Saltillo, la ciudad donde más se 'googlea' la palabra suicidio

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Saltillo, la ciudad donde más se 'googlea' la palabra suicidio

Aunque no es de las ciudades donde se registran más suicidios, la capital de Coahuila sí es donde la gente más ‘googlea’ esa palabra, sólo superada por Aguascalientes y Chihuahua

Justo es decirlo: Saltillo no es el municipio del País donde más personas se suicidan. Ni siquiera está cerca de liderar la estadística recogida por el INEGI, contrario a lo que se cree y se propaga. Es de los punteros, en cambio, en “googlear” la palabra “suicidio” en el buscador más popular de internet. La ventana al mundo. El Dios actual. 

En ese rubro, denominado “Google Trends”, sólo es superado por Aguascalientes y Chihuahua.

Es decir, en Saltillo hay más personas buscando información sobre un suicidio potencial, que personas cometiéndolo. Hemos llegado, pues, al quid de la cuestión: el entorno del suicida; la sociedad en que se desarrolla.

José Emilio Pacheco escribió hace 40 años una prosa que continúa vigente: “nos hemos vuelto comparsas de un melodrama en que bajo el nombre de noticias el mundo se ofrece como espectáculo a sí mismo”. “Somos legión y somos prescindibles, desechables, inmemorables. Somos espectadores y sobrevivientes. Pero, ¿por cuánto tiempo?”.

El efecto Werther

A fuerza de repetirse, en los medios masivos de comunicación se consolida el formato: primero se destaca el número del suicidio cometido, y, en un segundo momento, se pormenoriza el asunto estructurado como nota: cuántos años tenía la víctima, dónde vivía y por qué lo hizo.

Ni el estilo ni el encuadre ni el tratamiento de la información sufren alteraciones independientemente del caso: hay un exacerbado énfasis en seguir la cuenta. Un rosario que, a la larga, despersonaliza a los individuos involucrados.
Y motiva.

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A mediados del siglo XX se publicó un estudio que demostró cómo el número de suicidios se incrementaba en Estados Unidos al mes siguiente de que The New York Times difundiera en su portada noticias relacionadas. Como referencia se configuró un término para describir la imitación de la conducta: “el efecto Werther”, llamado así por la novela: “Las penas del joven Werther”, de Goethe (1774), que provocó en su época una cadena de suicidios que parecían imitar al protagonista.

Ahora bien, si consideramos el suicidio como un fenómeno conductual y lo que se busca es un paliativo, habría que volver entonces a los básicos y recordar que no existe lo que no se nombra. Aplicarlo.

Y que a ésta reflexión convertida en artículo, como la película de Los Hermanos Coen: “Quémese después de leerse”, le suceda ídem.

Un fenómeno que 
a todos rebasa

Por lo demás, ¿realmente se está haciendo algo para revertir la creciente tendencia en la Región Sureste del Estado?

El Gobierno de Coahuila esbozó remedos de solución el sexenio anterior como encaminar el caso hacia el Centro de Salud Mental (dando por hecho que se trata de un padecimiento psiquiátrico), o encargárselo a la Secretaría de Salud (asumiendo es un problema epidemiológico). El Ayuntamiento de Saltillo del cuatrienio pasado, por su parte, auspició pláticas de prevención en centros escolares y de trabajo (circunscribiendo a la vena psicológica la prevalencia).

Publicado en 2010 por la Revista Mexicana de Neurociencia, un acercamiento a la psique de los universitarios en Saltillo arrojó luz en 2 datos, hasta entonces inexplorados: el 50 por ciento de la muestra representativa, entre 17 y 26 años de edad, se deprime por lo menos una vez a la semana, y 22 por ciento de ellos ha tenido pensamientos suicidas alguna vez. Si bien el estudio ha quedado atrás en el tiempo y el espacio, es un punto de partida para descifrar un patrón de conducta y elaborar un diagnóstico ampliado a futuro.


Sin embargo, no ha existido una política pública para la prevención que aborde la problemática desde un análisis frío, lineal, de gráficas, tablas y bases de datos. Tampoco un simple mapeo a fin de ubicar en que zonas habitan y qué características socioeconómicas predominan en los suicidas.

Ni hablar del aspecto multifactorial que configura el fenómeno, el cual enunció Durkheim, sociólogo francés, en su clásica obra “El Suicidio” de 1897. Desde la genética, el medio ambiente, depresión, problemas en las relaciones interpersonales, dificultades económicas, enfermedades crónicas, festividades del calendario, vicios adquiridos, la influencia de los medios de comunicación y más recientemente de las redes sociales, hasta particularidades basadas en dogmas de fe como que los Millennials (nacidos entre 1983 y 2000) toleran menos la frustración a diferencia de la Generación X, por citar un ejemplo.

Agrego uno más: la corrupción.

Tampoco nos hemos puesto de acuerdo en lo esencial: definir con qué rasero lo vamos a medir. El de la moralidad o el de la legalidad.
Nadie le atina al clavo. Ninguno sabe por dónde entrarle. Es una situación que rebasa transversalmente a todos y desnuda las estructuras que se hacen llamar instituciones y que son autoridad porque monopolizan el uso de la fuerza pública.

La (inexistente) cohesión social

Un primer paso hacia delimitar el problema objetivo es aprender a cohabitar con él, normalizarlo, y entender particularmente que no somos lo que se dice que somos como sociedad saltillense.

Vuelvo una vez más a las palabras adecuadas de José Emilio Pacheco: “el suicidio es una crítica radical de nuestro modo de vida y por supuesto un asesinato simbólico”.

¿No le dice algo sobre cultura la existencia de una sola librería en una región que linda el millón de habitantes? (como atenuante, desde luego, se podrá decir que los e-books y la entrega de libros a domicilio gratis dominan el mercado).

¿No le resulta extraña la escasa práctica de actividades al aire libre, recreativas, lúdicas, pese a que no existe un clima extremo u otros factores de riesgo que las impidan? (y las que hay, están confinadas a una ruta dominical de cierta dimensión en cierto horario).

Tan sólo en 2017, para dimensionar, hubo cerca de 4 mil quejas formales ante la Dirección Municipal de Ecología, en Saltillo, por “vecinos ruidosos” (como agravante: si quienes desconocen el procedimiento y quienes no se quejan por miedo a represalias interpusieran la suya, la cantidad se dispararía exponencialmente).

¿Qué tiene que ver esto último con el suicidio?, se preguntará usted.
Es la cohesión social. O la carencia de ésta, más bien. El respeto —o falta de éste— por el espacio del otro. De terceros, aunque los desconozcamos. La nula comunicación y entendimiento entre vecinos que integran una comunidad.

José Emilio Pacheco en “Desde entonces” (1978) ha dicho que, “sobrevalorándonos, pensamos que una palabra nuestra, un gesto solidario, los consuelos de la filosofía cristiana, el recuerdo de los buenos momentos en compañía, el despliegue de nuestras propias humillaciones y fracasos, un sarcasmo oportuno hubiera bastado para conjurar el suicidio”.

Sin embargo, “más que en nuestro íntimo sufrimiento, en estas maniobras se revela el horror de estar vivo. Tan culpables nos sentimos que nadie quiere cargar con la culpa”.
Postdata

Al momento de publicar este artículo acaba de ocurrir el suicidio número 14 del año en la Región Sureste de Coahuila. En la colonia Bellavista.

     La víctima tenía poco más de 40 años; la necrológica proyección para 2018 camina sin alteraciones, cobrando en promedio una víctima cada 3 días.
Y nos empeñamos en seguir contando muertos…

@luiscarlosplata