El 2020… ¿continuará?

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El 2020… ¿continuará?

Tuvimos en México el cinco de septiembre de este insólito año, al que espero hoy le pongamos punto final y no la consabida advertencia de las películas chafas: “continuará…”, uno de sus muchos dolorosos momentos de inflexión.

Ese día el covid se convirtió en la principal causa de muerte en nuestro País, desplazando a la diabetes, los accidentes vasculares y otras fallas comunes en nuestra garnachera anatomía.

Al día de hoy, por desgracia, lejos de retroceder, esta tendencia se mantiene indiferente a nuestras súplicas.

¿Qué podemos hacer para revertirla?

Bien, se me ocurren dos estrategias o líneas de acción a seguir:

La primera es seguir empacando como dicta la tradición de esta época del año. Ya sabe, una dieta híper calórica con muchas bebidas azucaradas y alcohólicas de preferencia. Intentando incluir en cada comida dos alimentos de los grupos básicos: La fritanga, el chocolatoso, el porcino y la sustancia panosa.

En suma, aplicar la terapia del doctor Nick Riviera: “un lento y consistente proceso de ‘hartamiento’ junto con la ‘horizontología sental’”, misma que tampoco creo que nos cueste mucho trabajo obedecer a pie juntillas.

 Ya se vería cómo en cuestión de meses, quizás semanas, el covid quedaría nuevamente relegado entre las causas de muerte de los mexicanos, muy por debajo del infarto, el coma diabético y todas las linduras asociadas a la triada maldita: azúcar, triglicéridos y colesterol.

Claro, esta idea es una calamidad (por no decir una mierda) y de tan mala parece que la alumbró la 4T. Pero créame, es la única manera en que vamos a reducir, sin un esfuerzo considerable de parte nuestra, al covid en las gráficas estadísticas.

La otra forma, la sensata, nos exige que pongamos algo más que nuestros buenos deseos y toda nuestra inquina contra el gobierno, cualesquiera que éste sea (que pendejos están hechos en todas partes del mundo), si es que en verdad queremos aplanar esa chingada tendencia cuesta arriba que no hace sino prolongarse. Debemos encerrarnos de una buena vez por todas, salir sólo por lo estrictamente indispensable, evitar toda forma de convivencia no esencial y -sólo si es absolutamente necesario el verse con alguien- observar toda la serie de protocolos con que se nos ha venido machacando desde el inicio de esta p…a  pesadilla.

Desafortunadamente tenemos a tres segmentos de la población que operan en contra de esto: Los menesterosos, los ignorantes y los cretinos.

Los primeros, la gente más necesitada, tienen que salir a trabajar sí o sí, porque para quien vive al día no hay un “Dios proveerá”. Merecen toda nuestra compasión (compasión, no lástima, no sea majadero), solidaridad y apoyo. Usted que tiene comida en su refri y en su alacena, quizás no lo sepa, pero es rico. ¡Sí, rico! No un magnate obsceno como los de Forbes, pero sí dueño de una riqueza que no le mataría compartir. ¡Hágalo! Usted sabrá en qué medida, a quién y de qué forma.

El segundo grupo, el de los ignorantes, es particularmente difícil ya que,  si ni la escuela ni la vida los pudieron medio domesticar, difícilmente los va a educar usted el día que se los tope. No le deseo el mal a nadie, pero el único que les podría dar una lección es el mismísimo covid. Aunque lo más seguro es que hasta buenos genes tengan estos jijos de la chingada, tanto así que el bicho se las ande pellizcando y sólo le sirvan de vehículo, para infortunio de los que sí están propensos a pelarse. Ya le insisto: guarde su distancia de estos especímenes, no hay más.

Pero nuestros principales antagonistas en este Bio-Armagedón son los terceros, los cretinos, los cabezones, esos que conscientemente retan a su suerte y no pueden prescindir de la reunioncita, de la comidita, de la vacacioncita, de la fiestecita y de la visita. ¡Bueno, pos en qué pinxhe realidad alternativa viven estos cabrones! ¡En qué mundo paralelo tienen su domicilio que yo me quiero mudar allí! Y encima son los principales detractores de la vacuna, claro, porque ahora, con un jodido celular en la mano ¡TODOS somos científicos!

A ellos, con todo lo difícil que pueda resultar, tratándose de parientes o amigos cercanos, tiene que mantenerlos a raya, desdeñar toda invitación que le hagan a la convivencia y dejarles bien en claro el por qué.  Si se encabronan u ofenden tienen dos chambas. Usted sólo una: Seguir con vida.

Mire, lamento mucho que estemos despidiendo el año de esta manera. Usualmente me gusta dejar un mensaje positivo, alentador, emotivo, profundo  o ya por lo menos jocoso.

Pero como dicen los gringos “el oven no está para buns”  (“le four n'est pas pour les brioches”, en francés). ¡No está el horno para bollos, pues!

Nada, nada en absoluto significará despedir este atroz 2020; de bien poco contará el haber llegado al final de este maratón de muerte de 366 días, como absurdo será todo ritual con que nos deseemos un nuevo año más venturoso, si sólo mudamos las hojas del calendario pero no cambiamos nosotros.

  El 2020 fue quizás el año más anómalo, difícil (y q-lero) que hayamos enfrentado como especie desde la Gripe Española o la Segunda Guerra Mundial. Así que de nosotros dependerá que su influjo comience a desvanecerse con las 12 campanadas o, por el contrario, que se prolongue indefinidamente. Ahí le encargo.

¡Nos leemos en el 2021… si usted quiere! Si no, allí seguiremos, perpetuamente instalados en un eterno 2020.