El grito

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El grito

La última vez que grité de emoción en un acto público fue en el concierto de Paul McCartney, el 27 de mayo de 2010, en el Foro Sol. Lo recuerdo nítidamente porque,  aunque grito mucho, pocas veces lo hago por la euforia de tener a alguien, o algo, enfrente.  Me invitaron a la presentación mundial del iPhone 7 en San Francisco, que fue ayer. Aunque mi emoción no llegó al grito, sí me impresionó la cara que generó en los espectadores que me rodearon. 

El escritor chileno Roberto Bolaño estaba obsesionado con la cara del lector después de tener en sus manos un texto de su autoría, decía que le gustaría ver la cara de cada persona cuando levanta la mirada después del punto final, que ahí estaba contenida la admiración o la decepción de su trabajo. 

Ayer me encontré rodeado de adultos con la mirada de niños la mañana del 25 de diciembre. No es para menos, la presentación incluía el aparato que nos acompaña 17 horas del día. Pero regresemos a los gritos.

El primero, sinceramente, asustó. Fue cuando apareció el CEO de Apple, Tim Cook, acompañado del presentador James Corden en su famoso Carpool Karaoke. Después, los gritos llegaron cuando pusieron en la pantalla a Mario Bros, los nuevos relojes y, por último, el iPhone 7.

No me detendré en las especificaciones de cada aparato, 24 horas después es obsoleto tratar de dar alguna novedad en estos tiempos, pero puedo decir que los gritos fueron intensos, con aplausos y con la sorpresa de presenciar algo que está cambiando la manera de comunicar en este mundo. O de vivir, por lo menos es la explicación lógica que le doy a la emoción presenciada (esperaría que para ellos y parte del mundo es trascendente).

La gente, sus pasiones y sus obsesiones: algunos hacen fila en San Francisco, otros dejan su trabajo y voltean a una presentación online, otros simplemente lo siguen como un evento necesario en su agenda por Twitter, Facebook, Snapchat… detienen lo que están haciendo. Es un fanatismo que se ha alimentado en los últimos 15 años y que ya no nos es ajeno. La propia marca sabe que se detiene el mundo y forzosamente acaparan las noticias de las próximas 48 horas. Más adelante vendrán las filas, la obsesión por tenerlo, los meses sin intereses y la necesidad de consumir ese pequeño infierno florido que no podemos dejar sin pila porque se nos va la vida. 

Cuando le grito a Paul McCartney tengo la esperanza de que me escuche, que sienta que alguien está ahí y que la reacción ante su voz es euforia. Ayer cientos le gritaron a una pantalla, les emociona hacia dónde se mueve el futuro tecnológico, les emociona lo que van a poder hacer con un dedo, lo que tienen al alcance de sus manos. Al final hemos adaptado nuestra vida a tratar de controlarlo todo.

Y que no se interprete como un halago a una marca, que sirva como reflexión hacia dónde vamos, el detenernos un poco en las pasiones, en lo que nos mueve, en qué los hace gritar. No está mal ser fanático de una marca pero ¿qué otras cosas nos hacen voltear la mirada? Yo vine a explorar una pasión y encontré una obsesión en tiempos modernos, reflejada en un grito. 

@jrisco