del MAG y la SEC, la que tuvo que salir a dar la cara fue la propia secretaria de cultura. El gesto, hay que decirlo también, fue bien visto y rompió años de ausencia de autocrítica en esta y otras administraciones. Fue un gesto valiente, inusitado y de un enorme valor simbólico que la cabeza de una institución diga públicamente: “yo soy responsable”. Aplaudo eso.
Sin embargo, la asunción de responsabilidad llegó demasiado tarde y se agotó en ambigüedades: como anteriormente en casos tan delicados -como las implicaciones del Me Too entre colaboradores de la SEC, con resultados hoy sabemos trágicos- se prometió una vez más “Hacer cambios. Tomar cartas en el asunto”. Pero ni los cambios ni las cartas se ven: y otra vez se fue a la deriva esa toma pública de responsabilidad. El INAH local dijo que “Ellos no podían imponer sanciones”. La SEC dijo que ellos se atenían al INAH. Éste a su vez, delegó el dictamen final de daño al INAH federal. Dictamen que prometió estar en menos de cuatro días. Dicho dictamen, al parecer, sospechosamente se evaporó, y suena a que otra vez los actores implicados apuestan a la disolución del escándalo, al paso del tiempo: al olvido. Como el tema del innecesario viaje a la Biena del Venecia: lo responsable sería dar un informe público de cuánto de dinero público se gastó ahí, de cuánto fue “la inversión que el Gobierno de Coahuila hizo” para que la pieza con el tema de Cuatrociénegas estuviera la Bienal, de cómo y quién tomó esa decisión en tiempos de austeridad y de cuáles fueron los beneficios reales, más allá de la siempre manida y ambigua “proyección” del estado.
Lo plural
Pero así como se ha señalado la responsabilidad de las instancias públicas, es justo también señalar la pertinencia de la responsabilidad individual y colectiva de los propios artistas. Porque ¿No es responsable de su propio descrédito un creador que se presta a prácticas opacas, selecciones por invitación o preminencia en demérito de otros que no son preferidos? ¿Puede argumentar el creador que él sí trabaja o participa en las convocatorias, cuando las mismas rara vez son abiertas, o están palomeadas? Así ¿Con qué cara puede argumentar que toda crítica hacia su obra es parte de una antipatía personal? ¿Por qué el artista joven promedio de Saltillo tiene el ego tan frágil? ¿Por qué si casi todas sus dinámicas se desarrollan en instancias sostenidas con recursos públicos, hay tanta resistencia al examen y a la crítica?
Se argumenta desconocimiento, se desestima y percibe a la crítica como ejercicio negativo, se ve al disenso como un ataque. Como denostación y virulencia.
Lo cual revela un síntoma: falta mucho para crecer como creadores verdaderos, para posteriormente aspirar a crecer como comunidad. La confrontación de ideas se tilda de otra cosa. El ejercicio público del criterio se ve como una amenaza: los artistas quieren apapachos. Que les digan que son lo máximo: que dibujan con madre aunque hagan puras marranaditas. Aunque cuelguen puro mugrero. Se busca más que un consenso, una complicidad. Una planicie de mesura. Un acuerdo parecido a la autocomplacencia y a la estupidez.
Conclusión: urge que vengan verdaderos cambios en las insituciones.
Pero más, radicales cambios en la autoconcepción de los propios artistas.
Que sepan que no son perfectos. Ni infalibles. Ni tocados por Dios. Ni por encima de la sociedad, que muchas veces los sostiene y los mantiene.
Que el artista deje de pensarse como súbdito, como femme fatal o como rockstar.
Que se asuma en un diálogo constante y crítico con su entorno y el mundo. No como pusilánimes en busca del halago fácil. Ciudadanos en una mayoría de edad.
Artistas que se sientan capaces de arrojar la mierda que quieran. Que se declaren iconoclastas, vanguardistas, desacralizadores, provocadores, rompedores, incluso nihilistas: como Dalí, como Artaud, como Pound, Warhol, Jodorowsky o Julio Galán.
Pero que luego, también, sepan, puedan –y quieran– asumir su responsabilidad.
alejandroperezcervantes@hotmail.com
Twitter: @perezcervantes7