El grito que retumbó en el debate
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El grito que retumbó en el debate
Hay debates que no sirven para nada entre religiones. Se trata de convencer al que no quiere aceptar algo o alguien diferente, y ordinariamente derivan en un alegato estéril.
Hay debates científicos en los que los jóvenes intentan comprobar las preguntas no resueltas adecuadamente en los paradigmas de la ciencia que los añejos doctores que han sostenido con una devoción casi dogmática.
Desde hace 25 siglos existen los debates filosóficos, que en la actualidad la mayoría considera una pérdida de tiempo, ya que están acostumbrada a abrevarse en “frases lapidarias”, minimalistas y deslumbrantes, tan evidentes por sí mismas como cualquier refrán popular. Sin embargo, en la raíz del avance científico, social, político, religioso y económico siempre han estado los debates por el “amor a la sabiduría” y la búsqueda de la verdad, sin la cual todo caminar humano se reduce a una mera imitación de las hormigas.
Los debates entre los candidatos a gobernadores o presidentes, con todas sus limitaciones y deficiencias, son un avance en nuestra incipiente democracia. Son una confrontación de todos ellos y entre ellos –con sus ideas, su historia y sus compromisos–, no sólo es legítima, sino necesaria para que los ciudadanos electores tengan una idea más real de los personajes que aparecen fugazmente en los noticieros, en las fotografías y en los espectaculares. El debate les limpia el maquillaje, los revela ante la ciudadanía como simples mortales, con su competencia o incompetencia para pensar por sí mismos y tener la visión de lo que requiere el bien común de todos.
Estos debates que no son ni filosóficos, no buscan la verdad, sólo revelan parte de la realidad social y humana de la ciudadanía que sufre o disfruta la economía, la educación, la salud y la seguridad social. No son científicos, pues la democracia no es un teorema que hay que comprobar, es una semilla que hay que cultivar para que no se enferme y pueda generar el bien común.
Ni son para llegar a un acuerdo “anti guerra sucia”. En ellos urgen denuncias que en Coahuila han sido atomizadas, diluidas, despreciadas y que al ser expuestas con honestidad, valentía y realidad por la mayoría de los candidatos, toman carta de soberanía, de ruta y de compromiso inaplazable. La megadeuda, la corrupción y la discriminación que sufren las mayorías en relación a la salud, la educación, las pensiones y el empleo fueron fue un grito sonoro en el debate pasado, que retumbó (“y retiemble en sus centros la tierra”) por ser un coro integrado por las voces de los candidatos participantes.
La conclusión del debate no termina con buscar “quién ganó”, confundiéndolo con una carrera de caballos. La conclusión depende de nosotros los ciudadanos. No somos solamente espectadores, somos los responsables de que ese grito genere un cambio de la tragedia que evidenciaron los candidatos. De nosotros depende que ese grito sea silenciado mediante la pasividad y el negativismo que construye las dictaduras o que detone una emoción que lleve a la desintegración de un compromiso inteligente con la evolución causada por mesianismos narcisistas y egocéntricos que solamente debilitan la fuerza de la unión y la energía del grito. Ya veremos si los candidatos tienen visión del “bien común” y procuran con su sacrificio la fuerza de la unión, o si aparece su mezquindad detrás de una máscara de “apóstoles de la democracia”.