El costo de un atardecer
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El costo de un atardecer
Por: Carlos Mirón
Lo conocí en una playa allá en el fin del mundo. El hombre se sentó cerca de mí en un muelle viejo y largo a la orilla del mar. El atardecer frente a nosotros era tan perfecto que apenas alcancé a ver que también iba descalzo, pero no vestía como turista. El atuendo de un lanchero se le acomodaba en la corpulencia.
“Es casi tan perfecto como en mi ciudad”, dije tratando de hacer el momento menos incómodo.
“Ustedes ¿cómo pagan la cuota?”, habló con acento de una playa desconocida, mientras tanteaba el agua salada con sus pies. No respondí. No pretendía pagar a un lugareño por sentarme a ver cómo el Sol pintaba las nubes al esconderse tras el mar.
“Cuando yo era muy chico, mi padre me contó que el Sol nos pedía algo por atardeceres como este”. Tragó saliva y siguió. “Hoy me toca ser el atardecer de los siguientes días”.
Lo medité. No supe qué responderle. Él seguía haciendo pequeñas olas con sus pies en el mar.
“¿Estás seguro que también en tu ciudad son así de maravillosos?”, dijo mirándome y un “sí” desolado salió de mi boca.
“Entonces el Sol les debe cobrar algo… Aquí es fácil para nosotros, el mar es un banco enorme donde el Sol nos guarda”.
“No lo sé”, dije con la idea de no pensar en eso.
“Debe haber alguna forma” insistió. “Si en tu ciudad no hay mar, entonces ustedes mismos deben…”.
“Sí. Creo que sí algunos pagan una cuota. Aunque la mayoría no lo sabe, pero creo que ya le debemos mucho al Sol porque nos arrebata con una cuerda los pagos. No sé si exista otra forma”.
“Amigo, deben pagarle lo más pronto posible o algún día sólo tendrán cielos grises y luego anochecerá. Así son las cosas. Ahora que lo tienes en mente, busca tu turno, es lo único que te queda”, me dijo dándome una palmada en el hombro. Se paró y corrió hasta el final del muelle. Miró una última vez el atardecer y se aventó al mar. Lo vi nadar hasta donde terminó de esconderse el sol. Luego, no volvió salir.
—Por eso, Emilia, haré lo que hoy me toca. No quiero que seas víctima de alguna cuerda. Aquí ya casi terminamos nuestra deuda con el Sol. Es sólo cuestión de tiempo para que tú y tus hijos puedan disfrutar los atardeceres sin temor de pagar antes de tiempo.
—Pero, Abuelo, no quiero que te vayas.
—Emilita, soy de los pocos que pudo postergarlo. Cuando puedas contemplar el atardecer y veas cómo el horizonte colorea el cielo sin temor a ser la siguiente, sabrás que tu abuelo tomó la mejor decisión. Ahora sal al patio y observa las nubes, pero cuando salga la Luna ve con tu mamá y dile que tire la puerta de mi cuarto. Tú no entres. Tu madre sabrá que hacer.
Te quiero, Emilia.
—También te quiero.
Carlos Mirón
COEDITOR(1992). Autor de la novela Caminando de Rodillas (2017) y Venti: detrás de la barra (2018). Co-editor de la sección de Dinero en esta casa editorial. Digital Invader de la generación XX6 y psicólogo empresarial.