El misterioso suicidio en la Catedral de Saltillo (audio relato)

En 1975 se registró un suicidio en la Catedral de Saltillo. Aunque el hecho fue cubierto por la prensa, rápidamente se esparcieron versiones que apuntan a una decepción amorosa, un padecimiento terminal e incluso enfermedades mentales, pero la pregunta sigue en el aire: ¿quién era ese hombre que se quitó la vida?
Ilustraciones: Salma Hernández

En 1975 un hombre se suicidó desde la torre sur de la Catedral de Santiago. Dos policías trataron de impedir la caída libre de 20 metros. Surgieron diferentes versiones. Los periódicos locales publicaron que, probablemente, estaba armado; que padecía alguna enfermedad; que su pareja le fue infidelidad; incluso que fue víctima de problemas mentales. 

Muchas teorías, más de 100 testigos. Pero el protagonista, el único que podía aclarar la situación, estaba tirado en suelo, muerto sobre un charco de su propia sangre, con las vísceras reventadas y el cráneo fracturado.

En esta recopilación se reconstruyen los hechos, porque lo que realmente ocurrió quedó enterrado con su cadáver. 

Era 3 de abril. Los turistas de semana santa caminaban por el centro de Saltillo. Un oficial de tránsito (de los pocos testimonios del caso) vio que un grupo de foráneos entró a la Catedral por la puerta lateral ubicada sobre la calle Benito Juárez, entre Nicolás Bravo e Hidalgo. 

Ese mismo policía vio a un hombre entrar por la puerta trasera del campanario y subir los primeros escalones de la escalera de caracol, pero no le prestó más importancia. 

En su declaración a los medios, el uniformado comentó que aquella persona tendría “entre 25 y 27 años”. También recordó que en vez de zapatos tradicionales, calzaba huaraches.

Unos minutos después, desde la esquina de Juárez e Hidalgo, el elemento de tránsito vio a ese mismo hombre en la orilla del campanario. Distinguir los detalles es difícil a una altura como esa (20 metros), pero su porte delgado y el pantalón azul lo hicieron reconocerlo sin tanto problema.

Los periódicos y testigos narraron que, parado en la orilla del campanario, el hombre amenazó: “me voy a matar, alguien acompañeme a conocer la muerte”.  

El periódico “El Sol del Norte” publicó que un policía municipal subió a la torre para impedir que el todavía desconocido saltara. Su nombre era José Guadalupe Galindo Obregón, de la Judicial del Estado. 

“Acompáñame para que juntamente conmigo sientas lo que es morir”, le dijo el suicida al oficial según declaraciones publicadas por dicho medio de comunicación.

Aquí comienzan las imprecisiones. 

“El Heraldo de Saltillo” dijo que en vez de uno de la judicial, eran dos elementos de la Patrulla 16 identificados como Ramón Gandora Tercero y Benito Durón Salas. No cuenta, sin embargo, con algún testimonio hecho por los oficiales.

La gente de las cercanías se reunió afuera del templo, sin cruzar el enrejado. Ahí mismo, un joven reportero cuyo nombre no fue registrado en los anales de esta historia, dio aviso de lo ocurrido. 

Luego de atestiguar al escena corrió hasta la fonda “Las Playas”, ubicado en la Plaza Nueva Tlaxcala, a uno 100 metros de distancia de la Catedral.

Ahí solían reunirse los periodistas de la época para  pasar el rato. El reportero entró agitado y gritó lo que sabía del hombre en el campanario.

Uno de los comensales era Adolfo González, fotógrafo chihuahuense. Tría cámara, pero no rollo. Un colega suyo, Efrén Lara, le prestó una carga de diapositivas. Para pronto Adolfo agarró sus cosas y se apresuró, se abrió paso entre la multitud y llegó hasta el punto más cercano que pudo, cerca de la reja exterior del recinto. 

Otras versiones cuentan que en realidad fue un niño quien entró de pronto al restaurante con la noticia en los labios. Gónzalez, en efecto sin su cámara, aprovechó que Lara se había levantado al baño para tomar su equipo y salir corriendo rumbo al lugar de los hechos. 

 

Detalles más, detalles menos.

Adolfo apuntó y ajustó el zoom para alcanzar la primera toma.

En ella se percibe que el suicida está parado en el filo del campanario con los brazos y piernas abiertas. Su cabeza gira hacia la izquierda (derecha en la foto) , dirigiéndose a alguien que se ubica cerca de la campana. Era la silueta de uno de los policías que trató de persuadirlo. 

En su crónica de los hechos, sin ahondar en detalles, El Sol del Norte publicó que el suicida estuvo armado con una navaja y que por eso los policías no pudieron acercarse mucho a él. Nada de esto se aprecia en la imagen.

