El dolor ajeno

Usted está aquí

El dolor ajeno

Los coahuilenses no somos seres angélicos dotados de una historia sin mancha

En Ajalpan, Puebla, las masas enardecidas vencieron a la policía que custodiaba a dos jóvenes encuestadores confundidos con secuestradores: los torturaron y quemaron. 

Acaba de aparecer “La casa del dolor ajeno”, de Julián Herbert, que trata de algo infame: un gentío asesinó a 303 chinos en Torreón en 1911 como diversión, con métodos brutales.  Llega al mercado en un momento propicio para reflexionar sobre la ética, la ley, la tolerancia, el racismo, los usos del poder y la barbarie.

Cervantes escribió que la historia es madre de la verdad. Herodoto bautizó el oficio de compilador de datos del pasado bajo la palabra historia, que significa encuesta, e “istor”, “el que sabe”. Tucídides rompió con las ideas de su tiempo que asumían que los sucesos eran planeados por los dioses y el historiador debía registrarlos, decir lo positivo, la grandeza del pueblo, sus mitos y sus grandes hombres. Destruyó el providencialismo cuando escribió la historia de un pueblo justo, víctima de quienes querían imponer su voluntad, que lo castigaron y diezmaron: esa guerra fue ganada por los que tenían mejores armas y estrategia; añadió que perdieron la guerra los que tenían el derecho, la justicia, la razón y el beneplácito de los dioses.

El historiador debe buscar la verdad aunque sea desagradable. Paul Valery expresó que: “La Historia es el más peligroso producto elaborado por la química del intelecto. Sus propiedades son bien conocidas: hace soñar, embriaga a los pueblos, engendra en ellos falsos recuerdos, exagera sus reacciones durante el reposo, los conduce al delirio de grandeza o de persecución, y vuelve a las naciones amargas, soberbias, insoportables y vanas”.

Apenas salió a la luz hay quienes califican el libro de patético. Hay glosas banales, malévolas e ignorantes que buscan una intencionalidad en referencia a una suerte de altercado callejero para golpear a los laguneros. En contra de tal reduccionismo la obra debe leerse por lo que dice y la forma en que está escrito: ¡maravillosa! Mis consideraciones pueden ser subjetivas porque tengo un enorme aprecio por el autor.

¿Por qué escoger un tema triste, vergonzoso, apabullantemente, violento e inhumano como tema de estudio? Søren Kierkegaard dijo que no hay historia del pasado: toda historia es historia del presente. El filósofo danés apunta que tomamos temas pretéritos porque nos duele el panorama actual.

“La casa del dolor ajeno” es obra ejemplar que parte de experiencias de escritura de Herbert como la novela, el ensayo y la poesía a las que ahora mezcla la entrevista, el relato y el reportaje. El vagabundeo entre géneros, cada uno con sus fronteras, resultó productivo, pero hay que tener talento para no hacer el ridículo al emplearlos.

Exhumar a 303 muertos que nunca se enteraron del porqué de su mala estrella sería sospechosamente cercano al masoquismo, pues los asesinos fueron protegidos por un velo que cubrió su crimen. Los chinos murieron por vestir diferente, hablar otra lengua, hacer trabajos de mujeres, tener ojos semicerrados, piel amarilla y usar trenza. ¿Se les mató por desemejantes?, sí, en parte. No eran “nosotros”.

Pocos asesinos fueron castigados. Ahora sabemos sus nombres. La gente de Torreón, con excepciones, creó un imaginario que atribuye a Villa la masacre. No pudo ser: estaba atacando Juárez. Es tan inocente el ardid que para referirse a los exterminados, taxistas y empresarios actuales les nombran en diminutivo “los chinitos”. Herbert denomina la masacre “pequeño genocidio en La Laguna” y le encontraron un asesino para expulsar de la mente la culpa. Los homicidas fueron los maderistas y muchos civiles de Torreón, Viesca, Matamoros, Lerdo y Gómez Palacio. Emilio Madero estaba en Gómez Palacio y no intervino.  

Es un libro necesario porque el momento que vivimos lo requiere y porque los muertos piden resucitar, aunque sea junto a sus homicidas. El genocidio no tuvo consecuencias en la conducta de los mexicanos porque después se registraron clubes antichinos muy activos en el Distrito Federal, Baja California, Sinaloa, Sonora y otros lugares. En Coahuila todavía en 1924 apareció en los periódicos locales una Liga antichina en San Pedro. No hubo arrepentimiento, por tanto no puede haber perdón.

No me impactó el libro; me conmocionó. Deberíamos leerlo y comentarlo, lo cual no nos eximirá de un enorme malestar, pero al menos no seguiremos creyendo que los coahuilenses somos seres angélicos dotados de una historia sin mancha.