Efrén Estrada, Una Poética del Teatro II (Segunda y última parte)
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Efrén Estrada, Una Poética del Teatro II (Segunda y última parte)
La dramaturga mexicana Verónica Musalem es la autora de la obra “Latitud”, que el grupo independiente de teatro Calaverita de Azúcar recién ha llevado al escenario bajo la dirección de Efrén Estrada. Dos son los actores -Oscar Castañeda (“Manuel”) y Fortino Hurtado (“Goyo”)- que representan a un par de campesinos mexicanos; la asistencia de dirección corre a cargo de Michell Morín y la escenografía, de Daniela Elidett.
Por razones que no viene al caso mencionar no pude asistir a la anterior temporada de este montaje; el grupo ofreció una segunda y breve temporada en El Rincón del Teatro, un lugar de gran accesibilidad para el público que cuenta con un excelente anfitrión, el teatrista y promotor cultural independiente Rogelio Palos.
Efrén Estrada montó antes “La nueva Alejandría”, de la misma autora, obra en la que, como en “Latitud”, aborda un nudo de temas que parece ser una constante en su dramaturgia: la hierofanía, lo numinoso y lo sagrado; sus implicaciones, sus consecuencias, su misterioso influjo en la humanidad, y en este caso preciso, en México.
¿Cuál es la perspectiva que adopta la autora para aproximarse a semejantes temas: el humor, la ironía, la solemnidad, la seriedad, el sarcasmo? ¿Cómo leer textos como “La nueva Alejandría”, “Latitud”, “Nueva York versus El Zapotito” y otras de sus obras, incluyendo los libretos de ópera –“El juego de los insectos” (2009) y “Antonieta, un ángel caído” [A. Rivas Mercado] (2010)- que ha escrito para el compositor mexicano Federico Ibarra?
Ante el trabajo estético de Efrén Estrada no es difícil hablar, como escribí antes, de una poética del teatro, una personal poética del drama y también del teatro como espacio de representación “ceremonial”. En “Latitud” se cuenta una historia circular, marcada por las cuatro estaciones del año, mismas que en su momento son subrayadas por los personajes. “Goyo” (Fortino Hurtado) y “Manuel” (Oscar Castañeda) viajan en pos de algo que encuentran justo frente a ellos: nosotros. Pero “nosotros” representamos su pueblo perdido, su raíz, su otredad, la Utopía.
La obra está construida simétricamente: cuatro estaciones, varias rupturas sistemáticas a lo largo del texto, otros tantos episodios “distanciadores” –recordemos a Bertolt Brecht- y una referencia central a las antiguas deidades aztecas. Mientras todo esto transcurre ellos hablan, narran, describen, actúan. Son una suerte de Vladimir y Estragón, pero sin mensajero y sin más compañía que su sombra y su inmenso pretérito.
Goyo y Manuel hablan y evolucionan en un presente que parece histórico: lo mismo se refieren a un remoto pasado indígena que a la sangrienta actualidad, ésta en la que se despedazan cuerpos, se cortan cabezas, se cuelgan cuerpos de los puentes y se asesina con una facilidad escalofriante. Manuel y Goyo son encarnaciones de una mexicanidad ctónica y aunque vistan como humildes indios están enterados de lo que ahora sucede porque son tan víctimas como nosotros. Ellos siempre han sido víctimas.
Ceremonia y liturgia escénica, este montaje muestra la obra de una autora que quiere recuperar jirones de una identidad entre las ruinas arqueológicas de una forma de ser y otras ruinas, éstas que hoy vemos, diría Ibargüengoitia. Por su parte, Efrén Estrada pone en escena un texto como un híbrido: su montaje es una instalación a la que incorpora la actuación de estos actores, o bien, dirige a este par de actores en medio de una instalación cuyo centro corpóreo es un “axis mundi” [eje del mundo].
En el espacio escénico: un tablero del que penden varias calaveras, un grupo de primitivos instrumentos musicales en el piso y sobre éste dos bandas blancas formando una “X” cuya intersección simboliza, precisamente, el “axis mundi”, el mismo que Mircea Eliade –“Lo sagrado y lo profano”- encuentra en todas las antiguas culturas del planeta.
Efrén Estrada ilumina el montaje e incorpora una música viva o grabada para subrayar ese punto magnético, el centro del mundo en torno del cual estos personajes recrean una ceremonia muy antigua y muy nueva: la muerte, el sacrificio, la expulsión, la diáspora, la búsqueda, el encuentro, la vida recuperada, la muerte, el sacrificio… Calendario y uroborus: Goyo y Manuel parecen, como diría Artaud, jeroglíficos que a su manera nos hablan de un pasado remoto y de una modernidad que se derrumba entre charcos de sangre y espasmos.
La poética teatral de Efrén Estrada es un “work in progress” –una labor en proceso-: en el trayecto, el director encuentra y busca y busca y encuentra. Hay grandes hallazgos; también tropiezos y accidentes. Diversos códigos dramáticos luchan entre sí en sus montajes: ¿Stanislavski, Brecht, Artaud, Kantor? Permea cierto eclecticismo, pero su exploración resulta apasionante. Efrén Estrada es un director que se arriesga y apuesta todo lo que tiene como artista: su trabajo y el de todo su equipo llega a nosotros como una de las aportaciones más revitalizantes del teatro coahuilense. De esto no hay duda alguna.