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El misterio del Día

Hace décadas la mayoría de los mexicanos no teníamos idea de la tradición de “Acción de Gracias” que se acostumbraba en EU. Poco a poco los medios de comunicación nos fueron descubriendo sus elementos folclóricos, su importancia cultural y los condimentos rituales de esa cena que motivaba viajes y encuentros inaplazables para celebrar ese día en la familia de origen, una convivencia fraterna, amorosa y muchas veces reconciliadora.

Hoy se le llama “Día de acción de gracias”, pero este nombre tan sintético no representa todo el significado de la tradición. La superficie comercial del postevento, la saturación de eventos deportivos, las narraciones televisivas son solamente el vestuario externo con el que se reviste la sustancia de lo que se celebra.

Lo sustancial es una reunión familiar que muchas veces se hace extensiva a los amigos. Es una reunión para revalorar la importancia de haber nacido y vivido unidos a otros seres con la misma sangre, historia, apellido, alegrías, enfermedades, triunfos y pérdidas, o sea una ya histórica convivencia familiar.
Celebrar la pertenencia a una familia es celebrar algo fundamental: la “necesidad de pertenecer”, de tener conciencia de estar vinculado como una rama al tronco de la vid y estarse alimentando secretamente del amor, el cariño vital, los recuerdos, valores y propósitos adquiridos silenciosamente con los días transcurridos en convivencia. Es caer en la cuenta de que la convivencia familiar educa, forja, forma y desarrolla lo que es hoy nuestra persona.

Hay algo igualmente sustancial en esta fiesta, muy ignorado por las costumbres actuales dominadas por la secularización cuyo principal resultado es relegar lo sagrado al anonimato, al silencio, a la obscuridad. Afortunadamente sigue existiendo en el interior del hombre y de la mujer, en el corazón y la mente de muchos, pero no en las instituciones sociales que prefieren ser laicas y dejan lo sagrado para el subterráneo.

Lo sagrado aparece en este “día” en el nombre: “Día de acción de gracias”. Esa convivencia familiar se reúne para algo más que convivir y reencontrarse. Es una gran tradición y una fiesta para “dar gracias”. Debemos hacer dos preguntas: ¿a quién dan gracias? Y, ¿por qué dan gracias?

En las respuestas a estas preguntas surge un misterio permanente entre nosotros. En el contexto de la fiesta, el misterio sagrado sobrevive a pesar del secularismo, el comercialismo, lo superficial de los noticieros y el ajetreo del tránsito. Es el misterio de Dios.

¿A quién dar gracias y por qué? La respuesta: a Dios. Dan gracias a Dios sin pronunciar su nombre y le dan gracias por haber recibido la vida a través de una familia, que, por ser su instrumento, se vuelve sagrada a pesar de sus errores humanos. El “Día de Acción de Gracias” es inconcebible sin el misterio invisible de Dios, autor de la generación sagrada de la vida.