El 'fino' trabajo de la Policía de Coahuila, narrado por Jesús Peña

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El 'fino' trabajo de la Policía de Coahuila, narrado por Jesús Peña

“Ah, ¿va a la torturaduría?”, me preguntó el taxista, y yo sentí como una mezcla de gozo y coraje, una cosa muy rara.

Pero él sabía por qué lo decía, me dijo y se rió con una risa que revelaba una suerte de resentimiento recesivo, no sé.

“A la Procuraduría”, corregí con cierta ironía, “ah, ¿a la torturaduría?, volvió a decir el chofer con una acidez que agriaba el ambiente.

Entonces me soltó su cuento, un cuento que comenzó una mañana que él hacia sitio afuera de una popular tienda comercial, me parece que del poniente de Saltillo.

Pues bien, él estaba estacionado, sentado el volante en su vehículo, cuando apareció intempestivamente una patrulla de la Policía Ministerial, alias Investigadora.

Varios agentes descendieron de la unidad y caminaron hasta el taxi. Que estaba acusado del robo de autopartes, le informaron al chofer, y sin más lo esposaro y se lo llevaron.

El taxista no sabía qué decir, se encontraba tan turbado que se quedó largo tiempo como el relojito ese de las computadoras, ciclado, pensando...

Luego que llegaron a la torturaduría, perdón Procuraduría, dice que lo bajaron a un como sótano y entre varios judiciales lo empezaron a golpear, pero con todo, ya se imaginará.

Al puro estilo de la “justicia”, mexicana, donde no se vea pa que nadie diga, nadie ni sospeche la tortura.  

Querían que firmara un papel donde se declaraba culpable por deliro de robo de autopartes y otros “milagritos” fabricados por los brillantes agentes de la Procu.

Y entre más se negaba a firmar más le pegaban y le hablaban con puras finezas, ya sabrá.

El taxista terminó molido, medio muerto. Sentía como si las ruedas de un ferrocarril, o algo así, le hubieran pasado por encima.
Pero se sostuvo, aguantó vara y no firmó papel alguno, ¿cómo se iba a echar la culpa de algo que no había hecho?

El colmo fue cuando arribaron los visitadores de la ingenua Comisión de Derechos Humanos, otra pifia mexicana, y le preguntaron, delante de sus verdugos judiciales, que cómo lo estaban tratando.

Por supuesto, él tuvo que pujar para dentro y decir que muy bien, que los de la Procu eran retebuenas gentes, hombre, unas hermanitas de la caridad.

A los pocos días lo soltaron, tal vez hartos de pegarle sin conseguir que él aceptara jugar el papel de chivo expiatorio, pero claro con la amenaza de que si decía algo le iba a ir peor.

Por eso desde ese día, cada vez que voy a la Procu en taxi, digo: “¡A la torturaduría!, si me hace favor”.