El laberinto de los olvidos

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El laberinto de los olvidos

A ti Issa, en tu cumpleaños.

¿Dónde me nacería la proclividad de evocar a los difuntos? Extraña manía esa de andar desenterrando ánimas que descansan para siempre y para bien, a fin de recordar sus obras y pensamientos.
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo, se me apareció de repente a mediados del 79 en uno de los anaqueles, de aquel refugio en el que se convertiría la antigua Librería Martínez, a través de una pequeña publicación bajo el título de: “El libro de los seres imaginarios” y así fue como me surgió la búsqueda acerca de los  Lamed Wufniks.

“Una legendaria creencia judía—refiere Borges— sostiene que la humanidad siempre reposa sobre el alma de 36 hombres justos —llamados Lamed Wufniks— que no se conocen entre sí, pero que sostienen al mundo en absoluto secreto. De tal manera que si alguno de estos hombres rectos descubre por casualidad su condición, muere inmediatamente y otro —tal vez en algún remoto país del orbe— toma su lugar. Son, por decirlo de alguna manera, los pilares misteriosos de nuestro universo. A tal punto que, si no fuera por ellos Dios aniquilaría al género humano con un simple chasquido de dedos. Se dice también que son extremadamente modestos, humildes y bondadosos; como salvadores invisibles. Su heroísmo es tan sigiloso que casi nadie lo advierte. Sin embargo, su eficacia puede ser colosal; tanto, que la sola cadencia de sus actos alcanza para establecer una frontera entre el cielo y el infierno”.

La fascinación por el pensamiento de Borges, estoy seguro me brotó en ese primer ejemplar de su basta biblioteca que terminé de leer 10 años después, sin embargo la búsqueda de los hombres sabios me refiere un compromiso existencial.

Estoy seguro que en Juan Pablo II encontré a uno de los 36, otro más en mi viejo maestro de filosofía del Ateneo, más adelante entendí que el mismo Borges estaba en la lista y otros más.
30 años ya sin el famoso escritor a quien le fue negado el premio Nobel principalmente por su pensamiento político y que a finales de su vida opinaba: “Yo francamente no deseo el Premio Nobel. Los suecos son muy sensibles. Tienen toda la razón. ¿Quién soy yo para compararme con Neruda, con Kipling, con Bernard Shaw, con Bertrand Russell, con André Gide, con William Faulkner?

Nadie, evidentemente. Creo que los suecos están en lo correcto. Además, es una especie de ritual bien establecido. He perdido la cuenta de los años: me prometen el premio cada año, se lo dan a otro y ya sé cómo es la cosa. Es un ritual que se repite a sí mismo. Ahora es un hábito del tiempo”.

Sin embargo, ya fuera de tiempo, resulta paradójico que se le criticara su tendencia derechista, en los tiempos en que todo era derecha o izquierda, cuando al arribar al poder Eva Perón, lo destituyó de su cargo de director de la Biblioteca Nacional para nombrarlo inspector de huevos, gallinas y conejos de mercados municipales, fundamentándose en un comentario de Borges sobre los peligros del fascismo en Argentina.
Hoy en su memoria, pretendo referirme a él, con las palabras del otro, que contemplan la mirada en cientos de espejos  rotos y acerca de quien escribe: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico”.

Desde mis laberintos te saludo viejo sabio y enumero las claves que legaste acerca de las cosas que no hay como: el olvido, o de las que si existen, como que: el paraíso  resulta ser una biblioteca, o el cuidado de elegir a los enemigos a riesgo de irse pareciendo a ellos o al final, que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola.