El anti-autorretrato, premio al riesgo, homenaje en vano

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El anti-autorretrato, premio al riesgo, homenaje en vano

El retrato en su iteración artística más profunda no es la mera reproducción de los rasgos físicos de un individuo, sino un análisis de la identidad del sujeto; en el caso del autorretrato este análisis conlleva un ejercicio introspectivo mucho más complejo cuyo producto es una mirada a la esencia del autor.

No obstante, el ganador de la II Bienal de Autorretrato Rubén Herrera, José Carlos Zubiaur, presentó un problema diferente —derivado de su propio discurso, crítico ante la manera como la identidad individual está diluida en las redes sociales y el consumismo en la actualidad— al lanzarse a retratar no al individuo sino al colectivo, dejando de lado su propia imagen por representar la homogeneidad que se ha generado en la época de las tendencias y los contenidos de fácil y rápido consumo.

Con su obra “Autorretrato (Simulación)”, un conglomerado de rostros genéricos, como maniquíes, similares entre sí pero sin características identitarias relevantes, llevó a la Bienal a otra controversia, una que gira nuevamente —pues hubo varias durante su primera edición en 2017— en torno a las poco claras bases e intenciones del certamen, además de las cuestionables decisiones del jurado y aunque considero que adelantar la fecha de cierre posterior al lanzamiento de la convocatoria fue una pésima decisión los últimos dos puntos son el objeto de estudio de este texto.

Según la RAE un retrato es una “pintura o efigie principalmente de una persona”, una “descripción de la figura o carácter, o sea, de las cualidades físicas o morales de una persona” o una “combinación de la descripción de los rasgos externos e internos de una persona”, entre otras acepciones.

Recurriendo a la misma fuente un autorretrato es un “retrato de una persona hecho por ella misma”; basándonos en estos significados la obra de Zubiaur no debió ganar en lo absoluto, pues no se pintó a sí mismo, sino a un ente colectivo del que si bien forma parte al abordarlo desde su individualidad lo está considerando como un sujeto observado desde su interior y, por lo tanto, su pieza es un retrato de la sociedad, no un autorretrato de ella.

Sin embargo, si, por ejemplo, la mano del autor fuera un elemento independiente del cuerpo y decidiera, desde su propia identidad y contexto, realizar una obra sobre el cuerpo entero, también se podría argumentar que se trata de un autorretrato: Pero, hipotéticamente, para lograrlo de esta manera, habría tenido que ser la colectividad misma la autora de una pieza auto-reflexiva.

El jurado, con el pintor Erik Castillo como vocero, dejaron en claro su interés en destacar una obra que jugó con el concepto mismo de “autorretrato”; el riesgo que tomó el artista veracruzano al participar con una pieza de innegable calidad técnica pero de cuestionable concepto fue bien recompensado; Zubiaur renunció al ego del artista y no se plasmó en el lienzo y, en el proceso, ganó.

Al ver a Castillo como el único miembro que repite en el cargo como juez en ambas ediciones de la Bienal queda claro que es la intención de este cuerpo seleccionar los trabajos que demuestren un discurso contemporáneo interesante, fuera de lo ordinario y con el valor para salirse de los límites de lo establecido por el género; para ellos el que alguien se pinte a sí mismo es lo de menos, o si lo hizo siquiera, lo importante es lo que propuso y cómo lo desarrolló.

Sin embargo, la Bienal Nacional de Autorretrato Rubén Herrera nació en el seno de la academia fundada por este autor saltillense por adopción, y aunque en la convocatoria sólo se especifica que las técnicas empleadas permitidas son las mismas usadas por el maestro, en la práctica los participantes y la opinión pública han reducido también el tema y su ejecución a lo que él en vida creó, perspectiva visible en muchas de las piezas seleccionadas para la exposición en el Museo Rubén Herrera; hombres y mujeres en sus estudios, con pinceles en mano y ropa de trabajo, claras imitaciones del trabajo de Herrera.

Un proyecto así no debe verse amenazado por cuestiones tan fundamentales, malentendidos y sobreentendidos y es deber de los organizadores de este certamen dejar muy claro en futuras ediciones si su intención es rendir homenaje al autor mientras permiten las expresiones contemporáneas en su vasta variedad o perpetuar el legado de su escuela a través de la producción actual.