El caos del principio
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El caos del principio
En estos últimos días ha habido oportunidad de ver buen cine, de leer sin premura algunos autores que esperaban su turno en los estantes o sobre el escritorio, de ver montajes teatrales de calidad, de escuchar música y óperas con la atención necesaria, de asistir a interesantes exposiciones de arte.
También ha habido tiempo para enterarse, con el alma petrificada, de un sinnúmero de crímenes, de atentados, de robos espectaculares o triviales –si el robo puede ser “trivial”-, de virtuales auto-intentos de asesinato -¿Maduro?- y de un sinfín de hechos, en México y en el mundo, que erizan la piel.
Como no soy sociólogo ni politólogo, no intentaré analizar profesionalmente estos fenómenos. Sólo me importa detenerme en ellos un momento para, como un simple ciudadano, como un ciudadano tan efímero como cualquier otro, preguntarme qué sucede.
La pregunta está en el aire; ignoro si, como cantaba Dylan en los años 60 del siglo 20, la respuesta también lo esté. No la intuyo, no la sospecho, no la vislumbro: ¿qué hacer ante tantos problemas de toda índole? ¿Quiénes debieran movilizarse para echar a andar la maquinaria con las soluciones?
Un hecho parece claro: en la cumbre del Poder, en ese nuevo -¿nuevo?- Olimpo laico, se encuentran los grandes emporios industriales, los gigantescos empresarios; a éstos siguen los políticos poderosos. El contubernio entre ambos “gremios” es evidente: no otra cosa entraña la expresión “intereses creados”. Pero en esta oscura mancuerna, ¿quién depende de quién?, ¿quién está sometido a quién?
Diría que el poder político de casi cualquier país está subordinado al inmenso poder empresarial de algunas –pocas- naciones imperialistas. No es necesario ser marxista para darse cuenta de esto. Ni siquiera se requiere una carrera universitaria…
Por otro lado, las iglesias empezaron a perder su poderío desde hace algunos años. La religión se ha convertido en un fantasmón, en una convención –como tantas- que hay que mantener viva sólo por conveniencia política y acaso ética, pues, hipotéticamente, sus postulados “frenan nuestros excesos”. En cualquier caso, para muchos, la fe sigue siendo “un consuelo”.
¿Quién, pues, ostenta el Poder en el mundo contemporáneo? ¿La tecnociencia? ¿El arte? (Ups). ¿Los “políticos de carrera”? ¿Los ultra poderosos empresarios globales? Éstos, definitivamente, me parece. Éstos y un grupo inmenso de personas al que los gobiernos y los medios llaman “crimen organizado”…
Ante la masacre planetaria, ante la barbarie humana que al parecer nunca evolucionó, ante el estiércol que expelen nuestra conducta y nuestros actos es perfectamente lógico preguntarse: ¿Y Platón? ¿Y Hobbes? ¿Y Montesquieu? ¿Y Kant? ¿Y Rousseau? ¿Y Hegel? ¿Y Marx? ¿Y Weber? ¿Y tantos otros y otras pensadores que han reflexionado en torno de la naturaleza humana?
¿Es posible presumir –especialmente los jóvenes- de una “tecnología digital” tan sofisticada cuando, de hecho, esa tecnología ha venido a convertirse, más bien, en un obstáculo para el verdadero progreso? Porque el verdadero progreso no se cifra en los chistes, los chismes y las banalidades que suelen circular en las “redes sociales”, por ejemplo.
Entiendo el progreso como lo entendieron los ilustrados del siglo 18, pero con verdadera sustancia y con un propósito que tome en cuenta el espíritu de la humanidad, el de este planeta y el de este universo. Y algo indispensable: la ciencia, la tecnología, el arte no deben estar por completo en manos del Estado y menos en las de los poderosos, pues tergiversan sus objetivos y su función naturales, y todo lo convierten en mercancía.
Sólo veamos en qué se ha convertido la medicina, la farmacopea, la química. ¿Hablamos de un mercado del arte? Pues también hay un mercado de la salud, imposible negarlo. La salud ha venido a ser un negocio multimillonario. Tarde o temprano, todos tendremos que ir a dar al consultorio de un pedante especialista en quién sabe qué… Y ahí empezará otro calvario.
Un breve video nos informa de los inventores y descubridores de diversas nacionalidades que han sido perseguidos, amenazados, asesinados, desaparecidos, secuestrados. ¿Por qué? Porque encontraron la cura del cáncer, porque construyeron un automóvil que funciona con aire, porque la malaria podría curarse en 48 horas con una vacuna…
Pero claro: asumir estos descubrimientos sería matar a la gallina de los huevos de oro, ¿no es cierto? Las grandes corporaciones imperialistas no van a permitir que una especie como ésta -tan imperfecta, tan fútil- toque siquiera la orilla del manto del Gran Solio. El crimen se ha organizado siempre en torno del Príncipe: o para asesinarlo, como a Julio César, o para adularlo, como al idiota de Calígula.
¿Qué nos queda a la gente de a pie? El asno de Sancho. Y tal vez ni eso.