El espejismo de las nuevas narrativas

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El espejismo de las nuevas narrativas

México está sediento de un mito nacional. Lo pidió a gritos y lo consiguió: aquí está ya la "Cuarta Transformación". Como en otros países, donde surgieron y florecen o languidecen, según sea el caso, nuevas repúblicas, la intensidad del deseo por una identidad nueva se aprecia mejor en el trasfondo de la más larga transición en la que estamos: del Estado nacional a lo que aún inciertamente llamamos comunidad global. La generalización de esa urgencia en regiones donde germinaron democracias de la "tercera ola" da lugar a nuevas narrativas que tienen por figuras centrales al "pueblo", el rescate de la "nación" de las turbulencias globales y la fijación del poder en referentes centralizados y verticales que se encargan de negar, ocluir y satanizar a los "otros", enemigos del pueblo: los medios de comunicación según Trump, los "conservadores" agrega AMLO, la Unión Europea afirman Duda, Orban, Le Pen y los neofascistas alemanes e italianos, los "comunistas" completa Bolsonaro. Cada uno construye su "otro" incomprensible, el lado oscuro de sí mismos, el espejismo en el que se reflejan, el enemigo al que prefieren no aceptar como adversario. El precepto democrático de coexistir con el adversario, con la inevitable otredad ideológica, no se les da. Creen ser revolucionarios siendo profundamente retardatarios.

Las nuevas narrativas se enderezan casi siempre en contra de economías abiertas, ciudadanos libres, instruidos y activos, libertades amplias y vínculos de autoridad horizontales; elementos todos inseparables de la vida democrática. Figuras pragmáticas, sin pretensiones heroicas más allá de encontrar en el horizonte común el terreno transitable. Nada épico, nada de hombres o mujeres nuevas o mitos fundacionales, ninguna mística que no sea la de ocuparse de los asuntos, esos sí, trascendentales, de mejorar la vida con el esfuerzo propio y el apoyo ajeno.

Después de todo, para la democracia y los demócratas el terreno no era fácilmente transitable; abrir camino impone una gimnástica de sacrificios, responsabilidades, derechos. Pero la escala de los esfuerzos resultó minúscula al lado de las inhibiciones y complejos desatados por una globalización amenazante y, querámoslo o no, irreversible. El "neoliberalismo" (imprecación habitual en estos días), con permiso del Estado nacional liberó al genio financiero de la lámpara de ataduras locales que lo contenía sin aplicar las instrucciones para domesticarlo. No basta satanizarlo para comprender la transformación del orden social, económico y político mundial en curso. El Estado nación ya no es un andamio firme para construir el futuro. Sobre él o con sus escombros se pueden construir utopías regresivas, que convocan lo peor de lo que somos, o proyectos plurales de futuro que echen mano de las herramientas más nobles que (también) hemos desarrollado: la solidaridad, la imaginación y el conocimiento.

Si la democracia no prendió en el corazón del "pueblo", se impone preguntar: ¿será duradera la flama nacional popular? ¿Podrá edificar un edificio complementario o uno supletorio ("delegativo") de las instituciones democráticas? ¿Será capaz el Estado de sintonizar, como lo hizo en el pasado bajo circunstancias muy distintas, la economía con la política y ambas con los formidables flujos de significados e información que atraviesan todas las capas de nuestra dermis? Creo, con muchos otros, que no. Las identidades cerradas son profundamente reaccionarias. Sus resortes no pueden funcionar si no se refugian en el esperpento populista. A corto plazo alimentará las ilusiones de recuperación de la soberanía, pero no podrá sustraerse a tendencias que no está en su poder detener, como la innovación científico-técnica, la comunicación masiva mundial y la diversificación cada vez mayor de las oportunidades de desarrollo para los países emergentes, las que dependen de la interacción dentro-fuera.

Cada utopía regresiva construye su narrativa. Con ella trata de fundar un mito que apacigüe los demonios de la incertidumbre ante lo desconocido, que llevan a la falsa conciencia de la impotencia. Esas utopías no son realistas, por eso están destinadas a brindar protección inmediata y, cuando arrecien las tormentas, a estrellarse en los escollos de la realidad que negaron.

Twitter: @pacovaldesu

Por Francisco Valdés Ugalde
(Académico de la UNAM)
EL UNIVERSAL