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El c4Tecismo y el 4Titanic
Wallace Hartley fue el violinista y líder de los músicos (un quinteto y un trío) que tocaban en el Titanic al hundirse. El resto del equipo musical del barco lo conformaban el pianista Theodore Brailey, los chelistas Roger Bricoux, Percy Taylor y John Woodward, los violinistas John Law Hume y Georges Krins y el bajista John Preston Clarke. Todos murieron en el accidente del Titanic y fueron homenajeados por cerca de 500 músicos (de siete orquestas londinenses) en el Royal Albert Hall de Londres el 24 de mayo de 1912. Un dato curioso de la tragedia es que la Orquesta Sinfónica de Londres se salvó del Titanic ya que su gira por Estados Unidos y Canadá tuvo cambios de agenda que hizo que viajaran una semana antes. Aunque hay versiones encontradas sobre las últimas horas del Titanic, se considera un hecho que los músicos del barco (con edades de entre 21 y 33 años) decidieron seguir tocando para tranquilizar a los pasajeros cuando el barco se hundía y la historia oficial del hundimiento sostiene que los músicos tocaban en el momento en que el Titanic finalmente desapareció. Los músicos del Titanic se convirtieron inmediatamente en legendarios y un ejemplo de amor a su profesión y pasión. No, la música difícilmente habrá salvado a alguien esa fría noche de abril de 1912, si acaso hizo que sus últimos minutos en el barco fueran menos difíciles. El daño estaba hecho y la suerte echada para esas más de 2 mil almas a bordo del barco “inhundible” y de los cuales morirían siete de cada diez. No hay registros o versiones que hablen de que el capitán o su tripulación hayan pedido a los músicos tocar. Seguramente el capitán Edward J. Smith estaba ocupado tratando de salvar al barco y a la mayor cantidad de gente posible. Es muy probable que la música haya sido la última de sus prioridades aquella noche en la que acabó hundiéndose con su barco.
Más de un siglo después, las referencias al Titanic son comunes cuando hay desastres aparentes o reales, especialmente cuando no se siguen procedimientos, cuando se insiste en variables y factores alejados de la realidad para defender posturas o decisiones que arriesgan un emprendimiento, una organización o hasta un país. Y así, nos encontramos en el año 2020, ese que no deja de sorprendernos con malas noticias y panorama retador. El mundo entero se encuentra en algún nivel de emergencia sanitaria y/o económica y México no es la excepción. El tamaño del iceberg que cada país ha golpeado parece estar atemperado o magnificado dependiendo de la reacción que autoridades y ciudadanos han tenido frente al accidente. Aquellos que tenían vigías despiertos en sus puestos y un barco que podía maniobrar más fácil, alcanzaron a sacarle la vuelta al iceberg o salir con un leve rozón. Algunos otros insistieron, a pesar de advertencias de otros que pasaron antes que ellos, en decirle a sus vigías que el iceberg no era tal o que estaba hueco y más débil de lo que aparentaba. Después de todo, hay quien cree que la estrategia de ignorar, posponer y minimizar el problema a veces funciona. Así, México, con el capitán y tripulación que probablemente merecemos, decidió minimizar, ignorar y posponer las medidas defensivas contra ese iceberg que sabíamos venía; es más, pareciera que el capitán pensó que podría destruirlo si lo centraba con su proa moral en lugar de evitarlo con proactividad de su equipo. La estrategia no funcionó. No importa que el capitán y sus subalternos sigan apoderados del sonido local festejando sus resultados. El barco está tocado; el nivel de flotación está en riesgo. A falta de música, el capitán se empeña en repetir discursos que empiezan a aburrir. Culpa de los daños a capitanes que antes lograron sortear los icebergs y se empeña en recetar dogmas grises y poco oportunos que en nada ayudarán a que el barco se mantenga a flote o que los pasajeros puedan nadar o subirse a los insuficientes botes salvavidas. No sólo eso, acaba de publicar un documento llamado “Guía Ética para la Transformación de México” y pretende que, en lugar de escuchar música mientras el barco se hunde, los pasajeros (ciudadanos) lean ese listado de buenas intenciones, una especie de Catecismo de la 4T. Así, los pasajeros podrán morir ahogados, pero se habrán ido con unas frases bien escritas sobre el respeto (el que no predica el capitán), la vida (de otros que se arriesga por malas decisiones), la dignidad (que se le niega al ciudadano cuando no hay orden), la libertad (para delinquir desde el poder), el amor (al poder por el poder), el sufrimiento (en los bueyes del compadre), la gratitud (que cree que se debe solo a él), el perdón (que necesitará si el barco se hunde), la igualdad (todos ahogados, todos iguales), la verdad (sólo la de él), la fraternidad (entre los camaradas ideológicos), la justicia (a su manera y por consulta), la autoridad (desperdiciada), entre otros temas. AMLO sacó la Cartilla Moral en 2019, la Guía Ética esta semana y tal vez quiera expandirla a Constitución Moral más adelante. Es claro que está convencido de que rollo mata carita; rollo mata buena voluntad; rollo mata acciones concretas; en fin... el rollo sí matará. Punto.