El Clásico Norteño

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El Clásico Norteño

Hay culturas en el mundo que valoran la derrota como heroísmo, hay otras en las que son considerados héroes sólo aquellos que logran sobreponerse a la adversidad y terminan obteniendo la victoria.

Los clásicos estudiantiles de football están escritos por héroes. Sus hazañas serán siempre recordadas y cada vez que se vuelven a escribir o cantarse, demostrando que han resistido el paso de los años, entonces estamos hablando de las “leyendas del deporte”.

¿Cuántos jugadores son hoy leyendas del emparrillado? Se cuentan con los dedos de la mano y sobran dedos! Yo conocí a uno de ellos, pero no fui testigo de su hazaña (de hecho todavía ni nacía), incluso la puse en tela de duda considerando —sin decírselo a mi interlocutor el recordado Sr. Ferriño— que posiblemente por lo avanzado del festejo en el que estábamos conviviendo eran exagerados sus comentarios: “...Desde el Estadio Tecnológico hasta la Universidad me llevaron en hombros los estudiantes de la Uni...”, nos platicaba con gran orgullo.

Pasaron los años y el día que me decidí a investigar sobre la historia del Futbol Americano en Saltillo me topé con su nombre y sus brillantes actuaciones portando su jersey número 33 y defendiendo con gran pasión los colores rojo y blanco del Ateneo Fuente, colores que sólo quien ha estudiado en el plantel y jugado para los Daneses, sabe de la forma en que quedan tatuados esos colores y el nombre de batalla en el corazón.

Bien, pues debido a su gran calidad como jugador, el joven Miguel Ferriño fue becado junto a otros grandes del deporte ateneísta en el equipo de futbol americano de Liga Mayor de los Tigres de la UANL.

Cuando quise seguirle la huella a su historia deportiva en Monterrey, acudí en alguna ocasión a la oficina del Ingeniero Cayetano Garza Garza, quien estaba haciendo por su parte la investigación de la historia del Futbol Americano de Nuevo León, que quedó plasmada en el libro “Medio Siglo”.

De vez en cuando nos reuníamos a intercambiar información y ese día le pregunté al ingeniero que qué me podría decir de Miguel Ferriño. “¡Aaaahh ese Ferriño!”, exclamó y prosiguió, “Nunca he visto nada igual. Él llegó de Saltillo a los Tigres, era buenísimo y por eso le permitían lo que quisiera. Se jugaba un Clásico en el Estadio Tec de Monterrey, ya tenían los Tigres varios clásicos sin ganar. Ferriño era el único jugador que salía con una canillera blanca y otra roja y era el único que usaba casco rojo que porque él era Danés, pero era tan bueno que el coach se lo permitía. Esa noche del Clásico ahí andaba con sus canilleras y casco de otro color y para colmo gracias a las anotaciones de él los Tigres finalmente, después de muchos años, volvieron a ganar un Clásico a los Borregos, Y luego sucedió algo que nunca más ha vuelto a pasar. ¡Los estudiantes lo cargaron en hombros y así se lo llevaron desde el Estadio Tec hasta la Uni, festejando todo el camino!”. ¡Gulp! La historia del señor Ferriño era verdadera.

Cuando busqué una oportunidad para ofrecerle mis respetos, era demasiado tarde. Don Miguel Ferriño ya había fallecido. Pero la vida siempre da oportunidades y conocí hace un par de años a una sobrina nieta de Don Miguel, su nombre, Victoria de Hoyos Rodríguez, ella competía por el campeonato nacional de Tochito NFL en Hermosillo, representando a Coahuila, y le conté esta historia y le dije, “si ganas el campeonato nacional, en descargo por no haber creído a tu tío, yo te llevaré cargando en una vuelta olímpica”. Ganó Vicky y cuando la cargué pensé en Don Miguel Ferriño y quedó saldada una deuda de honor.

¡Él era un héroe deportivo! ¿Surgirá uno de ese calibre este viernes en el Estadio Gaspar Mass, o estamos hablando de monedas irrepetibles?, como diría Gustavo Adolfo Becker.