El derrumbe del genio

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El derrumbe del genio

Foto: Archivo

“Se terminó para mí la Selección, no se me da”.- Lionel Messi. La frase de la frustración y el desconsuelo. El sinceramiento ante otro fracaso. La cara más visible de la resignación. Un insulto figurado a la injusticia del futbol. El derrumbe del genio se materializó.

Messi se cansó de apostar un pleno a su carrera en “su” selección sin recibir nada a cambio. Cuatro Finales perdidas, terminaron por darle forma a su cruel sentencia. 

Messi, siempre sospechado y puesto a prueba, ha dado claras evidencias de jugar por amor a una camiseta de un país que por nacimiento le pertenece, pero que deportivamente fue considerado siempre un extraño.

Messi siempre se sintió en deuda con todos, pero primero consigo mismo. Paradójicamente, su desmesurado talento fue el gran culpable de esa frustración y cansancio. Las presiones, los comparativos con Diego Maradona, con el Barcelona, y las exigencias  sin márgenes de error, le fueron carcomiendo las ganas, las ilusiones, pero siguió.

Messi ha jugado los últimos años con Argentina para buscar esa gloria que le fue esquiva con la mayor, pero también para ganarse un absurdo perdón de los argentinos, un pueblo futbolero voraz para enjuiciar y tremendamente escéptico a la excelencia de cualquier figura nacional.

Messi, al mejor jugador del planeta, le tocó absorber el ayuno sin títulos más grande y duradero de la selección. De ahí su desilusión. A Messi le reclamaban un futbol que desde hace mucho tiempo no tiene Argentina.

Messi nunca tuvo paz en su país ni la tendrá. Para el seleccionado representa el símbolo de una generación perdida y perdedora. El genio ha tomado una decisión.

Lo podrían seguir otros más. Si su renuncia es real, el dolor y el arrepentimiento del futbol argentino no tendrá fecha de caducidad.