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El inevitable pesimismo; en el régimen actual las cosas no están muy claras
De manera involuntaria tengo tendencia al optimismo y me parece que lo transmito, al menos eso creen mis alumnos y algunos amigos. De ahí que me haya sorprendido una idea que ronda mi mente acerca de lo irremediable que parece el futuro que nos espera una vez que pasen los tiempos que corren. Todo mundo se muestra enojado, afirma que las cosas van mal y cree firmemente que es algo que no existía y que el único culpable de nuestras desgracias, incluido el coronavirus, se apellida López Obrador.
Así que el pesimismo ronda la mente y se siente la obligación de expresarse de manera negativa para explicar lo que sucede en el campo social, el cultural o el moral. No creo haber hecho ninguna apología de López Obrador, pero sí un reproche ácido hacia el pasado inmediato y el anterior. Conversaciones sobre la epidemia, la economía, la educación mediática u otros temas son comentados con acidez por todo mundo. Tengo la mala práctica de decir a algunas personas: “No recuerdo haberte oído condenar con tal fuerza a Peña Nieto, Calderón, Moreira y demás. Fueron doce ofensivos años y hasta ahora te das cuenta de que andamos mal… Un poco distraído, ¿no?”.
Sucede que no logro entender el malestar generalizado y una sensación de que la lógica mía y la de los demás no andan en el mismo camino. ¿Qué pasará? La pregunta viene al caso porque tenemos una realidad que se ha ido extendiendo a través del tiempo y el análisis está restringido a los últimos meses. Veamos lo que viene.
Supongamos que usted tiene 30 años: está en la mejor edad de la vida. Tiene o va a tener hijos y éstos tendrán otros y ellos lo harán a su vez. Usted paga cada día una partecita de la deuda inmensa de treinta y seis mil millones, misma que seguirán pagando sus bisnietos. ¿No le duele?, ¿le parece justo? Pagamos a los banqueros ratas miles de millones cada año como abono a intereses, no a capital, lo que significa que no disminuye. Esto en referencia a Coahuila, pero a nivel nacional es igualmente grave. Peña Nieto y sus amigos se llevaron el tesoro de la nación a paraísos fiscales. De ahí mi apoyo irrestricto al combate a la corrupción.
Lo de la inevitabilidad del pesimismo es porque en el régimen actual tampoco están las cosas muy claras. Por poner un ejemplo sólo menciono la salida del gabinete presidencial de Víctor Manuel Toledo, secretario del Medio Ambiente y Recursos Naturales. No soy dueño de ningún predio y no tengo mayor acceso al agua que la que sale de las llaves, pero tenía puesta mi esperanza en Toledo porque tenía los conocimientos científicos y legales sobre el gravísimo problema de las aguas nacionales. En especial, creía que con él vendría la posibilidad de salvar a Cuatro Ciénegas, a los ejidos de General Cepeda, al río San Rodrigo, al Nadadores y a La Laguna toda. Ahora quedará el agua a merced de los chacales, varios de ellos exgobernadores, y de sus hijos. La directora de Conagua, Blanca Jiménez, no tiene más proyecto que servir al jefe.
No me gustó la manera en que AMLO despidió a Toledo: dijo, más o menos, que estaba viejo y enfermo, que se cansaba, que no soportó la presión ni el estrés. Ofensa que no merecía. En cambio, el Presidente sostiene a la pobre señora encargada de Derechos Humanos cuyo único mérito es haber sufrido la pérdida de su hermano y tener como madre a una gran mujer.
Regreso a la primera frase y vuelvo a preguntar por qué los políticos nos arrastran a la incertidumbre y al pesimismo. ¿Será el destino? No lo creo, siempre he estado en contra de la idea de destino de Martín Lutero de que todo está definido y hay que acatarlo. ¿Está destinado México al fracaso? No. Hace unos años se mencionó una encuesta mundial sobre los pueblos más felices. Entonces aparecían los mexicanos entre los primeros lugares, junto a los colombianos: la gente declaraba tener los elementos para decirse feliz, como la familia, los amigos, las creencias, la esperanza.
Termino con una frase del maravilloso guatemalteco Augusto Monterroso: “No quisiera ser de ese tipo de pesimista que no cree que la realidad contemporánea se puede cambiar por una mejor. Claro que se puede. Lo que no sabemos es qué va a pasar tres generaciones después. Es triste”.