El fin de la presidencia imperial

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El fin de la presidencia imperial

Este era un México donde el señor presidente era un emperador sexenal, un tlatoani carente de la sensación de límites, jefe de Estado y jefe de Gobierno, comandante supremo de las Fuerzas Armadas y único portador de la banda presidencial, un símbolo equivalente a la corona imperial, y a todo eso estábamos acostumbrados en una especie de vasallaje voluntario y tan complaciente que, “cuando un nuevo Presidente quiso devolver a los mexicanos su libertad, estos ya no querían recibirla”.

Y tan acostumbrados estábamos a la presidencia imperial, al cesarismo vernáculo, que para muchos es difícil ahora reconocer a un presidente de carne y hueso, ajeno al esplendor de Los Pinos, sin el avión presidencial, que ha renunciado a su aparato de inteligencia y espionaje, que ha prescindido de su Estado Mayor como guardia pretoriana propia de Calígulas y Nerones y, lo que más ha impactado; que ese presidente ha decidido acabar con la corrupción.

Ya no hay caudillo ni “jefe máximo” y mucho menos un “rey sol”, y eso ha soliviantado a sus detractores y adversarios políticos. El momento que hoy vive el nuevo mandatario tiene semejanza con el que padeció el presidente Madero en cuanto a linchamiento mediático, a la feroz reacción de la oligarquía, la animadversión de conservadores y el resentimiento de la alta burocracia desplazada.

La tragedia para don Francisco I. Madero fue que no previno su legítima defensa. No recurrió al rigor de la represión y la crueldad contra sus enemigos. Algo de terror era necesario para evitar el máximo terror que luego estremeció a todo México. Las consecuencias de su bonhomía fueron catastróficas; lo derrocaron y luego lo mataron. Mucha sangre costó su traicionada buena voluntad.

Y así como la buena voluntad de Madero se topó con la reacción de la dictadura, el presidente democrático de hoy se enfrenta con la reacción del sistema corrupto que va del policía al MP, del juez al ministro, del alcalde al gobernador, de legisladores locales y federales, sindicatos, empresarios y partidos políticos. ¿Cuántos de estos frentes tiene abiertos hoy López Obrador?

Acostumbrados al autoritarismo presidencial, hoy nos sorprende que el nuevo mandatario no llegue encarcelando líderes sindicales, defenestrando gobernadores, barriendo la Suprema Corte o persiguiendo opositores.

Y eso puede propiciar especulaciones sobre un supuesto vacío de poder, cuando vemos al nuevo mandatario llegar en Jetta y viajar en clase turista, sin el estado mayor y sin guaruras. Ojalá y esto no sea causa de equívocos y confusiones que afecten a la más pura y necesaria gobernabilidad.

Y aquí cabe citar a Carlos Fuentes y “La Silla del Águila”. El siniestro Tácito de la Canal, jefe del gabinete, le dice al presidente Lorenzo Terán: “Tenga a la vista señor Presidente que usted debe poseer el don imperial. Deje que otros sean buenas gentes. Usted no tiene derecho a serlo. Este país se arrodilla ante el poder con respeto y temor, no acepta la bonhomía, y mucho menos la simplicidad ranchera en la figura presidencial”.