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El ensayo
El ensayo es quizás la mejor manera de hacer bella la ignorancia. Como no lo sabemos todo y mucho menos conocemos a fondo ningún tema, cualquiera que éste sea, resulta muy conveniente administrar, ordenar, darle sentido a la buena ignorancia; es decir a la posibilidad de pensar y expresar ideas del mejor modo posible. Saber mirar de lejos, de cerca, en perspectiva, o en el centro del asunto a tratar, son herramientas propias del ensayo. Montaigne confesaba elegir cualquier argumento al azar sobre determinado tema y entonces comenzaba a escribir. La figura de Montaigne se halla históricamente ligada a la noción canónica de ensayo, pero cuando se piensa en Séneca, Cicerón o Pico de la Mirandola, uno entra en graves problemas de definición. El ensayo es también una especie de anti o contra género, de género problemático, pues en él cabe desde una gallina hasta la dialéctica de Hegel. Yo creo que ayuda a pensar y a poner en marcha la imaginación, la revisión de ideas o conceptos y echa a andar el lenguaje frente a su propio espejo. En su libro "El ensayo mexicano moderno" (FCE; 1956) José Luis Martínez, reconocía diez 10 clases diversas de ensayo (periodístico, de crítica literaria, teórico, doctrinario, etc...), pero es evidente que esa clasificación puede tender hacia el infinito y las ramas de un árbol tan frondoso crecerán a su antojo. Hace tiempo le escuché decir a Carlos Fuentes que no se sabía si un escritor era inteligente hasta que no escribía un ensayo. Hay quien concibe el ensayo como una exhibición de inteligencia (no de erudición), en cuanto la concibe como comprensión del mundo que le atañe. Y, sin embargo, el ensayo permite, si se le antoja, como he dicho, sumar la ficción, la biografía o el dato científico.
Si Vasconcelos decía que el pueblo necesitaba leer la "Iliada" para progresar, yo me conformaría con que leyeran ensayos, no el pueblo (aún no sé bien qué es eso), sino algunos, los que puedan hacerlo, de cualquier clase social o cultural. Yo prefiero el ensayo sencillo, breve y cuya sabiduría no se muestre a través de una erudición explícita, sino soterrada. Y no me importa si se inclina a lo filosófico, biográfico, literario, político, etc., ya que mientras contenga experiencia y sabiduría siempre será de provecho. Los articulistas, quienes prologan libros, aquellos que escriben cartas o discursos públicos, todos ellos, si poseen cierta calidad y esmero, realizan brevísimos ensayos cuya lectura hace bien a los escasos lectores que todavía rondan en este mundo. "La vida nos devora, pronto seremos un cuento", escribió R. W. Emerson, quizás uno de los ensayistas más provechosos que haya leído: sabía leer y su escritura y juicios nunca parecen vanos. Tal vez no sólo seamos un cuento, sino también un ensayo; es decir un intento de pensar al mundo desde la conciencia de uno mismo y, por lo tanto, desde el ser otro y desde ser el otro. Séneca se quejaba en sus epístolas morales de que se atacara a los filósofos y se les considerara rebeldes, ya que los filósofos escriben para que la casa no se derrumbe. No es vacuo aprender a pensar y de ese modo hacer buenas leyes, creía Séneca.
Ensayistas que han escrito en castellano hay buenos a montones y este espacio es limitado para nombrar siquiera a una porción de ellos. Octavio Paz fue uno de los más lúcidos e imaginativos, pero en todos los ámbitos uno encuentra buenas adicciones para la reflexión (en tres meses se cumplen 30 años de la publicación de "El Imperio perdido", de José María Pérez Gay). La misma concepción de ensayo es ya rebelde por principio, puesto que se opone a la definición precisa, al dogma, al género que nos tira en la espalda una carretada de normas a seguir. En pocas palabras se trata, el ensayo, de un descarado ejercicio de libertad. Aunque, como sabemos, y como lo exponía el anarquista Errico Malatesta, a la mayoría nos parece más cómodo y confortable vivir amarrados a una silla que caminar por propia voluntad.