Dos visiones sobre el poder legislativo

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Dos visiones sobre el poder legislativo

En homenaje a Juan de Dios Castro Lozano, amigo y compañero en numerosas batallas

La Constitución General de la República (artículo 71-III) reconoce a los Congresos locales el derecho de iniciar leyes ante el Congreso de la Unión. Nunca he sabido de una sola que éste haya aprobado a iniciativa de alguna legislatura estatal. Pero el derecho existe y es relativamente frecuente que se envíe, ya sea a la Cámara de Diputados o al Senado, tal género de iniciativas.

Un caso de éstos se presentó en la sesión del Congreso de Coahuila efectuada el 4 de noviembre pasado. Sus antecedentes fueron así: el 6 de mayo anterior el diputado Édgar Sánchez hizo la propuesta de iniciar ante el Congreso federal una iniciativa de reformas y adiciones a la Ley del Seguro Social (artículos 181Bis y 198), con el objeto de que en casos de “emergencia sanitaria” declarada por el Gobierno Federal el trabajador tenga el derecho de retirar parcialmente recursos de su cuenta de ahorro para el retiro, hasta por un cierto monto, en una sola exhibición y cumpliendo determinados requisitos.

La propuesta fue dictaminada favorablemente por la Comisión de Trabajo y Previsión Social, coordinada por el diputado Jesús Berino, líder cetemista. Terminada la lectura del dictamen, me inscribí para hablar en pro del mismo y propuse que la iniciativa incluyera tal derecho al trabajador no sólo en los casos de “emergencia sanitaria” sino también cuando se declaren “contingencias sanitarias”, figura esta última prevista en los artículos 42Bis y 428-VII de la Ley Federal del Trabajo. Esto, naturalmente, en beneficio de los trabajadores.

No había terminado yo de hablar cuando Berino desató una andanada de insultos personales y procacidades en mi contra. Realmente muy vulgar el priista. Dijo que yo todo lo critico y nada positivo propongo, cuando era precisamente lo contrario de lo que él vociferaba.

Le pregunté en siguiente intervención si entendía la naturaleza jurídica de uno y otro concepto y en qué cree que consiste la diferencia. Con nuevos ataques, dijo que sí sabía, pero no lo iba a decir. Nos quedamos con la impresión de que en realidad, a pesar de ser líder sindical, ni remota idea tiene sobre lo que se le cuestionó.

¿Tiene sentido que los partidos lleven al Congreso a ese tipo de representantes? Por eso los diputados, en general, son tan mal vistos por los ciudadanos y que la función legislativa esté sumida en enorme desprestigio. Y lo peor es que por dos o tres la llevemos todos.

A propósito de lo anterior, en el punto del orden del día llamado “Agenda Legislativa” de posterior sesión, solicité la palabra para hacer un pronunciamiento, como se les denomina en la Ley Orgánica del Congreso. Transcribo algunos pasajes de dicha intervención:

“Resulta claro –dije– que desde hace décadas tenemos en México dos visiones acerca del desempeño del Poder Legislativo. La de los que consideran que quienes lo integran necesariamente han de ser representantes, voceros y hasta aplaudidores de otro de los poderes, el Ejecutivo…” y sólo a eso vienen aquí.

“En una democracia no tiene sentido guardar discreto silencio legislativo en obediencia a la consigna y menos aún decidir en forma mecánica, como por reflejo condicionado. Dejan de ser representantes populares para convertirse en personeros del Ejecutivo, por mera conveniencia y acomodo político. La llamada disciplina de partido no puede llegar a tales extremos, frecuentemente de ignominia”.

“Quienes así actúan a veces no guardan silencio, pero exponen como único y supremo argumento que el opositor ‘sólo se la pasa criticando’, naturalmente sin dar respuesta a los argumentos del adversario. Pobre, pobrísima actitud de quienes así se conducen. Desconocen la sabiduría que encierran estas sencillas palabras: ‘la crítica razonada es una asesoría gratuita’”.

“La otra visión, radicalmente distinta, es de quienes consideramos que a un parlamento que aspira a ser democrático se viene a exponer ideas, a presentar propuestas, a argumentar las propias posiciones y –por supuesto– a criticar. Que se satanice la crítica ¡nada más eso faltaba! equivale a la antigua quema de libros por el hecho de no estar de acuerdo con su contenido; y peor aún: ni siquiera saber por qué”.

“Quienes tenemos la visión democrática, plural y abierta a las ideas, creemos que el Parlamento, el Congreso, debe ser un privilegiado espacio de diálogo. Diálogo que es imposible si el adversario tiene como respuesta el silencio, lo cual aquí casi siempre sucede. Y quizá peor aún si se considera a la crítica, por definición, mala, perversa y abominable”.

“Así no es posible construir un verdadero Congreso, independiente, libre y democrático, que cumpla su función de contrapeso a los otros poderes. O se viene aquí a representar al pueblo, o se viene a ser rehén de terceros, incluido el propio partido político, al que, ciertamente, estamos obligados a guardar lealtad a sus principios fundamentales, que se supone cada uno de nosotros acepta por convicción, pero no en asuntos opinables, de los que –con ideas y argumentos—estemos convencidos”.