Dos salidas del confinamiento

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Dos salidas del confinamiento

“No me explico como mi hija aguanta y hasta disfruta sus clases y tareas en la nueva modalidad de “escuela en casa”, y en cambio mi hijo no aguanta estar sentado frente a la computadora para las clases ‘on line’, y para media mañana esta de muy mal humor, se fuga al refrigerador o a la despensa a buscar una galleta”.

“Mi marido ahora que trabaja en casa está muy contento, no se queja de su jefe, ni de la carga de trabajo. En cambio yo no me aguanto sentada frente a la computadora sin chatear (chismear con mis amigas del trabajo).Cuando me “pongo el chal y nos actualizamos de los últimos chismes del departamento”, descanso, pero luego me enojo porque no termino mi trabajo de ese dia”.

“Ahora sí, con este ‘confinamiento’ me siento encarcelada(o). No puedo salir y si lo hago tengo un miedo terrible de contagiarme y le pienso mucho… y si me animo me pongo tapabocas, máscara, cachucha y cualquier ‘super’, farmacia, o templo, se han vuelto peligrosos. El miedo de contagiarme, de contagiar a mis familiares, de enfermarme y peor tantito de morirme solo se me quita encerrándome en casa. No entiendo a mi marido que solo extraña las reuniones con sus amigos, pero aquí está feliz sin batallar con el tráfico, el horario, la vestimenta y disfrutando las series de TV, los deportes (sin público, pero no importa), y hasta se divierte con barrer y trapear”.

Estos son algunos ejemplos cotidianos con ocasión del “estrés” generado por el poderoso coronavirus. Ha generado muchas otras modificaciones no solo de emociones diferentes, sino de nuevas conductas, estrategias, visión de la realidad política, económica, comercial, turística, religiosa que pueden ser transitorias o permanentes conforme al beneficio evolutivo, educativo, comunitario, político y social.

El “estrés” es denominado popularmente como sinónimo de “tensión” y es visto de manera tan superficial como sudar o preocuparse, sin percibir que es un síndrome de pensamientos-conductas-emociones agradables o, no solo muy desagradables, sino tan perjudiciales que generan el 70% de las enfermedades físicas.

El estrés, que todos estamos viviendo cada día, es un “proceso de adaptación” necesario a los cambios que ha generado el COVID-19, que con toda razón usa una corona de emperador de la salud. Nada ni nadie se pueden escapar de su influencia maligna y por ello ha provocado un sinnúmero de estrategias, nuevos hábitos, investigaciones prioritarias, políticas sociales impopulares o codiciosas de poder. Y sobre todo nuevas formas de adaptación a la vida familiar tan polarizadas como nuestra realidad política.

La necesidad de adaptarse es tan antigua como el género humano. Siempre han existido el frio y el calor, el día y la noche, la carencia y la abundancia, la bondad y la maldad, las diferencias entre las culturas los hombres y las mujeres. Pero siempre ha existido un proceso de adaptación que puede hacerse de manera benéfica o perjudicial, que genera esperanza o desesperanza.

La diferencia de las reacciones personales en los ejemplos descritos al principio, radica en la interpretación que cada uno(a) le da a su adaptación al confinamiento, o a cualquier otro cambio que tenga que enfrentar. Si asume un papel de víctima injustamente explotada, verá todo negativo y consecuentemente sufrirá de un oposicionismo crónico y depresivo. Si lo interpreta como un cambio inesperado, limitante y transitorio, descubrirá las opciones de mejoramiento personal o social, y los beneficios de su propio cambio de conductas-juicios y reacciones emocionales.

 Y cultivará su esperanza con alegría.