El modelo mexicano
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El modelo mexicano
Casi todas las noticias que recibimos a cada momento tienen dos presentaciones, la que informa sobre un hecho y la interpretación de la misma por el poder. Enrique Peña Nieto saca al frente el orgullo mexicano y lo hace con una seguridad que nos hace pensar que está diciendo la verdad. Ante el Ministro de Dinamarca, el país menos corrupto del mundo, nuestro dignatario afirma que está a brazo partido contra los deshonestos y que hace todo lo que está en su autoridad para acabar con esa plaga, por lo que prepara un instituto especializado. Frente a Ángela Merkel declara con enjundia que el respeto a los derechos humanos es su bandera y es tal su convicción que debe mencionar el fin de la estancia de los expertos extranjeros que trabajan por desenredar la madeja creada por los tres niveles de Gobierno en Guerrero. La señora Merkel, vieja loba de mar (¡qué feo se oye!), ofrece sus buenos oficios para encontrar a los 43 estudiantes perdidos. Ambos acuerdan que la policía alemana dará un seminario intensivo a la mexicana para enseñarles modales.
Una noticia que me pareció pavorosa, tanto para el País como para el Presidente mismo, fue que el 66% de los mexicanos rechazan su actuación.
Decían los periódicos que nunca antes un ejecutivo de la Nación había tenido una calificación tan baja.
Significa que dos de cada tres personas creemos que es un mal funcionario, históricamente malo, puesto que ni siquiera los peores, como López Portillo y Salinas lograron reunir un porcentaje de rechazo tan contundente. Me da pena por él y por México, pero desde el momento en que no corrige nada ni castiga a nadie entonces deja uno de apesadumbrarse por alguien que ni siquiera tiene la inteligencia como para darse cuenta de que una muy buena parte de sus acciones le salen mal.
Peña Nieto se reafirma constantemente y evita cambiar. Lo que hizo en Michoacán, lo de Guerrero, su pasividad ante Donald Trump, su incapacidad para aceptar corregir el rumbo… Como decían los antiguos: “estamos en una nave a la deriva conducida por locos”.
El modelo mexicano consiste en negar la realidad y en criticar lo que los demás critican. A partir de que atraparon a su señora con la Casa Blanca él creó un instituto para analizar los desvíos de fondos y cualquier acto corrupto.
Resultado, Virgilio Andrade, su amigo, lo exoneró de todo pecado. Es decir que un juez declaró que no había delito qué perseguir. Y sí, dentro de la lógica mexicana todo quedó arreglado: el encargado de hacer justicia la hizo y no hay dudas sobre el asunto.
Evidente que ante los daneses y alemanes la comunicación fue fluida, clara, aterciopelada, pero no hablaban la misma lengua. Y no me refiero al danés y alemán sino a la lógica de intercambio de significados.
Para cada interlocutor las palabras querían decir algo distinto, aunque los diccionarios tradujeran significados de equivalencia. El gran lingüista francés Roland Barthes se preguntaba ¿cuáles son las certezas que se pueden tener? Y proponía ¿las del diccionario?, pero respondía que no, que los significados son los que la gente tiene en sus mentes y en sus relaciones de la vida cotidiana. Nadie que está platicando le dice a su amigo: “espérame, déjame consultar el Diccionario de la lengua para que me entiendas”. Claro que no. Ante los ministros de aquéllos países hubo un discurso sin traducción: eran mensajes políticos y todos tienen el mismo diccionario aunque hablen distintas lenguas. En cambio frente a los empresarios las palabras eran pulcras: México es el mejor País para que lleven sus capitales. Y los ojos de los empresarios brillaban y la cartera les mordía la nalga.
El modelo mexicano funciona para aquello que fue diseñado. El presidencialismo existe y quizás reforzado comparándolo con el de anteriores mandatarios. No sabemos cómo será el fin del sexenio pero suponemos que le queda tiempo suficiente como para ir ganándose la simpatía o la animadversión del pueblo. El porcentaje del 66% de desprecio es, por lo pronto, terrible.