El delirio que espera
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El delirio que espera
Me encuentro escribiendo este texto en Saltillo –de mis mayores–, capital de una entidad federativa que podría convulsionarse políticamente ante la negativa de dejar el poder por parte de quienes lo han detentado los últimos años, pero que en las elecciones de 2017 difícilmente se impondrán en las nuevas alcaldías, en la gubernatura y en el Congreso local.
Aquí también se respira temor ante el futuro inmediato de la petrolizada economía nacional. Aunque los ciudadanos no pagarán la tenencia de sus automóviles, hay muchos “de a pie” que no tendrán el menor beneficio y seguirán pagando el impuesto regresivo que implica la mala salud respiratoria ocasionada por la contaminación atmosférica producto, en buena medida, de la mayor fuente fija de emisiones de gases de efecto invernadero, no importando la marca de los vehículos.
Los “sin automóvil”, eso sí, padecen el casi nulo respeto de los conductores que se enseñorean de las calles y avenidas.
En las ciudades de dimensión mediana, como es el caso de Saltillo, aún existe tiempo para un replanteamiento de la movilidad urbana. Habría que propulsar mejores servicios de transportación colectiva e incentivar el uso de la bicicleta para construir un Saltillo sustentable.
Aunque el aumento inusitado del precio de los productos derivados del petróleo podría desincentivar el empleo de los vehículos, esto no será suficiente porque ya existen patrones de consumo estables asociados al status quo.
Este tema y los colaterales no son menores. El trasunto del aumento del costo de la gasolina es tan molesto que, a punto de entrar un nuevo año en el calendario, el enojo de los mexicanos rebasa el necesario escrutinio puntual de lo que ocurrirá en el largo plazo.
¡Qué mezcla nefasta de factores económicos y políticos es la que se presenta ante nuestros ojos y en nuestros bolsillos!
¿Dónde están los legisladores locales y federales que no defendieron al ciudadano de una decisión que lo pondrá en un dilema casi existencial?
¡Qué difícil situación es la que nos espera en el 2017! Una escalada de precios en productos y servicios que implicará más pobreza en la base de la pirámide social.
La pobreza y la ausencia de un proyecto de nación que verdaderamente considere como motor social a la inclusión harán que más jóvenes se sumen a la delincuencia organizada, sin contar a los miles de mexicanos que serán repatriados desde la Unión Americana, que hoy día pueblan sus cárceles y que ya conocen el ámbito de los delitos.
¿Cómo aspirar a promover un modelo de desarrollo con prácticas sustentables en un país que está resquebrajándose? Un país rico que ha sido saqueado sistemáticamente por miembros de la clase política, que ahora ofrecerán al mejor postor los recursos energéticos que aún quedan.
¿Estaremos preparados para afrontar los gastos de salud y educación que han sido cubiertos de manera ordinaria por la venta del petróleo, recurso que ya está en su fase de término, cuyos excedentes económicos cubrían una tercera parte del gasto público federal?
En Saltillo, Coahuila, y en cualquier otro municipio mexicano, en el 2017 se vivirá el delirio de sentirse extraviados y sin rumbo; no exactamente el estado delirante del que hablaba Manuel Acuña en su relación con Rosario, su musa inmóvil: “El delirio devorante y loco de amor, que me fue consumiendo poco a poco de dolor…” Pero sí un delirio que nos devorará económicamente a los de automóvil y a los “de a pie”. Pese a ello, no perdamos la dignidad.