Las manos de Adolfo fueron rayos que ajustaron el rollo. 

Esperó la caída por unos segundos.

En su mente, calculó dos movimientos que el cuerpo haría en su trayecto al piso.

Luego de 20 minutos de negociar “la vida”, el hombre saltó. Eran las 15:15 horas y la velocidad del viento ese día fue de 25 kilómetros por hora. Adolfo, por suerte (porque un periodista además de olfato necesita suerte), capturó el momento en el aire.

En la segunda foto el cuerpo ya va en caída. Es solo una mancha negra, pero se logra ver la nítida figura de los pies en el aire. La silueta está ligeramente inclinada y boca arriba. El policía aparece asomándose en la orilla del campanario viendo el trayecto del cuerpo.

En aquellos años, tomar una secuencia fotográfica implicaba hacer un movimiento rápido para correr el rollo manualmente entre cada disparo. Pero ese no fue el caso.

Varios fotoperiodistas coinciden en que en la parte de abajo, la cámara que Adolfo usó tenía adaptado un motor que le permitió tomar las fotografías más rápido de lo normal. Es lo más cercano a la función ráfaga de hoy en día. De no haber sido por esto, hubiera sido casi imposible obtener las imágenes que conocemos hoy en día.

Al ligero bochorno de los 19 grados de aquel jueves, los presentes armaron sus propias hipótesis. Tenían frente a ellos el cuerpo estrellado en el atrio del principal templo religioso.

Dicen que el impacto fue tal que el cuerpo hasta rebotó. Su aterrizaje fue a unos cuantos pasos al sur de la puerta principal de Catedral. 

Cayó boca abajo y con la cabeza girada sobre su costado derecho y con la cara en dirección a la puerta principal. En una foto publicada por el periódico “El Independiente” se le aprecia con los ojos cerrados. 

El charco de sangre, aún tibia, se esparció rápidamente por el piso. Más tarde la necropsia realizada arrojó que entre las causas de su muerte instantánea estuvo una fractura de cráneo y estallamiento de vísceras.  

También terminó descalzo. Tras el impacto los huaraches salieron volando. Y es que en diversos estudios forenses se explica que la fuerza generada por un impacto de esta magnitud, suele encontrar su salida del cuerpo a través de las extremidades.

Una señora que vendía fruta cerca del templo dijo no haber visto el momento del golpe. Se dio cuenta de lo ocurrido minutos después, cuando vio a toda la masa amontonada queriendo ver al occiso. Las autoridades tomaron las medidas. Se cubrió el cadáver con una sábana. 

¿Quién era aquel hombre que convirtió a Catedral en escenario de muerte? ¿Por qué lo hizo?

El viernes 4 abril de 1975, los diarios locales publicaron el suicidio de Catedral. 

“El Sol del Norte” colocó en portada dos fotos de la secuencia captada por Adolfo González. "Murió al Arrojarse de la Primera Torre de Catedral", se lee en el encabezado. La información sigue en la página 8A: "Se Suicidó en la Catedral, Cayó al vacío desde una de las Torres”. 

El Independiente dedicó el espacio en la página cuatro sección 2A. "Se tiró de la Catedral" "Murió instantáneamente: aún no se sabe porqué se arrojó". 

Por su parte, “El Heraldo” escribió en su página 6: "Se tiró de la torre de Catedral" y "Así se quitó la vida un sujeto que al parecer estaba enfermo". 

El primer nombre con que se identificó al suicida fue Crescencio Gómez Hernández. Era originario de León, Guanajuato. Presumiblemente 27 años.

Esto con base en un recibo que el hombre llevaba entre sus ropas al momento del peritaje. En un bolsillo también se le encontraron 30 dólares estadounidenses y unos cuantos pesos mexicanos. 

Otra de las pistas halladas fue una dirección y un nombre anotados en un pedazo de papel: “Mary Silvig of RT1, Box 27, in Orange, Texas, Estados Unidos”. La Delegada del Ministerio Público en función, la licenciada Arminda Rodríguez Gil, dio los detalles de las cosas que poseía el suicida. 

Pero todavía no había nada comprobado. Las versiones no solo imprecisas, sino variadas.

“Era un bracero”, se leyó en dos de los diarios al día siguiente del suicidio. Su vestimenta y el dinero encontrado llevaron a suponer que el hombre trabajó como jornalero en Estados Unidos.

Otra teoría fue que era residente en Saltillo o La Aurora, Coahuila. 

También se le vinculó con un hombre que días atrás fue acusado por acuchillamiento. La Dirección de Policía y Tránsito del Estado señaló que el suicida habría viajado en un autobús desde Monterrey con destino a Saltillo. 

