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El desierto de Cuatro Ciénegas
1
Nos recibió suavemente el desierto. Nubes enfilaban en murallas. El sol atrás. Atrás. Atrás. El agua, desde arriba, nos cuidaba. Este fue el abrazo.
2
De ojos verdes. De ojos azules. De ojos cobrizos. De ojos grises. De ojos ambarinos. Así es la mirada de las pozas.
3
Un suave sol hace arder el segundo día, es tamizado por cierta bruma. De a poco nos huelló la espalda, los brazos y la mirada. ¿Quién queda a salvo de su marca que es vida, que es muerte?
4
Bajo nuestros pies el suelo se mueve, deja salir suaves tufos. Y yo que tengo hambre de pelícanos, de su albo rastro en el invierno acá. Pero esta primavera me despierta para ver el pico de las cigüeñuelas y su rebuscar en el barro los insectos.
5
No importa el ardor. Peces y tortugas aún encuentran sitios a dónde huir, en donde estar. ¿Cuánto tiempo más serán salvos en sus territorios, suyos que no nuestros?
6
Con cadáveres de bacterias azules se edificaron templos y casas. Esta es la unión visible de lo intangible.
7
Manos de la comunidad obsequiaron platillos y posada; dieron llaves, abrieron puertas a horizontes. Este fue el otro gran abrazo.
8
Habremos de narrar en honor a la verdad y a la belleza.