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El mejor amigo de Estados Unidos, ¿quién es realmente?
Más allá del segundo brote del COVID-19 (o extensión del primero en el caso de México), la noticia de la semana es la elección presidencial en Estados Unidos. Por momentos hasta hemos sido capaces de no acordarnos de la 4T, cosa que tiene que ser saludable para todos y debería ser recomendada por los médicos al menos una vez al mes.
Me tocó vivir (y participar en) la elección en uno de los estados clave (Michigan) y que se consideraban absolutamente necesarios para la victoria de Trump o Biden. En 2016, Trump sorpresivamente ganó Michigan por 10 mil 704 votos, cuando a nivel estatal se emitieron cerca de 5 millones de votos. Sí, el 0.2 por ciento de diferencia en aquel entonces. Como referencia, AMLO perdió con Felipe Calderón en 2006 con alrededor del 0.5 por ciento de los votos. En esta ocasión, todo indica que Biden ganará el estado de Michigan por una diferencia de casi 150 mil votos, de un total de 5.5 millones, habiendo participado un 73 por ciento del padrón de casi 7.5 millones. Eso le daría 16 votos electorales de los 270 que necesita a nivel nacional, bajo el sistema de Colegio Electoral –que es tema suficiente para una trilogía de libros– y que debería hacernos atesorar al INE (antes IFE) que tenemos en México. Realmente el INE es material de exportación y le da varias vueltas al “sistema” que tienen en Estados Unidos con órganos estatales que operan bajo reglas muy distintas entre sí.
Al momento de escribir estas líneas Biden lidera en cuatro estados (GA, NV, PA, AZ) por un total combinado de cerca de 80 mil votos (se han contado alrededor de 16 millones de votos en estos cuatro estados) y parece inminente que alguno de los medios de comunicación reconocidos (AP, CBS, NBC, Fox News, ABC, CNN, etc.) anunciará que Joe Biden ha ganado la presidencia con base en los resultados acumulados en los estados y la suma de votos electorales proyectados. Se ha escuchado a un Biden conciliador que pide paciencia y que no ha cantado victoria, pero que expresa confianza en que los números lo favorecerán. Por otro lado, se ha visto a un Donald Trump siendo eso, un Donald Trump. Previsiblemente molesto por verse abajo en los conteos, amenazando con llegar hasta los tribunales y acusando a diestra y siniestra al partido demócrata y a gobernadores y autoridades estatales, incluso republicanos, de fraude y de robarle la elección. Se vive una tensa calma ya que los seguidores más leales de Trump han demostrado antes, y lo hacen ahora de nuevo, que las palabras que salen de la boca de Trump nunca son cuestionables y se convierten casi en evangelio, sin importar el tamaño de la conspiración. Campañas de desinformación y noticias falsas salen directo de la Casa Blanca y de la campaña de Trump, enrareciendo el ambiente a un nivel en el que la tensa calma podría salirse de control con un par de chispas.
Y así, a quienes nos interesa México hemos tratado de entender qué o quién en Estados Unidos es lo que le conviene al País. Hay quienes creen que porque AMLO “le hizo el caldo gordo” a Trump encontraremos a un Biden vengativo (lo dudo). Hay quienes creen que lo mejor era quedarse con el malo conocido (Trump), aunque siempre con el miedo de que nos mantenga de piñata favorita y acentúe sus desplantes racistas antimexicanos. Frecuentemente queremos resolver la ecuación de la relación con EU únicamente con la variable americana y sin pensar mucho en la variable mexicana, eso que ponemos nosotros en la ecuación. No queremos aceptar que el que a México le vaya bien o mal depende, casi en su totalidad, de lo que el propio País, sus autoridades y sus ciudadanos hagamos. México no es tema de conversación en Estados Unidos más que en el contexto del muro fronterizo o en el de los abusos verbales (y a veces comerciales) que hemos sufrido de Trump. México no fue tema en debates, ni ha sonado en ninguna de las plataformas o planes de gobierno de los candidatos. Sabemos que la compañera de fórmula de Biden (Kamala Harris) fue la única senadora de la franja fronteriza que votó en contra del nuevo NAFTA, pero difícilmente eso señala un endurecimiento comercial del posible gobierno de Biden. Si Trump no es reelecto, nos quedarán poco más de 2 meses con un Trump enojado y frustrado, dispuesto a casi cualquier cosa por no perder vigencia ni reflectores, ese es tal vez el principal peligro para México, Estados Unidos y para el mundo en el muy corto plazo. Y tal vez el impacto más tangible que tenga México si llega Biden es que el actual embajador, Christopher Landau, no sea ratificado por Biden. Fuera de eso, debemos ser capaces de entender, de una buena vez y para siempre, que el mejor amigo de Estados Unidos es Estados Unidos; es más, es probable que ese sea el único amigo real de Estados Unidos, aunque entre ellos estén partidos en dos.