Era acompañado por otro individuo que, en el autobús, acuchilló a un pasajero. Después de apuñalarlo, se salió por una ventanilla cuando el transporte iba en movimiento y sufrió graves lesiones. El supuesto acompañante del suicida fue internado en el Hospital Universitario. 

Las autoridades de Nuevo León colaboraron en la investigación y reconocieron que el suicida y el agresor del autobús pudieron haber estado relacionados. Pero no se llegó a nada concluyente, pues el interno en el hospital no dio más información al respecto. 

También se contempló entre las líneas de investigación que el suicida vivió una decepción amorosa. La teoría surge por la propietaria de una tienda de abarrotes. Ella aseguró que la mañana del suicidio el hombre pasó por su tienda, se comió un pan y tomó un refresco. Le contó que nació en Estados Unidos y que allá se casó, pero que sus padres eran mexicanos. 

Encontró a su esposa con el amante. Le compartió, sin detalles, su idea de suicidarse. Eso fue todo, horas más tarde alcanzó su cometido.

Este suicidio se convirtió en el primero de Catedral. Pero en entrevista para “El Sol del Norte”, el cura párroco ya jubilado José María García Siller, habló sobre sucesos similares de años atrás.  

El primero: una persona cayó al balancearse en una de las campanas de la Capilla del Santo Cristo. Habría ocurrido en el siglo XIX, aunque no se tiene registro histórico. También está la versión de que en realidad la campana le pegó en la cabeza a un monaguillo quitándole la vida. En cualquier caso, este sería conocido años después como la leyenda de “la campana castigada”

El presbítero también recordó a un ayudante que colocaba la pólvora en las festividades, se vino abajo desde el techo de la capilla y azotó en una losa cercana, por lo que no murió.

Retomemos el caso del suicidio. Al inicio de la investigación al hombre se le identificó como Crescencio Gómez Hernández. Pero esto se descartó cuando las autoridades ubicaron con vida a Crescencio, en León, Guanajuato. 

Les explicó que el suicida trabajó con él, pero que no sabía quién era. Además, dijo que el recibo que el hombre portaba al momento de su muerte, se lo llevó de su casa sin autorización. 

El misterio continuó y aunque las pistas estaban ahí, las autoridades no dieron con algo determinante.

Dos días después del suicidio los periódicos dieron a conocer que el cuerpo aún no era reclamado. Estaba resguardado en el anfiteatro del Hospital Civil Dr. Gonzalo Valdés. 

La posibilidad de identificar al hombre se esfumó junto con el tiempo. El cadáver entró en estado de putrefacción. 

El médico legista Gabriel Briseño Zertuche dio la orden de que el cuerpo fuera trasladado en ambulancia funeraria. Por su parte el delegado del Ministerio Público, Francisco Javier Robledo, declaró a “El Sol del Norte” que como nadie reclamó el cuerpo, se procedió de acuerdo a la ley. 

El hombre que murió en el atrio de Catedral fue sepultado en la fosa común del Panteón Santiago. Al poniente de la ciudad. Sin nombre ni apellido. Sin flores. 

Pero no todo este suceso fue un infortunio. Para Adolfo González le valió el Premio Nacional de Periodismo de ese año, otorgado por el Club de Periodistas de México. Haberse dirigido al sitio del suicidio le cambió la vida. 

El historiador Carlos Recio tiene muy presente la plática que sostuvo con Adolfo. A quien recuerda después con padecimientos cardiacos. Al complicarse su situación de salud, su médico le indicó que ya ni siquiera tomara fotografías. Adolfo falleció en Chihuahua en el año 2013.  

En cuanto al suicida, su historia en las páginas de los periódicos locales termina tal como inició: envuelto en misterio.

El imaginario colectivo de Saltillo percibe que es una de las ciudades son mayores índices de suicidio. El año pasado se registraron 95 suicidios en la región sureste de Coahuila. A casi un mes de que concluya el actual 2019, ya se rebasó dicha cifra con 101. 

Entre los métodos predomina el ahorcamiento cuando menos con 80 casos. Otros han sido por disparo con arma de fuego, sobredosis de medicamento, acuchillamiento, ingerir ácido, intoxicación con monóxido de carbono y arrojarse de un tercer piso.  

Sin embargo, a nacional estatal la situación es diferente. La cifra oficial más actualizada es del INEGI y data de 2016. En la lista publicada informan que la tasa de suicidios nacional por cada 100 mil habitantes es 5.1. Coahuila, en efecto, se encuentra sobre esa media, con 5.4. No obstante, hay 15 estados que lo superan.

Más allá de los datos, hay que recordar que cada caso de suicidio habla de una persona, de una historia. Algunas mediáticas, otros, como esta, rodeadas de mayor misterio.