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Dos mentadas

Hoy Debemos atender y entender el espíritu original con que fueron adoptadas las palabras ‘plurinominal’ y ‘fuero’

En el glosario político nacional hay dos palabrejas tan abominadas que bien podrían ser postuladas para su ingreso al Diccionario de Palabrotas, Sandeces, Blasfemias y Majaderías (Editorial Xalapa).
        
“Fuero” y “plurinominal” le caen al ciudadano promedio como patada huérfana. ¡Y cómo no! Si la primera significa impunidad institucionalizada y la segunda beca para la estulticia.

Pero tanto el fuero constitucional de que gozan algunos “desfuncionarios”, como las representaciones parlamentarias proporcionales que disfrutan algunas lacras, tuvieron sendas razones para incorporarse a nuestro sistema político.

Claro, sucede que en México tenemos un especial anti-don para desvirtuar prácticamente cualquier buena idea. No obstante, el fuero se instituyó para salvaguardar a funcionarios públicos de posibles acusaciones infundadas, motivadas por enconos políticos y hasta personales, es decir, para mantener la Gobernabilidad.

Tiene su lógica: digamos que el mítico Lic. Fulanez alcanza una curul, pero sus detractores y adversarios no dejan de atosigarlo con demandas y necedades. Para que Fulanez cumpla las tareas de su cargo, en vez de pasarse toda la gestión preocupado de que lo metan en el bote por puras rencillas políticas, fue que se creó el fuero.

Créalo o no, el fuero no fue ocurrencia de ningún connacional, sino que tiene su antecedente en legislaturas más avanzadas como la francesa, nomás que allá se llaman “le fueré”  (se pronuncia “le fuegué”).
Que hoy la inmunidad sea excusa para la impunidad es lo malo del asunto. 

Lo mismo ocurre con las Diputaciones plurinominales. Uno escucha este pentasílabo y se siente como rimbombante eufemismo de la desvergüenza. Pero la verdad es que estas posiciones parlamentarias también fueron creadas con una loable finalidad: que ciertos sectores minoritarios tuvieran voz en el Congreso.

Desgraciadamente, en la práctica sirven para que Carmen Salinas pedorree una curul y créame, no es “La Corcholata” lo peor que ha llegado por esta controvertida vía a San Lázaro, tan sólo es, de entre lo peorcito, lo más célebre.

Y allí tenemos otra buena idea que se fue directo al queso por culpa de la partidocracia que nos rige (ésta no se la vamos a achacar completa al PRI, ya que todos los partidos tienen su cuota de porquería humana que aportar al servicio público).

La semana pasada, Arteaga, Coahuila, fue el chicharrón con pelos en la gordita de la noticia (homenaje a #ChumelTorres), cuando un regidor de dicho municipio fue sorprendido hurtando el cableado de la Comisión Federal de Electricidad.

La situación de este presunto muerto de hambre, identificado como el regidor panista Arcadio de la Peña, se encuentra en medio de una controversia: ¿Es o no es un funcionario electo por el voto popular? Y es que votamos para elegir Alcalde, pero el cuerpo edilicio se conforma a partir del resultado.

Si la autoridad determina que De la Peña ocupa un cargo de elección, tendría que ser el Congreso de Coahuila el que echase a andar su oxidada maquinaria para despojarlo del fuero. Si se decide que no, el arteaguense puede ser juzgado como cualquier hamponcete ordinario.

Dignos representantes (coahuilenses ambos, la Corcholata y el regidor De la Peña) de lo que hoy nos ocupa: las “pluris” y el fuero, y de la corrupción de sus respectivos propósitos. 

Pero aun así, según yo, no basta el abuso generalizado de estas herramientas políticas para desaparecerlas. Debemos atender y entender el espíritu original con que fueron adoptadas: sin fuero probablemente tendríamos instituciones permanentemente paralizadas, porque los funcionarios se la pasarían respondiendo ante la Ley por acusaciones mutuas, lo cual admito que como espectáculo sería divertido, pero para los propósitos de la nación sería muy poco práctico.

Tampoco me parece del todo idóneo reducir el número de representantes legislativos, de hecho me resulta incongruente para una población en constante crecimiento.

Una nutrida tribuna parlamentaria, que además se da el lujo de tener legisladores de minorías, garantiza en la teoría que nuestros intereses se representen como es debido (dije “en la teoría”, deje de reírse por favor).

Que los partidos políticos hayan convertido todo esto en un pasaporte a los excesos y una forma de embutir en las cámaras representativas a gente sin méritos, puede ser. Pero lo que corresponde es pugnar por adelgazar las prebendas de nuestros representantes; los regidores ni siquiera deberían gozar de salario; los legisladores quizás, pero no tan obsceno, y deberíamos tener más altos estándares para acceder al Congreso (estándares, no requisitos, porque luego se volvería excluyente). 

En fin, es complicado como todo, pero lo cierto es que nuestro sistema no se puede simplificar a una organización tribal. Como siempre, como en todo, lo que necesitamos es mantener a la escoria humana lejos del presupuesto y la función pública, y la única manera de lograrlo es que los ciudadanos ocupen dichos espacios.

Entonces, las palabras “pluri” y fuero volverán a significar aquello para lo que fueron concebidas y dejarán de tener el valor equivalente a una mentada de madre.

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