El huevo de la serpiente
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El huevo de la serpiente
Y para que algo venturoso emerja en su lugar la humanidad tiene que discernir correctamente la encrucijada y actuar con sabiduría. La lectura simplista que el establishment global hace de nuestro tiempo lleva a la perplejidad, no a la sublimación. Decir que la sociedad se comporta irracionalmente, que hoy vivimos en todos sentidos mejor que ayer y por ende no debería haber enojo, es no entender nada. La democratización del conocimiento ha hecho que las expectativas populares excedan a la realidad: los muchos que tienen y deciden poco saben lo suficiente para reclamar a los pocos que tienen y deciden mucho. El ánimo social empeora en la medida en que la desigualdad socioeconómica y política crece.
El rechazo al statu quo provoca una sed de heterodoxia que se puede saciar para bien con los Bernie Sanders -quien empujó a la izquierda la agenda de Hillary Clinton-, para mal con los Donald Trump o para peor con el terrorismo. Pero cada vez más gente está inconforme, y existen muy buenas razones para desear un cambio radical sin odio ni violencia. Son las élites las que no ven más allá de sus narices: el modelo económico neoliberal ha de hacerse a un lado, la democracia tiene que ser más participativa y la corrupción endogámica que impera en el hábitat del elitismo debe frenarse. Si esto no ocurre el mundo se convertirá en el huevo de la serpiente.
Ahora bien, la desigualdad es causa y efecto de la corrupción. Corromper, dice la Academia, es echar a perder. México representa uno de los ejemplos más acabados de cómo los corruptos pueden dañar un país. La corrupción mexicana está en todas partes, sí, pero debe combatirse desde arriba porque de allí surgió. Y lo que tenemos arriba es un PRI-gobierno que relegó la reforma anticorrupción del Pacto por México, que cuando se vio presionado diseñó una iniciativa aberrantemente gobiernista y que luego se opuso a las partes filosas del SNA. Claro, tras la vapuleada electoral que sufrió el 5 de junio y a la luz de la evidencia de que el factótum de sus derrotas fueron sus gobiernos corruptos, vislumbra un abismo en 2018 y busca desesperadamente mejorar el humor de la opinión pública. Su problema es que no es fácil lograr que se perciba lo inexistente.
Si el presidente de la República no admite ilegalidad o inmoralidad alguna al disculparse sobre la casa blanca, ¿cómo vamos a creerle? Y es que el mensaje presidencial fue tan críptico como engañoso. ¿De qué se arrepiente Peña Nieto, de la errónea percepción ajena? Si no reconoce siquiera que contravino la ética política, ¿por qué pide perdón? La corrupción que rodea a los vínculos del gobierno federal con el Grupo Higa es tan visible, tan clara, que el truco empático estaba destinado al fracaso. Por lo demás, el hecho de que Carmen Aristegui siga padeciendo el castigo por la osadía de revelar la verdad echa por tierra el fingido acto de contrición. Ojo: la mentira es inherente a toda corruptela, y por ello el corrupto es intrínsecamente mentiroso.
Ta vez el miedo a perder la próxima elección presidencial obligue al PRI-gobierno a sacrificar a dos o tres gobernadores salientes. Dudo, sin embargo, que sea suficiente. Tampoco bastará disfrazar la restauración autoritaria, que ya ha rebasado el afán de controlar a los medios y de tener mayorías a modo en los órganos electorales y ha colocado a un incondicional en el INEGI para manipular sus cifras. Con la economía colgada de alfileres y con el fiasco de la reforma energética arrancándolos -ahí están los infames aumentos a los precios de la luz y de la gasolina- se han desvanecido los últimos residuos de credibilidad.
Quizá pronto se dilucide en qué clase de huevo se está convirtiendo el mundo. Si este México tan desigual y tan corrompido no hay un cambio de régimen, y si para colmo de males Trump se convierte en presidente de Estados Unidos, la serpiente que en la película de Ingmar Bergman presagió las tinieblas del nazismo podría reaparecer con otro veneno.
Diputado federal del PRD
@abasave