El gran Daniel
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El gran Daniel
La cuna económica de un ser humano podría definir su destino, pero finalmente la formación en valores familiares y la propia genética son factores que pueden cambiar su historia.
Daniel Bautista Rocha nació en la comunidad “El Salado” en San Luis Potosí el 4 de agosto de 1952, en el seno de una familia realmente humilde. Sus padres emigraron a Nuevo León cuando Daniel tenía apenas dos años de edad. Vivieron en colonias populares en la villa de Guadalupe, hoy ciudad Guadalupe.
Cuando niño, colaboraba con la economía de su familia aportando tres pesos diarios que lograba reunir como bolero en la plaza principal de la villa, donde debía bolear a seis personas para cubrir su cuota de apoyo.
En su adolescencia empezó a destacar por sus dotes de líder, llegando a ser el comandante de la banda de guerra de la escuela secundaria en la que estudió. Fue en esta época, a los 16 años de edad, que atestiguó por televisión de paga (porque tenía que pagar a un vecino para poder verla) el triunfo del michoacano conocido como el sargento Pedraza en las Olimpiadas de 1968, con la medalla de plata en la categoría deportiva de marcha. Desde entonces decidió ser andarín.
Al ir creciendo se empleó de muchas formas hasta llegar a ser, en 1972, agente de tránsito en Guadalupe, la ciudad que lo adoptó tiempo después como su hijo predilecto. Para entonces ya competía en carreras de fondo apoyado en su enorme resistencia física.
Daniel conoció a Raúl González “El Matemático”, quien también llegó a ser un notable medallista olímpico, que lo recomendó con su entrenador Jerzy Hausleber. Éste último lo lo aceptó como discípulo. Con ello cambió el curso de la historia del entonces joven agente de tránsito.
Asistí a una conferencia organizada por la Asociación Estatal de Cronistas Municipales de Nuevo León sobre este atleta a 40 años de su hazaña en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, en la que sorprendió al mundo al obtener la medalla de oro en la categoría de marcha de 20 kilómetros. Cuando el medallista hablaba sobre el escenario, respondiendo alguna pregunta del respetable cronista de ciudad Guadalupe, don Abel Jiménez Garza, yo grité entre la concurrencia congregada en el auditorio del Museo de Historia Mexicana: ¡eres grande, Daniel! Un grito que me salió del alma, pues lo conocí y conviví con él en un tiempo en el que no era suficientemente reconocido por el Gobierno Estatal nuevoleonés, durante el sexenio en el que fue gobernador Jorge Treviño Martínez.
En una ocasión, durante una ceremonia en la que Daniel tenía que haber participado, se le apartó para que no eclipsara a las autoridades. Me pidió que lo acompañara a su automóvil. De la cajuela sacó un paquete que envolvía su primera medalla olímpica, la que me mostró como para recordar quién era. Allí entendí muchos ángulos de su persona y de los vaivenes de los políticos metidos al deporte.
A Daniel, que fue nombrado el atleta de la década en América Latina y el Caribe, que fue el máximo marchista mexicano de 1975 a 1980; a ese hombre sencillo que jamás fue vencido por ningún extranjero, las situaciones incómodas con personas mediocres no le causaron daño, pero sí lo fortalecieron.
Sufrimos con él la polémica descalificación que sufrió faltando dos kilómetros para llegar a la meta en los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 en las categoría de 20 kilómetros. Sin embargo, a lo largo de su carrera obtuvo cinco medallas de oro: dos en la Copa del Mundo, dos en Juegos Panamericanos y la obtenida en Montreal, Canadá.
Este héroe de la adversidad cuenta con un matrimonio integrado. Se casó con una mujer que siempre creyó en él y con quien procreó dos hijos y una hija. Daniel ha luchado desde la soledad de su ser compitiendo consigo mismo, siempre tomando la delantera en las competencias en las que participó. En realidad, resulta difícil que se repita la historia de un personaje de la estatura humana y deportiva de Daniel Bautista Rocha.