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El arte de trapear

Lo de hoy es la estridencia carente de propósito; el escándalo chirriante cuyo objetivo —si acaso pudiera identificársele alguno— es ensordecer al respetable de forma recurrente… y nada más. Porque la recurrencia es, contra toda lógica, la otra cara de esa moneda: la acción puede ser un despropósito, pero estamos dispuestos a reiterarla al infinito.

La razón de tal conducta será objeto de análisis por parte de sociólogos, antropólogos, psicólogos sociales y demás expertos en las disciplinas dedicadas al análisis del comportamiento humano y serán ellos —y ellas— los responsables de plantear las hipótesis explicativas del fenómeno.

Acá su charro negro, atrevido como es, tiene su propia teoría respecto del origen del entusiasmo con el cual abrazamos una actividad tan improductiva como dedicarse a crispar el ánimo colectivo como deporte de nulo rendimiento: le atizamos al fogón de la estridencia porque es gratis y porque es fácil.

Me explico: el advenimiento de las redes sociales como caldero en el cual se cuecen —a fuego rápido— todos los mitos modernos, ha convertido en sencilla tarea la generación de la “masa crítica” requerida para alinear las posiciones individuales y juzgar colectivamente  las posiciones públicas de los personajes públicos.

El término usado para caracterizar tal circunstancia no podía ser más certero: viralización. Cuando algo se vuelve “viral” en la red de redes implica, tal como ocurre con cualquier ente orgánico, estar en la presencia de una enfermedad, de una afección cuyas consecuencias no pueden, por definición, ser agradables.

Puede ser un video, una fotografía, una noticia —siempre y cuando el texto no sea muy largo, porque la necesidad de leer disminuye seriamente las posibilidades de la viralización— un meme, un tuit. En todo caso se trata de un elemento provocador, una pieza de ingenio humano (por llamarle de alguna forma) ante la cual la indiferencia no es opción.

La ecuación es sencilla: una vez lanzada la piedra al estanque digital, si ésta es capaz de generar ondas expansivas de suficiente magnitud, el protagonista —o los protagonistas— del suceso retratado en la pieza de comunicación (también por llamarle de alguna manera) sufrirán las consecuencias… casi siempre malignas.

¿El juicio realizado mediante la acumulación de likes, retuits, hashtags y comentarios es justo, útil o pertinente? ¡A quién diablos le importa eso! Si antes de pegar en el muro digital el manifiesto del momento, la gente se pusiera a reflexionar sobre la interrogante anterior, el ejercicio perdería toda su esencia… es decir, la vacuidad.

Porque en estos casos, como hemos dicho, no se trata de sumarse a la avalancha porque ello redunde en algún beneficio colectivo —o individual— sino porque el dejar de participar en el ejercicio podría colocarnos en la sospechosa categoría de quienes no se involucran en la construcción del vacío intelectual, una tarea para la cual, desde luego, se requiere algún talento.

Para ilustrar el tema pongamos de ejemplo al protagonista de uno de los más recientes “escándalos” digitales domésticos: el exitoso —exitosísimo— intérprete chiapaneco Julión Álvarez.

Hace unos días la red sufrió uno de sus periódicos aluviones debido a la multiplicación digital de unas declaraciones realizadas por el señor Álvarez Montelongo (así se apellida el Julión) a uno de los buques insignia del periodismo nacional: la revista TVNotas.

De acuerdo con las miles de páginas en donde es posible localizar la pieza periodística, mister Álvarez dijo a su interlocutor (o interlocutora), a pregunta expresa sobre el tipo de mujer al cual él es afecto: “¿Qué será? Me he enamorado muchas veces, pero lo que me gusta es que sean muy damitas. Estoy educado a la antigüita, me agrada que les guste agarrar un trapeador, porque puede estar hermosa y ser buena para lo que sea, pero si no tiene ese detalle, pues para mí no sirve”.

¡Y valió gorro! La indignación se apoderó de la internet y todo mundo quería dejar clara su posición, todo mundo quería expresar su pública indignación por el atrevimiento misógino del intérprete de, por ejemplo, “La fory fay”, una canción cuya letra arranca así: “Si yo compré tu hermosura/ que no compre lo demás/ por ahí me llegó el mitote/ que tú me quieres dejar…”.

Porque, desde luego, en el océano de la inconsecuencia, uno puede corear a gritos una letra misógina, bailar desenfrenadamente a su ritmo… pero si el intérprete se atreve a llevar las ideas al terreno sagrado de, por ejemplo, una entrevista con un medio serio —como TVNotas— no puede esperarse otra cosa sino la airada reacción del respetable.

¿Los señalamientos del Julión pueden calificarse de impropios? Sin duda. Pero del autor de “Las Mulas de Moreno” difícilmente puede esperarse una posición distinta a la expresada en la entrevista de marras. Si acaso puede criticársele el candor de no pensar en las consecuencias.

Por lo demás, seguro ya se agotaron los boletos para su próximo concierto…

carredondo@vanguardia.com.mx
Twitter: @sibaja3