El canto del Tigre

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El canto del Tigre

Lo conocí hace como unos cinco años. Estaba sentado a la mesa de una fonda chiquita que parecía restaurante, en medio de los trabajos de construcción del Mega Distribuidor Vial, hoy llamado “El Sarape”.

Todos le decían “El Tigre”, y parecía a simple vista un albañil como cualquiera.

Pero “El Tigre”, supe más tarde, tenía una cualidad, que cantaba y puras de los Tigres del Norte, me dijeron sus compas de la macabra y a mí me dio curiosidad.

Era una tarde a la hora de la botana en la obra y yo entré con mi cámara de video hasta la fonda polvorienta y con olor a gorditas de deshebrada.

Ahí estaba “El Tigre”. Era un tipo moreno, sonriente, espigado, pero de brazos venosos y muy gente, se le notaba a leguas.

“Dígale que cante, éste sabe cantar”, me dijo la mesera de la fonda y fui hasta donde “El Tigre”, me presenté y le pedí que cantara para la cámara de VANGUARDIA.

“El Tigre”, hoy lo sé, es de esos batos que no se hacen de papales y empezó a cantar, precisamente, 

“La Mesera”, rola que inmortalizaran “Los Tigres del Norte”.

“El Tigre” cantaba, pegando con sus manazas de maestro albañil vitalicio sobre la mesa de la fonda.

El video de “El Tigre”, quedó para la posteridad en le red de redes y después de ahí nuca más lo volví a ver.

Hasta que una noche que viajaba yo en un camión Saltillo-Ramos Arizpe, vi subir a un hombre espigado y correoso que cargaba una pala.

“El Tigre” saludó a los pasajeros y dijo que iba a cantar.

Y cantó una de “Los Tigres”, al tiempo que le pegaba a la pala y hacía sonidos como de saxofón por el agujero de la agarradera de su herramienta.

Yo me quedé sorprendido, me pregunté si sería el mismo hombre que años antes había conocido en la obra.

Fue la única vez que lo vi y luego le perdí la pista.

A principios de año la redacción me pidió que hiciera un perfil sobre un músico callejero y me sugirieron que buscara a “el señor de la pala”.

Claro, dije, pos si yo lo conozco, es “El Tigre”.

Varios días lo estuve cazando sentado en la parada, sin albur, eh, de Xicoténcatl y Pérez Treviño, hasta que por fin di con él y ya no me le despegué trepando con él a los camiones, platicando en las paradas, en su casa, en la calle.

La gente lo conocía, le daba dinero después de que acababa de cantar.

Por esos días “El Tigre” me contó su historia reciente: unos marinos se lo habían llevado preso alegando que tenía nexos con un malandro.

“Si no tengo pa’ tragar, tú crees que voy a tener mugrero y armas en mi casa”, me dijo y me pareció de lo más lógico.

“El Tigre” se había convertido en una de las miles de víctimas de la narcoguerra, pero afortunadamente ya estaba en libertad condicional y seguía cantado y tocando con su pala en las rutas urbanas.

Yo tuve la suerte de conocer a “El Tigre” de carne y hueso, saber de su infancia tomentosa, de sus amores y desamores.

Pero el margen de sus aventuras y su historia personal, me di cuenta de que “El Tigre” era ya en un símbolo entrañable de la ciudad, en un ícono, que era famosos entre la raza.

Por eso, si un día ve cantando en el camión a ese hombre moreno, espigado y de brazos venosos, que siempre trae una pala y una boina, regálale una moneda y que Diosito y la Virgen de Guadalupe lo acompañen…