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El amor de antaño
De vez en cuando vuelve la pregunta sobre el amor en tiempos pasados. ¿Habría algo parecido a lo que vivimos?, ¿tendrían los saltillenses obsesiones como las que se dan hoy? Las concepciones sobre la relación amorosa y sus formas se dieron. Es difícil encontrar en documentos antiguos algo que pudiese tomarse como un discurso sobre el amor, es decir, una serie de planteamientos encaminados a reflexionar sobre la persona amada, pretendida o idealizada. Aunque no se parezca a lo nuestro, algo había que podemos enunciar como relaciones amorosas.
El cronista Alonso de León escribió en 1649 que los indios de esta región tenían relaciones sexuales sin problema de culpa (una de las particularidades del cristiano). Añade De León que las mujeres no eran celosas y que no les importaba que su pareja tuviera encuentros corporales con otras mujeres. La pregunta es si el cronista entendía lo que estaba viendo o si imaginaba cosas, como debe haber sucedido. Por ejemplo, afirmó que no tenían leyes ni dioses, lo cual cae por su propio peso cuando uno lee más páginas de él mismo. ¿Tenía aquella gente, que andaba desnuda, relaciones parecidas a las de los animales, como sugiere? Es claro que no y si nos vamos a los que de ellos se casaron y de los que se tienen datos, sabemos que una pareja india perseveraba años, a menudo hasta la muerte.
Cuando escribí mi tesis de maestría sobre la delincuencia en Saltillo colonial revisé poco más de mil expedientes de juicios criminales. ¿Cuáles eran los delitos que se cometían? Casi los mismos de hoy en día, aunque con diferentes formas de enfrentarlos: de sangre, contra la propiedad y demás. Pero encontré uno muy curioso, el de incumplimiento de palabra. ¿Qué significaba? Es muy simple: una muchacha se presentaba ante el alcalde para acusar a un hombre que le había dado palabra de matrimonio, por lo cual ella se le entregó, tuvo relaciones sexuales y ahora se niega a casarse. Y algo muy importante para un historiador: la denuncia quedaba muy bien detallada por el escribano. Ahí había una serie de descripciones muy interesantes sobre el discurso del amor. El alcalde llamaba al interfecto, le hacía colocar su mano en el crucifijo y le preguntaba si diría la verdad. Entonces inquiría: “¿Le diste palabra de matrimonio a esta muchacha?”, y el joven respondía que sí. El alcalde enviaba a la parejita con el sacerdote para que los casara por la Iglesia para que ya no pecaran. Lo que me fascinó es que, al parecer, los jóvenes usaban ese mecanismo para casarse con quien deseaban, puesto que era frecuente que los padres lo decidieran. ¿Era amor aquello? Sin duda.
Otros manuscritos leí en que era otro el fondo del asunto. Mujeres que quedaban viudas cuando todavía eran jóvenes no tardaban demasiado en buscar y encontrar otro amor. Y, ojo, al menos tengo tres casos de señoras ricas que iniciaban relaciones sexuales por un tiempo antes de acercarse al sacramento. Una mujer fuerte sostuvo relaciones sexuales con un mulato por tres meses hasta que el alcalde los sorprendió en pleno zarandeo. Ella no tuvo empacho en aceptarlo por esposo ante Dios y los hombres.
De que había algo especial tocante a las relaciones amorosas (díganse afectivas o sexuales) es claro. Ahora que hemos estado reorganizando el Archivo Histórico Parroquial de Santiago (en Monclova) localizamos no pocos casos de relaciones interpersonales que no hubiésemos esperado. Un ejemplo es el de un tarahumara de la hacienda de Sardinas que pidió el permiso para contraer matrimonio con una española. El cura hizo un escándalo y prohibió el enlace diciendo que el indígena era un vago, ¡y con una española, joder! Pues no le valió, porque el superior jerárquico lo obligó a casarlos.
De que existía el deseo de una relación personal no quedan dudas. Y aquí rescato la palabra deseo, porque es fundamental. Sabemos que en griego deseo es “eros” y ello habla de pretensión, ambición, codicia, gozo y necesidad de vivir la vida con “otro”. Existía el amor, pero a su manera, dentro de sus parámetros y necesidades físicas, biológicas, sociales, de seguridad y de amor. Simplemente el amor estaba en mentes y cuerpos.