El Amor no se consume
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El Amor no se consume
“Todo está consumado”, e inclinando la cabeza, expiró.
Fueron sus últimas palabras de las inumerables que había pronunciado y que son repetidas hasta el día de hoy. Solamente repetidas, porque ya no hubo más, fueron las últimas.
Fue su último aliento. Sus pulmones cesaron de inspirar. Aunque su vida y ejemplo siguieron inspirando al ser humano hasta el día de hoy.
Cada día de su vida, cada hoy, se consumía con el sueño de la noche. El hoy del Viernes se consumió junto con sus años anteriores, con la diferencia de que ya no iba a haber un mañana de enseñanzas y confrontaciones, de perdones inesperados y revelaciones de misterios inconcebibles por la mente humana.
“Todo está consumado”, vacío. Aunque dejaba una nueva Alianza con los hombres de paz, una cruz vacía que revelaba la cruz que cargan los hombres desde entonces, y una esperanza de eternidad para el ‘después’ de los días transitorios.
Toda su misión terrena terminó con el último latido de su corazón. Pero su muerte no triunfó con una ausencia, solamente dejó el luto y la tristeza de su Pasión injusta e inmerecida, pero aceptada con silencio y fortaleza del mártir que no se defendió. Fue congruente con su mensaje y convicción fundamental: el amor es más valioso que la vida. Solamente así podía convencer al hombre de esta nueva verdad que muchos la aprenderán y practicarán a lo largo de los siglos.
La tortura del fuego que consume con voracidad y sin contemplaciones (aunque sean catedrales de 800 años de edad), no vence a su amor. El amor está en lo profundo de su enseñanza y en lo profundo de todo ser humano. El amor sobrevive a la tragedia de los hombres de cada día y de cada siglo.
Al final de ese Viernes en que se iniciaba el Sabath, todo se quedó vacío. Los discípulos se escondieron acobardados por el fracaso que consumió al Maestro. Su Madre se quedó sola con su dolor. Un dolor que solamente una madre conoce su dimensión, pero un dolor que no la consumió con su tortura. Nuestra Señora “permaneció de pie junto a la cruz de su hijo” y fue testigo, con su amor traspasado por su sufrimiento, del último latido de su hijo.
El amor no se consumió en aquella tragedia. No huyó ni estuvo ausente. Permaneció silencioso, callado, casi impotente en los escombros de la misión y de la catedral que consumió el incendio del fracaso. Ahí estuvo y estará en cada crucifijo, en cada catedral incendiada, en cada pueblo explotado por la voracidad del fuego codicioso, en cada desterrado del bien común, en cada migrante perseguido por la injusticia y la mentira, en cada familia de secuestrados, en cada ser humano crucificado por el hambre, la ignorancia y el desempleo. Ahí ha estado el amor que no se consume para vivir en la cenizas.
Ahí está el amor que nutre la esperanza de volver a construir, de compartir la verdad y el trabajo y el consuelo y la hospitalidad incomprensible con todos los que sufren en silencio la fragilidad humana.