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Dos diminutivos tapatíos

Fui a Guadalajara, y de regreso traje dos diminituvos. El primero es “colomitos”. Todos los mexicanos conocemos esa palabra, pues se usa en la preciosa canción que en honor de la Perla de Occidente hizo Pepe Guízar. Tratemos de recordar: “... Ay, Colomitos lejanos; / ay, ojitos de agua hermanos; / ay, Colomitos inolvidables, / inolvidables como las tardes / en que la lluvia / desde la loma / ir nos hacía / hasta Zapopan...”. Por ahí va, más o menos.

Pero ¿qué son colomitos? Ni esa palabra, ni la voz “colomos”, las trae el diccionario de la Real. Viene, sí, “colomín”, nombre con que se conoce al nacido en Santa Coloma, villa de Tarragona, España. Coloma se apellidaba el padre jesuita Luis, autor de novelas de mucho aliento como “Jeromín”, donde narró en modo maestro la vida de don Juan de Austria, el vencedor de Lepanto. Yo leí ese libro en la biblioteca del Círculo de Estudiantes y Empleados de Saltillo, fundado por el padre Roberto García en los años cincuentas, y recuerdo que su lectura me dejó buenas enseñanzas.

La palabra “coloma” viene del latín columba, que quiere decir paloma. Santa Coloma, o Columba, fue una mártir cristiana muerta por los musulmanes.

El colombo es una planta de raíz medicinal. Quizá de ahí venga “colomo”, voz que sí registra Santamaría entre sus mexicanismos. Actualmente “Los Colomos” es un hermoso bosque en plena ciudad de Guadalajara, que da su nombre a una colonia residencial muy exclusiva. Ahí está el Club Deportivo San Javier, cuyos socios me invitaron a perorar con motivo de cumplir ese club un año más de vida. Luego de la perorata me invitaron a cenar, y me llené de vacío. “Vacío” llaman allá al corte de carne de res que acá conocemos con el nombre de “caña de filete”.

El otro diminutivo que traje de Guadalajara es “San Rapidito”. Sucede que en la colonia Providencia, por la calle de Ontario, hay una iglesia dedicada a la advocación de otro santo muy poco conocido: San Enrique Emperador. Este Enrique era alemán, nieto de Carlomagno. En un tiempo en que la guerra era el hobbie principal de la nobleza, él luchó por establecer la paz. Hacía que los señores juraran “... no robar buey ni vaca; no apresar aldeano ni forzar aldeana; no destruir casas ni incendiar mieses; no vendimiar las viñas con pretexto de guerra, y no invadir las iglesias, como no sea para arrestar a un malhechor...”.

A la iglesia de San Enrique Emperador nadie la llama en Guadalajara con ese sonoro nombre, sino con otro más entrañable y cariñoso: San Rapidito. La gente le dice así porque el sacerdote que oficia ahí la misa la celebra en 20 minutos flat. El templo está siempre abarrotado, sobre todo de jóvenes. Para desahogar expeditamente la comunión, el padre dispone de una buena cantidad de ministros de la eucaristía, de modo que los fieles comulgan con velocidad de tren express. Bendito sea Dios: yo he asistido a misas que duran dos horas, y de esos 120 minutos más de 100 se los llevó el sermón del oficiante.

“Colomitos” y “San Rapidito”... He aquí dos amables diminutivos de Guadalajara.