El costo del carro completo

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El costo del carro completo

Como cualquier ciudadano juicioso, consciente y maduro, el viernes previo a los recientes comicios celebrados en el Estado, acudí a mi centro comercial más cercano a abastecerme de algo capaz de mitigar el dolor de la experiencia humana y, en particular, de la miseria ante el paupérrimo panorama electoral que se nos presentaba.

Por una rara coincidencia, los únicos productos capaces de amilanar estos dramas existenciales son todos bebidas de alto octanaje.

No fui por supuesto el único que tuvo tal ocurrencia. Creo que todo Saltillo compartía mis tribulaciones, a juzgar por la manera en que se estaban mercando “sixes”, doce packs, pomos, cajitas, patas de elefante, anforitas nalgueras, frascos y todas las formas, tamaños y presentaciones en que se envasa la felicidad.

Los supermercados, que hasta pocos días antes fueron superprudentes con respecto al número de gente admitida en sus instalaciones, no iban a decepcionar a su clientela ese día de venta previa a la sequía electoral con largas filas e interminables esperas (y claro, tampoco es como que estuvieran dispuestos a dejar ir las ganancias de una de las mejores ventas del año). Así que se recibió a los compradores por cientos, con los brazos abiertos. El guardia de la entrada hasta se daba vuelo, con doble pistola termómetro, disparando sus rayos desneuralizadores a dos manos, como todo un Neo de The Matrix.

Y los saltillenses… ¡Manos nos faltaban para cargar, saldo para comprar e hígado para hacerle frente a aquel festival de la cirrosis en puerta!

Lo que no quiero saber sin embargo es de qué manera repercutió esta venta masiva, simulacro triste de Black Friday, en nuestras estadísticas de contagio, ya que la escena de la que me tocó participar debió repetirse en cada autoservicio, tienda de conveniencia, expendio o changarro de esta capital y de todas las demás poblaciones del interior del estado. Necesariamente tuvo que contribuir a elevar la estadística que hoy nos tiene nuevamente en semáforo rojo.

¿Y sabe cómo se hubiera podido evitar al menos este factor? Claro, apelando al sentido de responsabilidad de la gente, a su criterio y buen juicio. ¡Ajá! Pero desgraciadamente la colectividad humana no funciona así y lo ha demostrado la historia, desde la era de la prohibición de los años 20 en los EU, hasta las compras masivas de papel higiénico de hace unos meses (también en el país que se arroga el nombre del continente entero). Pero antes de juzgarme a mí, a los saltillenses o a los mexicanos por estas conductas desmesuradas, tome en cuenta que en todas partes del mundo se cuecen habas y todos nos comportamos como chusma cuando vemos que nuestro interés está en riesgo. Algunos corren ante la inminencia de un huracán, otros por cerveza y whiskey barato. ¡Qué se le va a hacer!

No, la forma más sencilla de evitar que la gente se aglomerara como hormigas en torno al cadáver de una cucaracha, era no implementar ninguna, ninguna, ninguna maldita ley seca. Así la gente habría tenido dos días y fracción para hacer sus compras y no sólo las breves horas entre su fin de jornada del viernes y el comienzo de la veda. Toda la gente pudo haber hecho su consumo con normalidad y no con la ansiedad que despierta la inminencia de una escasez.

¡Chingado! Es algo bien elemental, pero pedirle a la autoridad que sume dos más dos es como que too much. 

Ni modo que por permitirle a la gente hacer lo que normalmente hace CADA MALDITO FIN DE SEMANA fuera a poner en riesgo la vida democrática de la entidad, del País, ¡del mundo!

¡No me vengan con cuentos! El que tiene la intención de ir a sufragar lo va a hacer, de acuerdo a sus convicciones, con o sin ley seca, misma que por una cuestión de pragmatismo sanitario se pudo suprimir. Pero es mucho pedir que el Estado cambie uno solo de sus paradigmas aunque el mundo lo esté reclamando a gritos.

Y ahora que lo pienso un minuto, al único que realmente le podría afectar el consumo de alcohol en su resultado electoral es al partido oficial, el PRI, cuyo voto duro es el que acarrean de los sectores pobres y marginales, donde el alcoholismo y la falta de convicciones cívicas sí podría generar un franco desdén por ir a votar si, una vez llegado el momento, los votantes están crudos o siguen en la peda.

Entonces, muy presumiblemente el PRI-Gobierno no tendría intención de permitir el autorregularnos con un horario de venta normal, porque su interés sería sacar esa elección a costa de lo que sea, incluyendo contagios, muertes y el consecuente anquilosamiento de la actividad económica.

Todo costo habrá valido la pena con tal de llevarse su carro completo del que hoy deben estar tan orgullosos. 

¡A su salud, campeones!