El fin del PRI… como lo conocemos

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El fin del PRI… como lo conocemos

Ilustración: Vanguardia/Alejandro Medina

Ayer Jorge Volpi escribió en Reforma que la próxima elección significaría la peor derrota histórica del PRI. Estoy de acuerdo con él.

A reserva de lo que el Gobierno federal esté planeando hacer con los recursos públicos y su estructura el día “D”, el 1 de julio podría representar el fin del PRI como lo hemos conocido hasta ahora.

No es el único analista que lo piensa. La especulación con base en la mayoría de las encuestas así lo señala. Vamos por partes.

Primero, estará el resultado de la elección presidencial en la que todo indica que el PRI cosechará un penoso tercer lugar. Todavía no sabemos de cuanto, pero si la elección continúa cerrándose entre dos (Andrés Manuel López Obrador vs Ricardo Anaya), todo indica que el ciudadano José Antonio Meade estará por debajo del 20 por ciento de las votaciones. Un fracaso estrepitoso después de más de 40 mil millones de pesos gastados en publicidad oficial por el Gobierno federal y ahora legalizados por la nueva #LeyChayote.

En segundo lugar están las gubernaturas, el eterno bastión de poder y recursos del priismo. De las nueve que estarán en disputa en 2018, en el mejor de los casos el PRI sólo obtendría la victoria en una de ellas. Lo que lo dejaría con sólo 13 gubernaturas vigentes, frente a 10-11 del PAN y 5-6 de Morena.

En tercer lugar está el Congreso de la Unión. Según un análisis de la consultora Integralia, Morena prefigura por lo menos como la primera minoría y el PRI como la tercera en la Cámara de Diputados, muy por debajo del PAN. En el caso de la Cámara Alta, al PRI apenas le alcanzaría para ser tercera minoría. Es decir, el PRI se convertiría, a lo mucho, en el nuevo partido bisagra para la negociación legislativa frente una presidencia de López Obrador.

Pero la implosión más grave del PRI no se verá en la representación formal del poder, sino en algo más profundo y arraigado: el llamado “voto duro”. Durante este proceso electoral he platicado con muchos priistas en campaña y todos coinciden en que “la calle cada vez está más difícil”. La gente acepta las dádivas, va a los eventos, realiza las encomiendas territoriales, pero aún así, los liderazgos de colonia no están seguros de la fidelidad de su voto. “Se nos están yendo a Morena”, me dijo un alcalde con licencia.

Ahora, eso no significa que el voto duro desaparecerá, sino que se está movilizando a otras opciones, mayoritariamente al “cambio verdadero”. El hartazgo está presente en el ánimo popular y la gente le quiere cambiar a como dé lugar.

Por último, estoy seguro que esta elección significará el fin del PRI como el partido que conocemos hasta ahora, pero no el fin del priismo como cultura política.

El tráfico de influencias, la dádiva electoral, la corrupción institucional, el abuso de poder, entre otros hábitos institucionales, ya no son exclusivas del tricolor, sino que (como también señala Volpi) han sido aprendidas por Morena, el PAN y los partidos franquicia como el PANAL, el Verde y Movimiento Ciudadano.

¿Pero si se parecen tanto por qué es el PRI el que se derrumba y emergen las “nuevas” opciones? Me parece que la alternancia es inherente al ejercicio del poder: gobernar desgasta, pero sobre todo, aísla.

La principal razón por la que el PRI está hoy en el patíbulo es que se dejó encerrar en la burbuja de poder. La soberbia que el candidato Meade y sus voceros exhiben a diario en entrevistas y debates es impresionante: “vamos en segundo lugar”, “las encuestas no definen elecciones”, “Lo bueno cuenta…”.

Esa soberbia resumida en el “pérame” de un candidato que matiza, contextualiza, precisa, indica, etc. Pero que nunca responde ni fija postura. Una retórica del detalle para esquivar una realidad vergonzosa de violencia, impunidad, desigualdad y corrupción.

Creo que algunos sectores del priismo ya asumieron la inevitabilidad de la derrota (Silva Herzog). Es más, me parece que el principal estratega priista, el presidente Enrique Peña Nieto, ya lo aceptó. Por eso René Juárez al PRI en lugar de Enrique Ochoa Reza, un priista duro para administrar los daños y conservar el mayor número de cotos de poder y presupuesto. Un cambio que no es para la victoria, sino para manejar la debacle.

Van a perder. Eso lo sabemos y ellos también. Y van a perder por mucho más mientras no aprendan. Mientras su discurso siga negando lo evidente y su actitud siga siendo pura soberbia. Habrá muerto el partidazo, pero quedará su legado informal, el priismo vivo en las estructuras y liderazgos de otros partidos.

De ganar, veremos qué tanto Andrés Manuel se atreve a matar esa cultura. Considerando que se inició ahí hace muchos años y que, ahora, ha tenido que sumarlos con tal de ganar. Para muestra, una Elba Esther Gordillo o un Napoleón Gómez Urrutia.

También sabemos que Vicente Fox no quiso hacerlo y, con su tibieza, preparó el retorno de aquel “nuevo PRI” que ahora decepciona.

Por último, de confirmarse las tendencias, López Obrador llegaría con una amplia legitimidad política y una fuerte representación en las cámaras. Mucho poder, mucho dinero. Necesitará contrapesos institucionales y más aún, necesitará oposición.

¿Estará el PAN a la altura? De eso el próximo artículo. Buen domingo.

@IngAdrianLopez