El mundo del ave roja
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El mundo del ave roja
Para Andrea, en su cumpleaños
Ahora sé cómo es desaparecer. Escuché el canto del ave roja y no he podido volver. Estoy en el mundo que el ave genera con su melodía. Este mundo es prodigioso, salvo por la imposibilidad de ser visto por otros seres humanos. Solo puedo mirarlos a través de las inmensas membranas que, como un contenedor, se mueven al ritmo del corazón del ave. Sí, el ave roja parece un Dios; es omnipresente por sus acciones y sus sonidos.
Recién empiezo a comprender el funcionamiento del mundo del ave que me atrapó. Era parte de una leyenda a la que se descreía durante nuestras salidas al bosque. Decían que quienes desaparecían en los senderos, seguramente usaban de pretexto a esas honduras verdes para huir de alguna relación dolorosa o de empresas fracasadas. No es así. Y no puedo explicarles que es cierto lo que contaba la hechicera cada año en su ritual. Durante esa celebración en la que comíamos hongos escarchados e infusión de mimosa sensitiva, nos avisaba, siempre como si fuera la primera vez, con ese mismo cuidado y claridad, que al escuchar el canto de las aves, evitáramos mirarles, pues en ese momento no se contaría con la presencia de nuestros cuerpos en el mundo terreno.
Ha cesado en mí cualquier anhelo por ser escuchado. Gritaba para ser visto a través de la membrana y ningún sonido salía de la garganta, sabía que había gritado durante largo rato por el dolor de mis cuerdas vocales. Incluso mis pasos no generan sonido. Toda resonancia en este espacio es dada a luz por el canto del ave.
Canta y nacen ríos, canta y aparecen legiones de nubes. Canta y los pastos arrojan semillas. Canta el follaje se extiende un poco más. Soy una figura que solo sabe que es humana, cuando se mira en el espejo de los ríos. Por lo demás, soy una forma que han aceptado de buena manera los pastos, pues cuando me tiendo, al ritmo del latir del ave o de su canto, me cubren durante el sueño.
Sé que ella me observa desde un espacio que me es imposible comprender. O tal vez me mira con todo el cuerpo.
Hoy he observado por la membrana a un grupo de caminantes transitar el sendero. He visto el momento preciso en el que desapareció una mujer que miraba hacia un punto alto de los pinos.
Una figura se acerca hacia mí. Puedo ver su impermeable amarillo. Es ella.