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El falso Messi
Tenía que haber sido su Mundial, el que lo consagrara, definitivamente, como el mejor futbolista de la historia. Pero Lionel Messi se despidió de Rusia 2018, quién sabe también de la selección argentina, con una dolorosa derrota por 4-3 frente a Francia y un nuevo experimento fallido sobre su ubicación.
No funcionó el enésima ensayo de Jorge Sampaoli para tratar de aprovechar al máximo las cualidades del genio de la "Albiceleste" que, un partido más, vagó por la cancha como un futbolista vulgar.
Apenas hubo noticias del crack del Barcelona en el Kazan Arena, más allá del disparo que en el segundo tiempo Gabriel Mercado convirtió en gol. O la asistencia en los instantes finales a Sergio Agüero, cuando ya las esperanzas se agotaban.
El seleccionador argentino lo mandó a hacer de falso 9 y Messi se perdió. No encontró nunca su lugar en la cancha ni socios con los que aliarse para generar peligro en el área gala.
Tanto fue así que el cinco veces Balón de Oro apenas conectó dos disparos en los noventa minutos de un partido que inició sonriendo al himno argentino y concluyó con la mirada perdida en ningún lugar.
Luego, consumado el fracaso, Messi enmudeció. Ni una sola palabra salió de su boca para decir qué sentía, qué pensaba, qué haría.
Muy serio a su salida del vestuario, se confundió entre sus compañeros y, sin pararse ante los periodistas, desapareció en el autobús de Argentina.
"Contábamos con el mejor jugador del mundo... contamos -se corrigió- y buscamos de todas las formas rodearlo. Siendo sólidos. Con un montón de ítems para aprovechar esa virtud única que teníamos con él. Por momentos se logró y por momentos no", acertó a explicar Sampaoli.
Y es que la nueva prueba fallida del seleccionador argentino dejó al crack del Barcelona demasiado alejado del arco y del balón, desconectado de los hombres de adelante, principalmente de Ángel Di María, autor del primer gol de los argentinos.
"¡Así de grandes los tengo, así!", festejó en tono reivindicativo "El Fideo" tras lograr el tanto entonces del empate 1-1.
Pese a su "soledad" táctica, Messi fue el primero en correr a abrazar al cuestionado extremo del Paris Saint Germain.
Todo parecía posible, más aún cuando, ya en el segundo parcial, los vigentes subcampeones del mundo se pusieron por delante, después de una jugada protagonizada por el astro del Barcelona, un disparo con cierto veneno desde la frontal del área que Mercado desvió a gol.
El capitán argentino se dirigió, entonces, a la hinchada y, con sus manos alzadas, pidió más aliento; fuerza para seguir afrontando un duelo que debió de intuir más complejo de lo que reflejaba el marcador.
Fue casi la última gran acción de Messi, que recibió el rápido empate galo como un mazazo, cabizbajo, como si todo estuviera ya perdido, cuando aún quedaba un mundo de partido.
El 10 seguía sin aparecer. Sin encontrar el modo de quebrar la sólida defensa de una Francia que, liderada por un espectacular Kylian Mbappé, no desaprovechó las flaquezas albicelestes: sus evidentes debilidades atrás, su incapacidad para generar ocasiones adelante, la evidente desconexión de Messi, que ya sólo caminaba.
A cada gol de los dirigidos por Didier Deschamps, el cinco veces Balón de Oro respondió de la misma manera: cabizbajo, ausente, derrotado.
Ni siquiera el último tanto de su amigo Agüero, al que asistió sobre la hora con un gran pelotazo, pareció hacerle creer en el milagro. Messi continuó bajando la cabeza, contrariado.
Con la eliminación consumada, el capitán argentino caminó sin demora hacia el círculo central, se colocó cerca de Éver Banega y, con la mirada perdida en la grada, esperó a que todos sus compañeros llegaran para despedirse de su hinchada.
Uno a uno, Deschamps incluido, los futbolistas franceses pasaron a saludarlo. Paul Pogba hasta lo abrazó con cariño por detrás.
"Todos sabemos que jugamos contra el mejor jugador del mundo", diría, ya en la zona mixta, el feliz mediocampista francés.
"¿Hace cuánto tiempo que lo veo? ¿Diez años? Lo miro y aprendo de él y me hace amar el fútbol siempre", agregó, con admiración sincera.
Messi siguió impasible a todo, sin dejar traslucir ninguna emoción. Y mientras la FIFA mostraba sus estadísticas comparadas con las de Antoine Griezmann, dos asistencias, siete pases clave, apenas un disparo, según el organismo que rige el fútbol, el astro emprendió el camino del vestuario mirando a ninguna parte. Nadie lo sacó de ahí.
La hinchada argentina, mayoritaria y esta vez sí incondicional, no supo entonces a quién buscar. Aún pasmada, sin poder digerir el fracaso que muchos predecían, comenzó a retirar de a poco las numerosas pancartas con las que alentó a los subcampeones del mundo.
"En las buenas y en las malas, a mi lado siempre tú", decía una de ellas, entre dos figuras de Messi. Esta vez fue en las malas. Y de nuevo el astro no alcanzó. Tal vez nunca más lo haga. También en eso, Messi calló.