El Mannequin Challenge
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El Mannequin Challenge
La globalización difícilmente ha unificado conciencias en torno a causas importantes, simplemente ha hecho que la estupidez traspase las fronteras con la velocidad con que un gobernador priísta sale huyendo cuando se le descubren sus trapacerías.
En años recientes hemos visto esparcirse en forma viral fenómenos como el Harlem Shake, un video-meme (no invento nada, esto es semiótica moderna) que supone una peculiar puesta escénica coreográfica y diversos elementos de producción, con meros fines humorísticos y de entretenimiento.
Luego ascendió en popularidad el Ice Bucket Challenge, que al menos tenía la intención original de hacer conciencia y recaudar fondos para la investigación de la esclerosis lateral amiotrófica (el mal que aqueja a Stephen Hawking) y consistía en donar una cantidad o en su defecto hacer un sacrificio vaciándose encima un balde de agua con hielos, grabarlo en video y subirlo a la red, no sin nominar a un amigo, conocido o celebridad a que asumiera también el reto.
¡Caray! Si antes danzábamos para hacer llover, nuestros rituales hoy en día son bastante más rebuscados y complejos.
Hace poco cobró auge la última sensación en video-desafíos y me atrevo a decir que ha sido el más popular ya que éste implica no hacer nada en absoluto.
El Mannequin Challenge es posar en el más completo estatismo, en la inmovilidad total, como si se tratara precisamente de maniquíes (haga de cuenta diputados en San Lázaro) para que la cámara haga un recorrido registrando todos los detalles de este diorama viviente. El reto, que puede variar de acuerdo a la vocación del grupo participante, consiste en recrear una escena interesante que simule haber capturado un instante espontáneo dentro de una cotidianidad. Si no tiene absolutamente nada mejor que hacer con su vida puede ver en línea algunos ejemplos de esto que le comento, hay trabajos realmente notables y otros que por lo menos involucran a diversas personalidades.
En ninguna de las dos categorías anteriores se encuentra la versión del Mannequin Challenge que hizo el Gobernador del Estado con el equipo de rugby, Lobos de la UAdeC. Y la verdad es que podríamos dedicarle una columna a explicarle por qué en un Estado con incertidumbre económica, serias dudas sobre la honorabilidad de sus funcionarios y una nula impartición de justicia, no es buena idea, como jefe del Ejecutivo, hacerle al chistosito.
Pero no, hoy quiero hablar de otros muchos coahuilenses que le entraron contra su voluntad al Mannequin Challenge aunque primero, un poco de antecedente:
Endeudadísimo hasta el copete como lo está Coahuila, no hay trámite burocrático cuyo precio no esté más allá de cualquier posible justificación, además de que al pago siempre le adosan uno o dos conceptos extra para ayudar en otras responsabilidades del Estado, como centro histérico, educación (aunque yo creía que tal responsabilidad recaía en los goles del América), etc.
No obstante, los gravámenes que más enfadan a los contribuyentes son sin duda los derechos vehiculares, ya sea porque no tienen razón de existir, como la tenencia o el constante “re-plaqueo”, o porque no se reflejan en la calidad de la infraestructura disponible para transportarnos.
La licencia para conducir es uno de los varios documentos que uno preferiría tramitar en otro Estado de la República donde no le dejen caer a uno tan pesada la mano con las tarifas. En Coahuila el pedacito de plástico cuesta ni más ni menos que 600 pesos (¡es medio año de Netflix!).
Pero hace poco –coincidiendo con el inicio de los Juegos del Hambre, es decir, el arranque de las precandidaturas y la cuenta regresiva para la siguiente contienda electoral– nuestro magnánimo Gobierno hizo un importante descuento en el importe de dicha licencia: lo abarató de 600 a 180 pesitos. ¡Genial! ¿No?
Bueno, aquí comienzan los bemoles: resulta que para acceder al precio preferencial había que hacerlo por medio de fichas, mismas que fueron entregadas a reconocidas lideresas para que las repartieran en sectores de reconocidísima identificación priísta.
Fue tal el éxito (y ya las lideresas habían “beneficiado” a su gente con esta prerrogativa) que el Gobierno decidió hacer un descuento general por Buen Fin (aka el Black Friday de Nosotros los Pobres) y puso la licencia a sólo 200 pesitos, y medio Coahuila se volcó a pagar “aprovechando” esta ilusión de ahorro.
Pero el pago se vuelve lo de menos. El problema es que aplicó tanta gente (nótese lo jodida que está la economía familiar) que muchos han hecho fila desde las cuatro de la mañana para obtener finalmente la licencia, y es que para tomar la foto digital e imprimir el plástico, se atiende a un máximo de 250 personas diarias y aún restan miles.
Así que allí tiene a varias decenas de coahuilenses en una gélida y eterna versión del Mannequin Challenge, detenidos en el tiempo y el espacio, aguardando a ver cuándo son atendidos por este servicio que ya pagaron. (NOTA: si usted pagó a precio normal se tiene que formar exactamente en la misma cola. No hay excepciones).
Yo no sé si el mandamás de este Estado con Energía entiende o sabe calcular más o menos cuánto dinero se pierde por cada hora-hombre desperdiciada en un exasperante trámite que en condiciones normales debería tomar apenas unos minutos. Si alguien le ayuda a hacer el cálculo estoy seguro que se sorprendería, se asombraría del impacto que estos tiempos muertos tienen en nuestra economía tanto en el plano personal como familiar, pero también a una escala estatal y nacional.
Probablemente a usted el Mannequin Challenge le divierta un chorro, porque lo hacen para su probable lucimiento, pero créame que los coahuilenses que soportan filas de hasta cinco horas, no la están pasando nada bien y representan miles de horas productivas tiradas a la basura.
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