Dylan desde la ignorancia

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Dylan desde la ignorancia

El Comité Nobel me la hace con frecuencia… tal como la Academia norteamericana (toda proporción guardada) se las arregla para elevar al pedestal de película del año una cinta desconocida para mí, los sabios suecos suelen seleccionar para uno de los prestigiosos galardones heredados al mundo por el señor Nobel a un autor del cual no he tenido aún oportunidad de leer algo.

Y esta vez lo volvieron a hacer: para sorpresa del mundo cultural –a pesar de los precedentes apuntando en esa dirección– la Academia Sueca sacó de la chistera el nombre de Bob Dylan para incorporarlo a la colección de monstruos de las letras universales a quienes uno debe leer… y ahora también escuchar.

Lo confieso con una moderada dosis de rubor: soy un ignorante absoluto de las letras del señor Robert Zimmerman aunque, como casi cualquier persona sobre este mundo, he escuchado su nombre en muchas ocasiones y al repasar algunas de sus rolas más famosas recuerdo haberlas escuchado antes. No se me juzgue con excesiva severidad por este defecto… es apenas uno de los muchos con los cuales me dotó generosamente la naturaleza.

Pero mi desconocimiento de Dylan se compensa con mi bien surtido directorio telefónico en el cual habita un querido amigo quien, a más de ser experto en la poesía “dyliana” (seguro soy el primero en usar este término y eso me valdrá un pasaporte a la eternidad) es una de las personas capaces de percibir el espíritu de sus letras desde una perspectiva particular.

Mi querido Pedro Moreno es, además, generoso y no dudó en compartir conmigo las razones por las cuales se encuentra feliz con la noticia llegada desde el viejo continente.

–Es un gran poeta –me dijo contundente, casi sin dejarme terminar la pregunta relativa a las razones por las cuales debe considerarse un acierto el otorgamiento del premio.

Y a partir de ahí comenzó la andanada de razonamientos puntuales respecto de los motivos, incluso más allá del propio Dylan, para voltear a ver, desde el pedestal más alto de la literatura universal, ese apartado muchas veces menospreciado de “lo popular”.

Porque para Peter –como le decimos los cuates– el premio a Dylan es justamente un triunfo de “lo popular”, cuyas manifestaciones ya no podrán distinguirse más –y menos aún de forma peyorativa– de la “alta cultura”, territorio al cual han arribado de manera definitiva.

–No sería quien soy si no hubiera conocido la obra de Bob Dylan –soltó de repente, como si hubiera estado esperando largamente la pregunta o la oportunidad para decirlo, para rendir homenaje a un autor a quien admira y reconoce al mismo nivel de cualquier gran literato.

En las palabras de Peter reconocí, de forma concreta y palpable, el significado de la “enorme influencia” adjudicada al autor de Blowin’ in the wind en las reseñas relativas a su obra, multiplicadas al infinito en Internet luego de su ascenso al Olimpo de los Nobel.

La poesía de Dylan, asegura Peter, ha ejercido una influencia determinante en su forma de ver y concebir el mundo. Sin el influjo de sus versos desvelando el significado de la vida “sería un ser oscuro”, afirma sin titubear y la pasión se le nota en cada sílaba.

Lo había leído antes en su muro de Facebook y sabía de su regocijo por el premio, pero escucharlo explicarse, oírlo explayarse haciendo un recorrido por la vida vivida al lado de su ídolo fue realmente emocionante.

A Pedro no le sorprendió el anuncio. Era algo esperado… sólo cuestión de tiempo, pues constituyen legión quienes desde hace décadas han señalado a Dylan como un literato de altos vuelos cuyas letras se estudian en múltiples cátedras universitarias.

Pero no es sólo él, me insiste, sino en general el rock. Y me cuenta la historia de su amigo José Agustín quien, en compañía de algunos contemporáneos suyos publicaba, en la década de los 60, en un suplemento de espectáculos de un diario capitalino, antologías de letras de rock traducidas al español.

–Porque el rock, desde hace mucho, tocaba ya la alta cultura sin dejar de ser totalmente popular –me explicó para dejar claro cómo lo de hoy no debe sorprendernos, sino más bien convocarnos a gritar a coro, viendo hacia Suecia: ¡se habían tardado!

Como buen ignorante sobre Dylan, pues aproveché el viaje para preguntar por dónde comienzo el recorrido. Les comparto la recomendación porque seguro no soy el único (o eso quiero creer): “De los primeros seis discos, sólo quita el primero”, fue su respuesta. El playlist inicial, pues, se encuentra conformado por las rolas incluidas en The Freewheelin’ Bob Dylan, The Times They Are a-Changin’, Another Side of Bob Dylan, Bringing It All Back Home y Highway 61 Revisited.

Por lo pronto, ya escuché la favorita de Peter: A Hard Rain’s A-Gonna Fall… ya les contaré luego.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3
carredondo@vanguardia.com.mx