Duelo de emociones; la importancia de las elecciones en Estados Unidos

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Duelo de emociones; la importancia de las elecciones en Estados Unidos

El sentido del voto es producto directo de una emoción. La enorme mayoría de quienes votan o incluso los que se abstienen en el mundo, lo hace con base en la emoción que suscita una situación determinada o un candidato, suelen pesar consideraciones como estas: “Me cae bien, me gusta, lo odio, lo aborrezco, me cae mal, me vengaré o simplemente, qué flojera”. Los partidos y candidatos lo saben y actúan en consecuencia. Viene a cuento lo anterior por el proceso electoral que están viviendo los Estados Unidos de América. Votarán el 3 de noviembre, primer martes de ese mes. 

El imperio ha estado viviendo un proceso de polarización que se viene profundizando desde hace varias décadas. Las posiciones de centro y la práctica del diálogo entre partidos vivieron su década de oro durante el gobierno de Ronald Reagan y una parte del de George Bush padre. Prevalecía un bipartidismo centrado en temas de seguridad y política exterior. Ayudó que había un enemigo común que venía debilitándose y al que terminaron por vencer. 

Ahora bien, los extremistas siempre han existido, con mayor o menor poder, en uno y otro bando polarizan en lo interno y el elector debe inclinarse por unos u otros, o por cualquier matiz existente entre los extremos. El ganador gobierna conforme a su propia agenda. En ello, el Congreso y sus números resultan cruciales para los resultados finales y para lo que puede o no hacer el Presidente.

En 1992, George H.W. Bush no fue derrotado por Bill Clinton; quien lo debilitó fue la derecha evangélica radical de su Partido Republicano. Bush padre era un caballero de otra época lidiando con el fanatismo político que hacía irrupción en la escena nacional. Y como a toda acción corresponde una reacción, los demócratas radicales también empezaron a exigir, quedó como rehén de un creciente, pero todavía controlado proceso de radicalización política, nada comparable con lo que hoy vive el mundo.

Clinton sufrió las mismas penurias. El Tratado de Libre Comercio con México fue su primer parto. No le fue fácil enfrentar la oposición de los sindicatos demócratas y, para neutralizar a la derecha conservadora, asumió la llamada triangulación: robar banderas al otro bando. Endureció su postura en migración y rechazó los matrimonios homoparentales. Pero la derecha radical le encontró un lado flaco: las faldas y ya no lo soltó. Ganó su segundo periodo, en parte porque Bob Dole, su contrincante, tenía poco atractivo. 

El muy aburrido Gore se midió contra la dinastía Bush en una competencia cerrada. Bush hijo ya venía acompañado de un sector republicano no tan moderado como el de su padre. Él mismo era un cristiano evangélico renacido. No obstante, dio el control a los neoconservadores, halcones militaristas, aunque con sus respectivos contrapesos. Dejó ver la mano del papá. Ahí la presencia de los moderados Colin Powell y Condolezza Rice.

Barack Obama, Hillary Clinton y Donald Trump perdieron todas las formas. El centro perdió su atractivo, el diálogo perdió sentido, el origen de ello radica en la crisis económica. Cuando el pueblo está de malas, exige soluciones rápidas, simples y radicales. 

Aunque las soluciones no llegan, al menos el discurso sirve de tranquilizante. Estamos frente a las consecuencias en Estados Unidos y en el mundo entero. Es la irresponsabilidad de los líderes políticos y su miedo de no hablar con la verdad, por más dura que esta sea. 

En el gobierno de Obama la retórica radical republicana no conoció límites, personajes como Romney y McCain fueron debilitándose. Con Trump se dejó atrás el radicalismo preexistente, pero fue sustituido por un populismo de derecha nunca antes visto. Ted Cruz y el Tea Party perdieron por “prudentes”. Los demócratas que controlan la mayoría de los medios, no pudieron vencerlo, porque el poder ya no se encontraba ahí. Pero vaya que le han hecho la vida imposible. Todos los días, horas y más horas de notas negativas, algunas de ellas francamente fantasiosas y muchas de ellas falsas. 

Nos aproximamos a una elección en la que hechos, argumentos y razones serán lo de menos. Los seguidores de uno y otro bando creerán ciegamente todo lo que les digan sus líderes, y descalificarán lo que diga el otro bando. Como siempre, decidirán los indecisos. 

Vamos hacia un duelo de sentimientos. Biden con su mensaje de unidad, concordia, futuro y esperanza. Trump con su ataque, rencor, odio y condena a todo lo que significa el adversario. Odio y rencor, bullying, contra concordia y esperanza, caballerosidad. Veo venir una contienda mucho más cerrada de lo que predice la comentocracia que también vaticinaba el triunfo de Hillary Clinton hace cuatro años. 

@chuyramirezr
Jesús Ramírez Rangel

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