El Albondiguilla, el Robin Hood de Vallecas y el porqué de otros motes criminales

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El Albondiguilla, el Robin Hood de Vallecas y el porqué de otros motes criminales

Foto: Especial
Tras sobrenombres como 'El Rambo' gallego se esconden personajes de la España delictiva

Llegan los acusados. Ocupan sus asientos. Encienden el micrófono. Y comienza la acción. Uno a uno, los implicados en el juicio del caso Gürtel empezaron a largar en las últimas semanas en la Audiencia Nacional. Más allá de la veracidad de sus relatos, sus historias han desvelado una trama de corrupción esperpéntica. Con personajes "de comedia setentera", como escribía el periodista Íñigo Domínguez; y con motes chusteros que se ponían unos a otros, y que revelan el cutrerío que escondía la burbuja especulativa española. Ante el tribunal se ha hablado de Álvaro Pérez, El Bigotes; de Arturo González, El Albondiguilla; y de Alberto López Viejo, El Toyota.

El invisible. Era el gran jefe de la mafia ruso-georgiana. Uno de esos criminales que había hecho negocio en la antigua Unión Soviética a base de extorsionar, asesinar por encargo y traficar con armas y drogas. Además, según los investigadores, ya poseía casinos en Rusia; había extendido sus tentáculos a la banca, la hostelería y el petroleo; y había dado el salto a España, donde se había asentado en la Costa del Sol. Su patrimonio crecía. Pero, pese a todo, apenas existían imágenes de Zakhar Kniazevich Kalashov cuando la policía lo localizó en los Emiratos Árabes Unidos (EAU) en 2006. Había huido de la costa mediterránea tras sentir el aliento de los agentes, que pese a todo dieron con él. "Lo apodaban El invisible porque no se dejaba ver y apenas existían fotos suyas", explican fuentes policiales.

Chris. A Juan Manuel Candela, lugarteniente de la banda de Cásper, lo conocían como Sapo o Napo. Pero él, realmente, quería ser Chris Shiherlis, ese personaje que interpretaba Val Kilmer en Heat. Este delincuente español deseaba asemejarse a ese ladrón de película, exitoso y minucioso, capaz de saquear un banco en apenas unos minutos junto a sus compinches. Así, que ni corto ni perezoso, Candela empezó a insistir a los suyos para que lo llamaran Chris. Aunque, eso sí, su soñado perfeccionismo se topó con la realidad cuando la policía lo capturó: lo pararon en un control rutinario, se identificó como un agente del CNI y enseñó una placa falsa. Pero su estratagema falló.

El turbulento. Su carácter nunca le ayudó. Ni cuando se metió en una pelea en una discoteca donde casi muere degollado —uno de sus contrincantes trató de cercenarle el cuello con un trozo de cristal—. Ni cuando golpeó a un policía en mitad de una operación antidrogas. Al fin y al cabo, las trifulcas, los tiroteos y los cadáveres han formado siempre parte de la vida del parisino Karim Pascal Reguig, miembro de la hampa francesa asentada en la Costa del Sol y detenido en 2009 por blanquear dinero. Siempre cabreado. Muy irascible. Impredecible. Sus malos humos le valieron su sobrenombre: Le Turbulant (El Turbulento).

El Robin Hood de Vallecas. Carlos Iglesias no tuvo inconveniente en gritar "¿Sabéis quién soy?" a los empleados de un banco de Madrid que permanecían retenidos mientras lo atracaba junto a su banda de ladrones. "Voy a robar el dinero de Botín y quiero abrir las cajas de Bárcenas", continuó este "egocéntrico", que se "autoproclamaba" el jefe de La banda de las alcantarillas, según fuentes judiciales. Especializados en el robo de las sucursales de las entidades financieras, accedían a ellas a través del alcantarillado y tras practicar un butrón. Pero, más allá de su historial delictivo, de sus violentos atracos en los que amenazaban y golpeaban a los retenidos, a Carlos Iglesias le interesaba el protagonismo: "¿Sabéis quién soy?", repitió durante un asalto junto a sus compañeros: "Soy el Robin Hood de Vallecas". Pero, en este caso, nunca hubo reparto del botín.

El Rambo gallego. En la década de los noventa, sus fechorías parecían sacadas de alguna película americana. Con un largo historial delictivo, Alfredo Sánchez Chacón llegó a descolgarse con sábanas trenzadas por una ventana de la prisión de Vigo y huir entre los disparos de la Guardia Civil; llegó a vivir oculto durante meses en los montes gallegos; y llegó a escabullirse de una detención con una esposa colgándole de la muñeca. Todo ello, unido a un asesinato y decenas de robos, condujo a los medios de comunicación a bautizar a este delincuente robusto y atlético como El Rambo gallego.