El lado del amor

Usted está aquí

El lado del amor

En vísperas del Orgullo Gay, dos propuestas de lectura: 'Esto es mi cuerpo', de Juan Antonio González Iglesias, y 'Heraclés', de Juan Gil-Albert. Gran literatura sin etiquetas

Los griegos admiraban de los persas que tomasen las decisiones importantes meditándolas a dos horas distintas: mediodía y medianoche. Si llegaban a la misma conclusión, seguían adelante. Juan Antonio González Iglesias recordó esta manera de proceder el domingo pasado en el Museo del Prado antes de pronunciar la conferencia: Masculinos y clásicos

Eran las doce de la mañana. Además de profesor de filología grecolatina en la Universidad de Salamanca y traductor de Catulo y Ovidio para Cátedra, González Iglesias es uno de los grandes poetas vivos en español. Y no digo el mejor porque no soy catedrático. Pocas veces se tiene el privilegio de asistir al nacimiento de una voz que no se parece a ninguna otra, pero eso supuso hace 20 años la aparición de Esto es mi cuerpo, ahora recopilado en Del lado del amor (Visor). Aquel libro contenía poemas antológicos como ‘La canción del verano suena más que la Eneida’, ‘Poema pleno de amor para Elena Ferrer’ o ‘Síndrome de la Fnac’. Los escribió uno de esos autores a los que uno se cree cuando usa palabras como felicidad o amor.

Y el amor fue, justamente, su tema en el Prado. El contexto era la exposición La mirada del otro, que, con motivo del Orgullo Gay, propone un recorrido por la colección a través de obras que tratan el tema de la pasión entre personas del mismo sexo. En ese itinerario caben la mujer barbuda de Ribera, el goyesco Maricón de la tía Gila y el Hipómenes y Atalanta de Guido Reni que Carlos III mandó quemar por obsceno y cuya salvación debemos a un desobediente sensible. González Iglesias empezó por la historia de Antinoo y Adriano —con parada en Marguerite Yourcenar— y terminó con una obra que está en el museo pero no en esa muestra: Carlos V y el Furor, la escultura de bronce de Leone Leoni a la que cada tanto se le quita la ropa (“igual que a un Geyperman”). Vestido, explicó el poeta, es un romano: César. Desnudo, un griego: Hércules. Dicho en griego: Heraclés.

Esa es justamente la nomenclatura que eligió otro poeta, Juan Gil-Albert, para titular un ensayo hoy mítico sobre la homosexualidad masculina. Escrito en 1955 —puro franquismo—, su autor tuvo que esperar a 1975 para publicarlo. En 2001 la editorial Pre-Textos reeditó Heraclés con un prólogo de González Iglesias, que retrata a Gil-Albert —un “invisible pero insobornable” de la Generación del 27— a la vez que, involuntariamente, se retrata a sí mismo: “Griego sin remordimientos y culturalmente cristiano”. Más todavía: un místico hispano. ¿Y qué es un místico? “Aquel que llama amor a su lugar en el cosmos”. Ni más ni menos.