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El encaje de su vestido no encajaba en aquel antro
Les platico que muy apenas había luz, pero de todos modos la reconocimos.
Fue antes de la pandemia -obvio- y nos metimos a a ese lugar porque ahí se le había ocurrido festejar su cumpleaños a una amiga de la irreverente.
"Ni viene al caso", pensé. "¿Qué necesidad y necedad meterse a un tugurio así para apagar una vela más en el pastel de la vida, siendo que aquella noche ni pastel había, y vida, más o menos?", volví a pensar.
Y era eso, un tugurio, por más que estuviera en el otrora popof y luego -en tiempos de la 4T- fifi Centrito de la Del Valle sampetrina.
En tiempos de Elena Poniatowska -que aún vive, para fortuna de sus amigos- se les decía catrines a los que viven en las zonas ricas de los pueblos, que lo siguen siendo, pueblo y pueblerinos sus moradores- aunque pisen suelos de la tres mil dólares el metro cuadrado en sus casas y leoneros aposentos, negocios e iglesiotas como los de la Del Valle sampetrina.
El asunto es que a pesar de la penumbra supimos que era ella y no nos sorprendió tanto verla ahí, sino con quien estaba.
A sus pies, bien quietecito y peinadito, estaba su acompañante.
Cuando me le acerqué para saludarla, soltó un leve gruñido, propio de los machos mexicanos cuando ven que otro se le acerca a su dueña.
Pero fuera de eso, nada, bien portadito, lampareado igual que ella ante los juegos alocados de las luces del mentado antro aquél.
Aunque la música estaba a todo lo que da merced a una especie de disc jockey que parecía tener más brazos que tentáculos un pulpo, preferían seguir sentaditos uno a los pies de la otra, literal.
Entonces, la pregunta fue inevitable: "¿Qué haces aquí con él?". Y ella respondió: "Es el mejor acompañante que he tenido en mi perra vida. Lo más que hace es gruñir y eso nomás cuando no le doy lo que quiere o cuando en vez de pasearlo prefiero que nos quedemos en el depa a ver series. Pero fuera de eso, es dócil como nadie y me ama con pasión y locura, con tanta locura que a pesar de encabronarme sin motivo contra él, siempre me menea la cola".
"Oye, y ¿cómo se llama?", le inquirí.
Y ella respondió: "Firulais", y luego le pidió: "ándale, Firulais, dale la mano a mi amigo Plácido".
Y ahí desde donde estaba, echado a los pies de su ama, Firulais me la dio...
PD: El antro aquél del que les he platicado, lo acaban de cerrar.
Ahora que pasamos por el Centrito de la Del Valle sampetrina, preguntamos a los chalanes que subían unos como gabinetes de aluminio a una troquita con redilitas tipo estaquitas, y nos dijeron que el dueño se había cansado de perder lana en todo el 2020 y lo que va del 2021. "Pinche AMLO", le oí mascullar a uno entre dientes...
Méndigo bicho, si de perdida fuera tan dócil y domesticable como el Firulais.
CAJÓN DE SASTRE
"Nomás los perros quieren así, y más si son café, y más si son de la calle", dice la irreverente de mi Gaby, que por cierto, se casó con un perro café... que es de la calle, pero no callejero..
PD 2: Los perros café todo lo agradecen, todo lo gozan. Son los únicos que antes de cruzar una calle, voltean para los dos lados, por eso, es raro que los atropellen. Difícilmente se mueran de hambre. Comen poquito y lo que sea lo disfrutan. Son de bajo mantenimiento, aunque adoran las manos que les acarician. Sobreviven de cualquier cosa; duermen en cualquier lado; se adaptan con facilidad, y a pesar de que le menean el rabo a todo con quien se cruzan, no siguen a nadie, porque les gusta su libertad. Por eso, yo soy un perro café.