Ejemplo de entrega

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Ejemplo de entrega

El doctor Ken Hosanna le dio a don Languidio una píldora para la potencia sexual. “Pero tómesela aprisa —le advirtió—, porque si se la pasa despacio entonces lo que se le pondrá rígido será el cuello”… Capronio es un máncer. Palabra poco empleada es esa cuyo significado pongo abajo. Solía usarla don Jaime Torres Bodet, ilustre mexicano. Sus memorias, con las de Vasconcelos, figuran entre las más bellas que se han escrito en México. Pero vuelvo a Capronio, grandísimo máncer. Su esposa le pidió que la llevara al cine, pues alguien le contó que ahora había películas a colores. El ruin sujeto no obsequiaba nunca los deseos de su mujer. Antes se había negado también a comprarle un traje de baño nuevo, y eso que al que tenía la señora se le había hecho una rasgadura a la altura del tobillo. Sin embargo, en esta ocasión accedió a llevarla al cine. Al entrar ella exclamó con ilusión: “¡Qué rico huelen las palomitas!”. Capronio le ofreció, magnánimo: “Te acercaré a la dulcería para que puedas olerlas mejor”. Empezó la película. “Vámonos —dijo al punto el máncer poniéndose de pie-. Ya la vi”. “Pero yo no” —gimió le esposa. Replicó él: “En la casa te la contaré. Y te cobraré nada más medio boleto”. ¿Cómo calificar a un hombre así? La palabra “máncer” le cuadra cabalmente. Y ¿qué significa esa palabra? Vayamos al lexicón de la Academia. “Máncer. Hijo de mujer pública”. No es necesario decir más… Un sujeto buscó al padre Arsilio y le dijo que deseaba ser bautizado en la fe católica. El sacerdote le indicó: “Antes de ser admitido en el seno de la iglesia debes hacer un sacrificio. Te abstendrás de tener sexo con tu esposa  durante 30 días”. Preguntó, cauteloso, el individuo: “¿Con sus noches?”. “Con sus noches” —martilló terminante el padre Arsilio. Transcurrió el mes, y otra vez llegó aquel tipo. Le dijo al párroco: “Todo fue bien durante 29 días: me abstuve de hacerle el amor a mi mujer. Pero el último día la miré inclinada ante el refrigerador. La vista de sus túrgidos hemisferios posteriores excitó en mí los rijos del varón. Poseído por urentes ansias lúbricas me lancé sobre ella igual que toro en celo; le alcé el faldamento; hice a un lado lo que me estorbaba y ahí mismo sedé en ella mi concupiscencia erótica, tan largamente sofrenada”. “Es una pena, hijo —lamentó el padre Arsilio—. No pudiste hacer el sacrificio que te pedí. En esas circunstancias me es imposible admitirte en el seno de la iglesia”. “Entiendo, padre —respondió con tristeza el sujeto—. Tampoco me admiten ya en el súper”… Las intensas jornadas del Papa Francisco son un ejemplo no sólo para los obispos y sacerdotes, sino para todos aquellos que lo hemos visto peregrinar tan incansablemente. Incluso un hombre joven quedaría agotado por la actividad que el Pontífice se impuso en su visita a México, y sin embargo, él ha cumplido su fatigosa tarea con alegría y dedicación. No digo que se deba trabajar de continuo, sin abrir espacio al reposo bien ganado. Hasta el Padre Eterno descansó después de terminar la creación. Pero hoy, igual que siempre, la viña es mucha y los operarios pocos. La obra de hacer el bien, y de conseguir que los demás lo hagan, no puede admitir pereza, omisión o negligencia. Entre otras muchas cosas buenas Francisco dejará el ejemplo de su entrega absoluta a una misión. Ese ejemplo nos sirve a todos, sea cual fuere nuestra labor… La mujer del dramaturgo se quejaba de su marido: “Nunca pasa del primer acto”… En el zoológico Pepito le dijo a su mamá: “El orangután se parece a mi tío Picio”. La señora lo reprendió: “No digas eso. Es una falta de consideración”. “No hay problema –la tranquilizó Pepito-. El orangután no me oyó”… A los nueve meses de casada, contados día por día, la joven esposa fue a la clínica de maternidad a atender el llamado de la cigüeña. Salió el médico y le dijo al marido de la chica: “Su esposa acaba de dar a luz un precioso bebé”. El flamante padre consultó su reloj y dijo: “Las 10 de la noche. Exactamente a la hora”. Pasaron 15 minutos y regresó el doctor: “Ahora su esposa tuvo una linda bebé”. El feliz papá volvió a ver su reloj y dijo: “Las 10 y cuarto. Exactamente a la hora”. En seguida añadió: “Y podemos ir a tomarnos un café, doctor. El tercero tardará media hora en llegar”… FIN.