El mejor truco del Diablo

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El mejor truco del Diablo

El mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existe…

Solemos asociar esta frase con el cancelado actor Kevin Spacey y su personaje de Keyser Söze de los “Los Sospechosos Comunes” (Bryan Singer. 1995), sin embargo pertenece a Charles Baudelaire (lo tuve que consultar, no me adornaré pretendiendo que leo a los poetas malditos).

Pero parece ser que, en efecto, el golpe final y maestro del autor de la maldad es convencernos, no de su inocencia, sino de su inexistencia. Y no habiendo culpable, básicamente no hay delito qué perseguir.

Permítame explicar: mis colegas (ahora sí, adornándome) Armando Ríos y Lucía Pérez Paz, publicaron en el semanario dominical de VANGUARDIA un extenso reportaje en el que pormenorizan el modus operandi de una intrincada red de desfalco al erario que, sin embargo, permanece impune y es que, gracias a la complicidad de partidos políticos, gobierno por supuesto, instituciones electorales y un montón de malvivientes con curul, no figura ni siquiera como delito ni amerita sanción alguna.

Trataré de reseñarlo brevemente para poder dar una opinión, aunque le sugiero que no deje de leer íntegro este trabajo (Desfalcan, pierden el registro y reviven: el negocio redondo de los minipartidos en Coahuila. Semanario VANGUARDIA. Feb. 28, 2021) ya que después de todo es su dinero y el mío con el cual nos vienen haciendo pendejos.

Como todas las grandes historias de corrupción en Coahuila, ésta comienza durante el Moreirato. En 2010 y siendo Gobernador Humberto Primero, Príncipe de los Cholos, sus lacayos de la 58 Legislatura aprobaron Ipso Chingam una reforma que facilitaba mucho la creación y registro de nuevos partidos políticos.

Como si no tuviésemos suficiente con las habituales mafias políticas, alguien decidió que sería bueno crear nuevas franquicias de corrupción. De tal suerte que un día nos despertamos como el estado con más partidos del País y en la boleta de la siguiente elección tuvimos algo así como 15 opciones (todas de porquería).

En alianza algunos, con los partidos grandes, otros por su cuenta, lo obvio y lo previsible era que ninguna de estas nuevas organizaciones políticas prosperase y así ocurrió: unos antes, otros después, pero cada uno se fue yendo de regreso por el boquete de la madre que lo parió.

Empero, el truco estuvo en que durante su existencia y particularmente, durante las campañas electorales en que participaron, se gastaron el presupuesto que se les asignó (millones y millones de pesos del dinero público) de la forma en que mejor se les hinchó la gana. La mayoría no comprobó debidamente sus gastos y otros tenían como proveedoras a empresas de los mismos dirigentes de estos partidos que, a diferencia de usted y yo, murieron jóvenes e hinchados en billetes.

Aguántese que todavía falta lo mejor:

Al no acreditar debidamente su gasto, obvio que estos partidos fueron duramente reprendidos por la autoridad electoral local (lo que solía ser el IEPC), que les golpeó severamente en el dorso de la mano y les dijo “¡malos partidos, malos!” y les impuso duras multas económicas.

En algunos casos las multas fueron ridículas: desvíos millonarios se sancionaron con multas de dos mil pesos. Pero, cuando las multas eran considerables, se pagaban de cualquier manera del propio recurso público que se les asignaba a estos nacientes partidos políticos. Es decir, el castigo por chingarse nuestro dinero, se pagaba con más dinero nuestro. ¡Bonita mmda!

¡Ah! Por si fuera poco, se les daban facilidades (para que no tuvieran que desembolsar mucho de un fregadazo y así sus actividades partidistas no se vieran afectadas) ¡Cueros!

¡Pero espere que, como dicen en los infomerciales, todavía hay más!: como a estos partiduchos de cuarta y de quinta no los votaría ni la familia de quienes los crearon  (porque sería más honroso admitir que se contrajo una enfermedad venérea fornicando con animales), fueron desapareciendo y, conforme lo hicieron, dejaron sus adeudos por concepto de multas flotando en el limbo, pues al no existir más el partido, la autoridad declaró estas multas como incobrables y le dio el carpetazo al asunto en reiteradas ocasiones.

Y ya como última proeza: sepa que luego de haberse hecho acreedores a multas y sanciones, tras haber malversado al partido y sus recursos dejándolo quebrado (desfalcado más bien) y no obstante haber engañado a uno que otro incauto, nadie fue inhabilitado ni legalmente impedido para, al día siguiente si así lo decidía, presentarse nuevamente en el Instituto Electoral a solicitar la creación de un partido completamente nuevo, como efectivamente pasó. 

Tal como me temía, me terminé el espacio tan sólo reseñando grosso modo esta mini estafa maestra que en otras partes del mundo generaría una investigación, pero sabemos que en Coahuila, en México, eso no ocurrirá.

No obstante, quiero reiterarle dos o tres cosas: remítase por favor al reportaje íntegro, para que conozca a todas las instituciones y personas involucradas con nombres y apellidos; gente del gobierno, el congreso, los partidos, chicos y grandes, el oficial y los de “oposición”; por supuesto, los del instituto electoral y los que se me escapen. Hágalo, es de público interés y muy necesario para que sepa a quién debe dirigir la máxima expresión de repudio del mexicano, esa que tiene que ver con la mortificación sexual de sus madrecitas.    

Una vez que haya mandado a todos a chingar a sus autoras, no olvide decirles que enseguida se las intercambien entre ellos para que las sigan “hodiendo” un rato más (¡ni modo, venerables señoras, quién les manda tener hijos e hijas tan pillastres!).

Y ya sólo por redondear, no deje de notar cómo, de todos los robos perpetrados en contra del interés público de nuestro estado, robos que ascienden a los miles y miles y miles y miles y miles de millones de pesos, todo lo que hoy aquí se reseña ni siquiera figura en dicha cuenta porque, como ya dijimos, se encargaron de que ni siquiera figurase como un delito, es decir, igual que el Diablo, nos convencieron de su inexistencia. ¿Así o más despreciables?