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El martillo de las brujas
Un fantasma recorre la unidad de las mujeres que la semana pasada dieron un poderoso mensaje de solidaridad en su lucha contra los feminicidios y la violencia de género, se trata del fantasma del aborto, un tema laico y secular para unas, pecado y anatema para otras, y en medio de ellas el Estado con sus leyes y la Iglesia con sus dogmas y doctrina; un enfrentamiento de dos visiones de la vida y el mundo, la del mandato bíblico de “poblad la tierra y multiplicarse en ella” contra los derechos sexuales y reproductivos de la mujer.
Es natural que un tema tan jurídico, tan social y tan profundamente humano, como lo es el aborto, haya enfrentado a las diputadas federales en pro y contra, justo después de las manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer. Un conflicto entre entidades que por otros temas se han enfrentado desde la Reforma en el siglo antepasado: la imposición de la moral dogmática de una religión y la ética laica propia de un Estado no confesional.
Y el dilema para los políticos estriba entre la convicción de una causa justa sobre los derechos y la libertad de las mujeres y la amenaza siempre latente de perder popularidad y votantes ante el acoso de los obispos más reaccionarios de México.
Y cierto es que los partidos políticos conservadores se han opuesto al aborto por principios de su doctrina. Ahora son el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido Encuentro Social (PES). El PRI veladamente y por temor a los obispos se opone al aborto en muchos estados donde aún tiene poder de decisión. Las únicas entidades donde está despenalizado el aborto son la Ciudad de México y Oaxaca. La iglesia católica ejerce un férreo control sobre su feligresía para rechazar políticas progresistas e incluyentes de la diversidad social.
Recordemos que en la católica Irlanda el divorcio se legalizó apenas en 1997 y aún hoy los procesos son agobiantes y llevan años de litigio para poder consumarse. Poderoso e influyente sigue siendo el clero irlandés. Tan poderoso que al arzobispado de Nueva York llegó el cardenal John O’Connor, aquel sacerdote irlandés que inspiró el personaje del “padre Brown” en los relatos de Chesterton. Tan influyente que vetó en su diócesis al político Mario Cuomo, gobernador de Nueva York, un católico descendiente de italianos que fue condenado al infierno por su apoyo al aborto.
Mario Cuomo enfrentó al poderoso arzobispo O’Connor conminándolo a predicar con el ejemplo y no pretender convertir el dogma católico en código penal. Con mucha razón decía Saramago que hay obispos muy livianos, pero de pesado martillo.
Tiempo después estallaría el escándalo de pederastia tanto en la católica Irlanda como en la arquidiócesis de Nueva York. Miles de niños y niñas abusados por sacerdotes y obispos. En Irlanda, el caso de las niñas esclavas fue conmovedor.
Ahora son las diputadas del PAN y del PES las que se enfrentan a miles de mujeres que luchan por sus derechos sexuales y reproductivos. Quieren convertir el dogma religioso en Código Penal. Un moderno Martillo de las Brujas legislado por mujeres. Un terrible “Malleus Maleficarum” para criminalizar a la mujer.