El muro y la grieta: El suicida de Catedral
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El muro y la grieta: El suicida de Catedral
La mirada y el enigma
La también fotógrafa Diane Arbus decía que una fotografía era un secreto sobre un secreto: entre más ella nos cuenta, menos sabemos. Así es que desde hace un par de años me he volcado a investigar los pormenores de esta proeza fotográfica.
La legendaria fotografía de Adolfo González es en realidad una serie de tres. La primera: muestra la figura de un hombre al filo de un dintel en la fachada principal de la Catedral de Saltillo (que con de más de 70 metros está considerada la más alta en el Norte de México). González recogió de manera sucesiva, en apenas fracciones de segundo, la secuencia total del suceso. El hombre sobre el dintel. El hombre cayendo, y el hombre muerto en el suelo.
En la primera imagen podemos apreciar a un hombre joven –su cabellera larga y oscura así nos lo revela- parado en el filo del primer nivel de la fachada de Catedral. Voltea hacia atrás como si alguien le hablara o lo interpelara. Su expresión es entre urgente y confundida, tiene las piernas y los brazos abiertos. Es el mediodía del 3 de abril de 1975. La segunda toma es más abierta, y recorre hacia abajo la fachada central del edificio. En ella se ve cayendo bocarriba, ligeramente diagonal, el cuerpo del hombre. Arriba, acodado sobre el dintel, un segundo hombre observa su caída. Las dos imágenes son de una nitidez apabullante: el fotógrafo las hizo a 1/500 o a 1/1000 de segundo, que era la velocidad máxima de obturación en las cámaras analógicas de aquel tiempo. Asimismo, el recorte sobre la escena nos indica que fue usado un zoom, probablemente de 150 o 200mm.
Es importante referir que la oportuna captura de la secuencia en apenas fracciones de segundo, con un equipo mecánico y limitado en su técnica en comparación a los automatizados equipos de la actualidad, dan cuenta de la notable destreza técnica y capacidad de reflejos del fotógrafo.
El instante decisivo
Ahora vayamos a lo circunstancial de este registro: según testimonios de contemporáneos, el fotógrafo, entonces adscrito a la fuente de Palacio de Gobierno, estaba en un céntrico café de Saltillo –algunas versiones apuntan al Restaurant “Las Playas”, hoy demolido y que se encontraba ubicado en lo que es ahora la Plaza de la Nueva Tlaxcala- acompañado del fotógrafo Efrén Lara, un mediodía cualquiera de 1975. González no llevaba su equipo y su compañero había entrado al sanitario cuando un niño entró gritando que había un hombre que amenazaba saltar de entre las torres de Catedral. El fotógrafo no dudó en tomar la cámara de su compañero acercándose y enfocando de inmediato hacia el lugar de la acción. Así, consiguió realizar una secuencia de tres tomas que registraron el único suicidio por salto que ha acontecido en la centenaria edificación. Por el dramático registro del trágico fin de quien luego se sabría era un enfermo terminal procedente de la ciudad de León, Guanajuato, González obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de ese mismo año en el género de fotografía, otorgado por el Club de Periodistas de México.
El oficio
Aquí es donde quiero detenerme a señalar este singular rasgo en la obra de Adolfo González: no será la primera vez que recurra a esta secuencialidad para construir su narrativa fotográfica. En su famosa serie sobre el tiroteo contra prófugos del penal de Saltillo –probablemente el primer registro de un acto violento o enfrentamiento armado en la historia de la fotografía coahuilense– también recurriría a esta secuencialidad. Las dos fotos que también le darían el Premio Nacional de Periodismo por segunda ocasión –apenas dos años después, en 1977– registran el cerco policial a los delincuentes armados que desde una caseta de cobro abandonada disparan contra las fuerzas del orden. En la refriega sería asesinado el Director de Seguridad Pública del Estado, el capitán Lemuel Burciaga.
Aunque realizó la etapa más importante de su carrera fotográfica en la ciudad de Saltillo, Coahuila, Adolfo González Contreras nació en la Ciudad de México el 2 de abril de 1932. Ese mismo año sus padres se trasladaron a Ciudad Juárez, Chihuahua, donde en su juventud se desempeñó como maestro de natación y salvavidas en una alberca pública. Ahí, practicó además el softball y el boxeo amateur, deporte en el que se coronó subcampeón nacional en 1956, mismo año en que empezó su trabajo como fotorreportero en los periódicos El Fronterizo, el Mexicano, El Continental y otros. En 1970 cambió su residencia a la ciudad de Saltillo donde empezó su colaboración durante más de una década para El Sol del Norte, medio en el que obtuvo tres premios nacionales de fotografía y sus coberturas más célebres en los temas de nota roja y deportes. Posteriormente, trabajó para Vanguardia y El Diario de Coahuila. A finales de los ochenta regresó a Ciudad Juárez, donde trabajó para El Heraldo de Chihuahua, ciudad en la que vivió hasta su muerte, en el año 2013.
Como puede derivarse de su biografía y su perfil personal, sus imágenes no pueden entenderse como un resultado de la suerte o un “oportunismo” técnico. Atleta semiprofesional y salvavidas –además de un absoluto dominio de su equipo-, como los grandes maestros del fotoperiodismo, Adolfo González había sido un hombre educado en la escuela del imprevisto y el azar.
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